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Cultura

Rhodes, sí; Gil de Biedma, no

El poeta Jaime Gil de Biedma, en una fotografía de archivo.

Este fin de semana llegó carta para el director del Instituto Cervantes, Luis García Montero: un texto sucinto y práctico que el escritor Andrés Trapiello dirigió al responsable de la institución, quien el día anterior había presidido un homenaje al poeta Jaime Gil de Biedma. Entonces, el responsable de la institución habló de la necesidad de «analizar la obra del poeta con "rigor filológico y no en esos puestos de segunda mano que depara el Rastro del cotilleo, la falta de estudios universitarios y la murmuración calumniosa"».

Por calumnias, el director del Cervantes aludía —explica Trapiello en su blog Hemeroflexia— a las declaraciones de quienes la víspera habían «opinado libre y respetuosamente sobre la pertinencia de ese acto y sobre la conducta del propio GdeB.», es decir, sobre sus relaciones sexuales con niños de unos doce o trece años y de los que el propio Gil de Biedma ha dado cuenta en sus textos.

Lo que García Montero llama «Rastro del cotilleo», lo reflejó Jaime Gil de Biedma en su Diario del artista, en 1956. En estas páginas describe su primera misión como empleado de la Compañía General de Tabacos de Filipinas, donde había comenzado a trabajar en 1955 y de la que su padre era director. En la primera parte del Retrato, titulada Las islas de Circe, Gil de Biedma cuenta su decisión de convertirse en ejecutivo y su viaje rumbo a Manila.

En sus diarios póstumos, Gil de Biedma dictó unas últimas voluntades críticas que tenemos la obligación de seguir interpretando

Sus páginas se abren con un epígrafe del poema La cabellera, que Baudelaire dedicó a Jeanne Duval, su amante haitiana: ‘Allá iré, adonde el árbol y el hombre, llenos de savia/ se extasían lentamente bajo el ardor de los climas’. Una de los primeros episodios que narra Gil de Biedma (20 de enero de 1956) es el encuentro sexual con un «muchachito» al que se refiere como Pepe, un jovencito obligado a prostituirse por un taxista y cuyos servicios él paga por tres pesos.

Aunque Gil de Biedma espera más candor y tibieza, el muchacho se resiste. Está tenso. No desea quitarse la camiseta y cuando acaba el encuentro, se dirige a toda prisa a ducharse y desaparece de la casa donde el taxista filipino ha llevado al ejecutivo.  La narración del poeta es seca, pragmática, con un registro austero de la acción y una distancia que lo sitúa no en otra cultura, sino en otro planeta.

Cuando Jaime Gil de Biedma, ya enfermo de sida, corrigió y ordenó su diario de 1956, preparándolo para que se publicara póstumamente, estaba en realidad dictando un testamento, unas últimas voluntades críticas que tenemos la obligación de seguir interpretando, asegura Andreu Jaume en el prólogo de estos diarios publicados por Lumen en 2015, y en los que se incluye este primer volumen. 

Trapiello pide rigor, no linchamiento ni ajustes de cuentas, tampoco protección o blanqueamiento. Solo eso, rigor

A efectos de este texto, lo que afea Trapiello no es la pederastia de Gil de Biedma, sino la ocultación que hizo el director del Cervantes de un aspecto de la biografía del poeta que él mismo dejó por escrito (conviene insistir: a la manera de una última voluntad crítica) como si eso condicionara su obra. Y ahí está la importancia de lo que indica Trapiello: la inconsistencia que supone juzgar a un autor por su obra, no por el uso moral que pueda dársele.

«No parece adecuado que un Estado democrático confunda a la ciudadanía con mensajes contradictorios (no lo hacen en Francia, por ejemplo), vetando a unos artistas por razones de abusos y celebrando a otros, pese a sus abusos, como en el caso de GdeB. Convendrás también en que es difícil de comprender que el Gobierno que ha concedido la nacionalidad española a James Rhodes ‘sobre todo por su compromiso frente al maltrato y la violencia contra los niños’, programe al mismo tiempo un homenaje a quien ha decidido expresamente dejar por escrito su jactancia de abusador», escribe Trapiello.

Atendiendo a la lógica que la política oficial de homenajes, la omisión contradice (o más bien reafirma) el espíritu moralista que funde obra y biografía. Señalar como calumnia algo que el poeta describió en sus diarios incluso falsea parte de su obra, a fin de cuentas, la única y verdadera piedra sobre la cual cimentar una lectura sólida de ella.  Trapiello pide rigor, no linchamiento ni ajustes de cuentas, tampoco protección o blanqueamiento. Sólo eso, rigor, y así lo deja por escrito, muy claro: «Porque el GdeB. al que me he referido en todo momento, Luis, no es ni tuyo ni mío, ni debería ser de nadie».

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