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Cultura

Primo Levi y un escritorio de madera en Turín

Primo Levi y un escritorio de madera en Turín

Primo Levi pasó ocho meses en Auchswitz. Fue uno de los veinticuatro supervivientes de los casi mil judíos deportados por la Alemania nazi. Regresó a Turín en 1945, vivo. Ni él comprendía lo que había ocurrido, ni las personas a su alrededor parecían querer escucharlo. La primera noche que durmió en su casa, lo hizo bajo un edredón de las SS que había robado del campo. La suavidad de su propia cama le parecía un acto de injusticia, cuenta Ian Thompson en la biografía que escribió sobre Levi, de quien este 2019 se cumplen cien años de su nacimiento y quince desde su suicidio. El escritor consiguió sobrevivir a Auchwitz, pero no a su recuerdo de ceniza y muerte.

Recién llegado a su ciudad y empujado por la necesidad de entender cuanto había visto, Primo Levi comenzó a ponerlo todo por escrito: las cosas que había visto y escuchado, conversaciones y episodios. Sus pensamientos y obsesiones se multiplicaron en forma de notas que apuntaba sin orden en pequeños pedazos de papel o en el reverso de las cajetillas de tabaco y los billetes de tren, como si cualquier superficie fuera propicia para emulsionar aquel horror. De aquellos apuntes surgió Si esto es un hombre, una de las obras maestras de la literatura universal y testimonio del Holocausto. La terminó en diez meses. Entonces era empleado en la fábrica Pont de Nemours & Company, en Turín. Trabajaba con pinturas de día y escribía de noche.

A Primo Levi lo atenazaba entonces -nunca se libraría de ella- la sensación de haber regresado a un mundo que ya no reconocía y que nunca podría ser nuevo. Una vez terminado, el manuscrito llegó a manos de Giulio Einaudi, el fundador del sello editorial que encendió la luz en uno de los momentos más oscuros del siglo XX. ¿Si no es ahora, cuándo? Einaudi era un hombre empeñado en extraer belleza y lucidez debajo de cada piedra de aquella Europa destruida y supo rodearse de quienes, como él, buscaban intuitivamente lo mismo. Aristócrata de modales refinados y relacionado con el Partido Comunista Italiano, se convirtió en parte fundamental de la cultura antifascista italiana, de la cual su editorial fue la punta de lanza.

En el número dos de la calle Biancamano, en Turín, aún se conserva la mesa de madera en la que celebraba la llamada reunión de los miércoles de la editorial, un comité semanal al que acudían, entre otros, Cesare Pavese, entonces el director ejecutivo o la Natalia Ginzburg, una escritora que recién había publicado El camino que va a la ciudad y en quien Levi reparó con especial atención. Su padre había sido arrestado en Turín en 1934 acusado de subversión y Leone Ginzburg, su marido, había sido asesinado por los alemanes en Roma en 1944. Compartían la tragedia del fascismo y la guerra, el espacio histórico de un grupo tan desgraciado como excepcional.

'Si esto es un hombre'

La sensibilidad de Ginzburg parecía ser la mayor garantía de la que disponía Primo Levi. Químico egresado de la Universidad de Trín, Primo Levi apenas conocía los entresijos del mundo cultural, al que llegó jalonado por su capacidad de dar palabras a un horror hasta entonces inédito. El editor Einaudi rechazó el manuscrito. Algo en aquellas palabras reprochaba y taladraba a la Europa de aquel momento, dolida y paralizada ante su propio horror e incapaz incluso de leerlo. Levi publicó Si esto es un hombre de manera casi simbólica en una editorial minúscula. Diez años después, en 1956, Einaudi rescató el libro. Desde entonces no ha dejado de reeditarse y es uno de los más reclamados de su catálogo.

Primo Levi y un escritorio de madera en Turín

Agrupados alrededor de Giulio Einaudi y del fuerte influjo cultural turinés, los integrantes de aquel grupo -Levi, Pavese, Ginzurg, Elsa Morante y novísimo Calvino- vivieron esos años desde una profunda conmoción intelectual y estética que los configuró como una generación constelada, esa tragedia a la que Levi extrajo palabras para poder enunciarla. Algo de esa energía crepita y recorre las estanterías de madera de una sala acristalada llena de libros. Un lugar presidido por esa mesa y en cuya pared principal puede verse una serie de grabados del logo de la editorial, ese óvalo que aprisiona a un pavorreal rodeado por una inscripción: “Spiritus durrissima coquit”: el espíritu digiere las cosas más difíciles. Más que una frase, parece un propósito repujado en la mente de cada uno de estos hombres y mujeres.

“En la vida italiana de aquellos años, desierta e inmóvil, la aparición de aquellos libros fue un acontecimiento clamoroso” escribió Natalia Ginzburg sobre Einaudi, de la que fue una de sus columnas, hasta el final de sus días. Aquella Europa que se sacudía ante el autoritarismo, que se empeñaba en pensar cuando no era posible, se expresó tanto en Si esto es un hombre como en los libros escritos durante ese período, como Léxico familiar. Páginas en perpetuo ardor y que ya entonces refulgían con ese brillo adelantado al mundo en el que habitaron. Son una explosión que aún cruza la noche de nuestro tiempo con el milagro de sus palabras. Iluminan desde otro tiempo.

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