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Cultura

Análisis

¿Detesta usted los premios Goya? Sobran los motivos... de izquierda y de derecha

La gala del cine español se ha convertido en el mejor escaparate de las disfunciones del progresismo

Atención, pregunta: ¿cuál ha sido el mayor esperpento que han vivido unos premios de la cultura española? Seguramente la entrevista de alfombra roja a Eduardo Casanova en los premios Goya 2020. Embutido en un modelo de diseño, derrochando superioridad moral, el actor elevó el tono de voz para pedir “más dinero público para nuestras películas", mientras tantos parados, pensionistas y familias hacían equilibrios pandémicos para no caer bajo el umbral de la pobreza. Casanova reclamó también más “cultura antifascista”, con tono de militancia eufórica entre el lujo y glamur que le rodeaba.

Como en aquel viejo anuncio contra las drogas, una cosa era lo que él creía que estaba pasando -que asestaba un duro golpe a la derecha- y otra muy distinta lo que realmente estaba pasando -que se había convertido en icono del pijerío izquierdista más desconectado con la realidad-. El actor asumía que su discurso iba a perjudicar a Vox y en realidad les regalaba una estupenda campaña de promoción (como era de esperar, varios líderes de la formación verde compartieron el vídeo en sus redes sociales, igual que aquel post donde Rosalía proclamó “Fuck Vox” desde su avión privado). Llevamos ya varios años en Vozpópuli contando este tipo de disonancia de las celebridades progresistas.

En realidad, la gala de los Goya es una especie de miniatura del proyecto político del peor progresismo. Consiste en adorar como semidioses a cuarenta celebridades culturales mientras sudan la gota gorda un ejército de becarios remunerados de manera pésima (la polémica de 2019 dejó claro que militan en el progresismo simbólico, no aplicable a su propio funcionamiento). Una cosa son las reglas para la plebe y otra las de la zona VIP. Se puede criticar cualquier cosa que venga de la derecha, pero nunca a los bancos (patrocina La Caixa) ni el pijerío (verán muchos logitos de Moët & Chandon) ni  la obsesión por la imagen (Casmara se encarga de la cosmética). Los ricos de derecha se van de fiesta y lo disfrutan sin más, mientras que las nuevas élites progresistas solo divierten del todo si no reparten sermones sobre cómo tienes que vivir, qué películas debes ver y a qué partido debes votar.

Los Goya y la hipocresía política

Este año la película más nominada es El buen patrón, protagonizada por Javier Bardem y producida por Jaume Roures. Se trata del perfecto producto de los Goya: una cruda denuncia de la explotación laboral financiada por un productor (Jaume Roures) altamente cuestionable, desde sus prácticas de evasión fiscal hasta la persecución judicial de periodistas que le critican, pasando por los chanchullos futboleros que hicieron que la prensa francesa le calificase de ladrón.  Lo explicó espléndidamente Rubén Arranz en estas mismas páginas. Los Goya, básicamente, van de eso: de regañar al ministro de Cultura asistente cuando es de derecha y callar ante cualquier abuso de un magnate de izquierdas. El año pasado, sorpresa, batieron a la baja su propia marca de audiencia de los últimos quince años.

Nadie denunciará esta noche a patrones ‘progres’ que se llenan la boca de trotkismo pero guardan sus millones en paraísos fiscales

Algún lector habrá abandonado ya este artículo pensando que es un simple recordatorio de los argumentos ‘fachas’ contra los Goya (siempre resulta más sencillo insultar a quien señala una disfunción que rebatirlo). El caso es que el enfoque artístico del cine español también recibe sólidas críticas desde la izquierda. Mi preferida son dos columnas publicadas en la web CTXT, firmadas por Luis E. Carrasco y Luis Parés, bajo el título de Confort y conflicto. La tesis es que el cine español se volvió acomodaticio tras la Ley Miró – en realidad, un decreto de 1983- y que nunca nos hemos recuperado del todo.

Un fragmento muy explícito:  “La mayor pérdida que sufrió el cine de esa década fue la de dejar de relacionarse críticamente con la sociedad a la que pertenecía, cosa que no había pasado ni durante el franquismo -piénsese en el cine de los cincuenta, con películas como SurcosEsa pareja feliz o El inquilino-. El cine español de los ochenta pasó a ser un cine acrítico, más centrado en un esteticismo consensuado (las prácticas de vanguardia fueron desterradas) o en la accesibilidad de las narrativas antes que en contar su propio tiempo o el pasado reciente”, lamentan los autores.

Esta noche veremos a un montón de personas satisfechas y acomodadas, envueltas en trajes carísimos, dándonos lecciones blandas de moral tipo Mr. Progreful.. Hace más de treinta años, en plena apoteosis cultural del PSOE, la mayoría del gremio decidió que prefería el confort a cualquier conflicto artístico sustancial. Siempre es más sencillo escribir una fábula sobre malos patrones ficticios que plantarse ante empresarios ‘progres’ de carne y hueso que se llenan la boca de trotkismo pero guardan sus millones en paraísos fiscales y tratan a sus empleados igual o peor que unos marqueses de toda la vida.

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