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El problema educativo del PSOE: confundir estudiantes con clientes

El nuevo enfoque educativo del sanchismo ofrece aprobados virtuales para vidas virtuales, alérgicas a la excelencia académica

Hace poco se publicó la noticia de que el gobierno del PSOE ha decidido eliminar los exámenes de recuperación en la ESO, es decir, que para pasar de curso un estudiante se verá exento de realizar una prueba con la que demuestre objetivamente sus conocimientos y aptitud. Las barreras académicas a la hora de progresar van siendo, reforma a reforma, eliminadas y, con ellas, los peldaños necesarios para progresar intelectualmente. El progreso real es fruto necesario de la dificultad; sin barreras ni dificultades desarrollarse es una imposibilidad.

Con el sucesivo flujo de reformas educativas consumadas desde la Transición, estos peldaños han ido siendo erosionados, al tiempo que los estudiantes iban siendo reblandecidos, hasta crear una superficie académica casi plana que impide inexorablemente el ascenso académico. El escritor Gómez Escribano, que lleva treinta años impartiendo clases de Formación Profesional y no es precisamente un autor de derechas, comenta esto respecto a las nuevas generaciones de alumnos: "Están mucho peor formados que nosotros. Cuando dicen 'la generación mejor formada' yo me descojono. Yo creo que la mejor generación, en cuestión de formación, hemos sido nosotros, porque hemos tenido un sistema educativo… y es una puta mierda [decirlo], porque el sistema que había cuando yo estudiaba era la Ley Villar-Palasí, que era un ministro de Franco. Pero un tío que salía de C.O.U, joder, era un señor: culto, que sabía matemáticas, que sabía filosofía. Hoy en día un tipo que sale del bachillerato L.O.G.S.E es un bulto sospechoso", lamenta.

Sobre la decadencia intelectual progresiva del alumnado me comenta un profesor de universitario de Ingeniería Aeronáutica que lleva casi veinte años impartiendo clase: "Cuando comencé a dar clase algunos tenían problemas para resolver la ecuación de una parábola (un problema muy sencillo); siete años después, algunos no eran capaz de sacar la ecuación de una recta (algo aún más simple); y hoy me encuentro a algunos alumnos que tienen problemas para hacer una regla de tres". Por otro lado, como me han dicho ya muchos profesores, los estudiantes hoy son tratados como clientes, es decir, como autoridades, puesto que, como todos sabemos: "el cliente siempre tiene la razón". Muchas veces no se saben la lección, pero conocen bien los reglamentos y sus derechos, aunque a menudo ignoren sus obligaciones.

"Yo sí te creo" en las aulas

Hoy parece que todo es virtual, hasta los aprobados. Por lo visto en la actualidad se puede cambiar de sexo, raza o identidad con solo decidirlo mentalmente. Es decir, que nos convertiríamos en aquello que deseamos, pero virtualmente, sin serlo de veras, es decir, material o físicamente. Se quiere erradicar así, de modo virtual, lo trágico de la existencia: el desajuste existente entre mis deseos (subjetividad) y el mundo real (objetividad). Del mismo modo, hoy uno no aprueba al demostrar materialmente sus conocimientos, sino por simple decisión propia o ajena (de los profesores); es decir, que solo aprueba en su imaginación.

La creencia en la omnipotencia del deseo y la voluntad mental es una herramienta de opresión

Pasar de curso sin aprobar es un modo implícito de dar la razón siempre al alumno. Su voluntad, su subjetividad, se materializaría como por arte de magia. Se trata de una especie de "yo sí te creo" de las aulas. No hace falta comprobación, argumento, ni prueba objetiva —es decir, un examen— para demostrar algo. Se torna todopoderosa la voluntad, pero una voluntad meramente mental, el simple deseo, cuando lo cierto es que una voluntad verdadera ha de materializarse en el mundo a través de la lucha y la objetivación, en un proceso correoso que nos sirve para madurar y mejorar como individuos.
Hay quien considera este tipo de medidas una forma de progresismo, cuando en realidad tales mecanismos son un producto ideológico del neoliberalismo que nos enseña eso de que lograr lo que te propones es fruto de una actitud mental, o que el sujeto "se hace a sí mismo".

Quien crea que progresar consiste en alimentar nuestras propias fantasías narcisistas está muy equivocado. En el fondo, la creencia en la omnipotencia del deseo y la voluntad mental es una herramienta de opresión e infantilización. Tratamos a los jóvenes, y no tan jóvenes, como bebés. Las palabras del mitólogo Joseph J. Campbell sobre el infante nos remiten a la nueva medida adoptada por el ministro de Universidades: "En el mundo del bebé las atenciones de los padres le conducen a creer que el universo se ajusta a sus propios intereses y que [el universo] está listo para responder ante cualquiera de sus pensamientos y deseos […] esto está ligado a una experiencia de efecto inmediato. La impresión resultante es la de una omnipotencia del pensamiento […] El mundo del niño es gobernado por reglas de mandato y respuesta", escribe. O, como decía Bourdieu: "Los niños son como pequeños burgueses".

Los intereses del poder

Estamos formando bebés grandes, vulnerables y narcisistas, narcotizados por sus propios deseos.
Vivimos inmersos en una estructura social y cultural global con múltiples tentáculos que nos reblandece y humilla subrepticiamente, al no dejarnos batirnos en duelo con la realidad objetiva y sus obstáculos. Y las medidas del ministerio de Castells, aparentemente izquierdistas (contrarias a la discriminación), sirven principalmente a los intereses del poder: crear jóvenes ignorantes, blandengues, que se crean sus propias fantasías (por ejemplo, que aprueban). Hoy cualquier persona a la que no des la razón te acusa de discriminación, y los aprobados sin recuperación operan de acuerdo con el mismo mecanismo: “o me apruebas por la cara, o me estás discriminando”. También hoy, en muchos casos, una verdad científica es considerada discriminatoria o es calificada de prejuicio, cuando no hay posjuicio (es decir, juicio elaborado a posteriori, tras argumentar, experimentar y probar) que un juicio científico.

El bufón era el anclaje del rey al mundo real, un anclaje que nos está siendo arrebatado a las personas de a pie

Vivimos en un mundo que nos impele a creernos nuestras propias fantasías. Y alguien se preguntará: ¿qué tiene de malo creerte tus propias fantasías? Una pregunta cuya respuesta es muy sencilla: creerte tus propias fantasías es la forma más extrema de alienación. Cuanto más pierde uno pie con respecto al mundo objetivo, de los objetos, más vivirá en entornos puramente virtuales, enajenados y falsos. ¿Es preferible vivir alegremente en un mundo de mentiras o luchar contra la realidad para transformarla? Al poder le interesa que nos creamos nuestros propios deseos y mentiras en el plano virtual para así apropiarse el ámbito de lo material. Y a su vez, a los poderosos no les interesa la adulación y el vivir falsamente. Es por ello que existió antaño la figura del bufón medieval, que podía decir la verdad "en broma" al rey, sin padecer retribución alguna. El bufón era el anclaje del rey al mundo real; un anclaje que nos está siendo arrebatado a las personas de a pie en nombre de un progresismo estadounidense, espúreo; un simulacro de progresismo. Para mí y para los míos abogo por sufrir, luchar y vencer en el mundo real. Y que ese plano virtual, al que nos vemos abocados a penetrar cada vez con más insistencia, se lo queden otros: los enajenados, los alienados...

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