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Cultura

Cómo echar a Alfonso XIII

El Hotel de Londres y de Inglaterra dominaba una playa de la Concha que ya atraía masas de bañistas.

En el Hotel de Londres y de Inglaterra no prestaron demasiada atención al numeroso grupo de caballeros que se reunió en uno de sus salones aquella mañana del 17 de agosto, en plena estación alta del veraneo donostiarra. 

Por aquel Hotel había pasado todo el gran mundo de varias épocas, desde el eterno príncipe de Gales, hijo de la reina Victoria, modelo de dandis y coleccionista de amantes, a Toulouse-Lautrec, el pintor de las noches de cabaret parisinas, de cuerpo contrahecho y vida depravada, aunque descendiente de los reyes de Navarra. Pero sus vistas sobre la Concha no sólo atraían a la realeza y la aristocracia, también a personajes turbios como aquella danzarina exótica que exhibía su cuerpo desnudo, Mata-Hari, que fue amante del Kronprinz, el príncipe heredero de Alemania, y luego espía alemana fusilada por los franceses.

Cotilleos e historias galantes aparte, el Hotel de Londres y de Inglaterra era también escenario de la Historia de España, un teatro especializado en representar dramas de monarquías que se van a pique. Aquí se alojó Isabel II en los días previos a su exilio, aquí pasó su último veraneo siendo rey de España Amadeo de Saboya, buscando relax tras el atentado que acababa de sufrir en Madrid. Y aquí se iba a decidir, ese 17 de agosto de 1930, el plan para echar de España a Alfonso XIII y proclamar la Segunda República.

Es curioso que el conciliábulo republicano se convocara en San Sebastián, una de las ciudades españolas de más carácter monárquico desde que María Cristina de Habsburgo, reina regente por la infancia de su hijo, Alfonso XIII, decidiera establecer allí su “Corte de verano” en 1886.

Cumbre republicana

En ese ambiente de realeza, rodeados de los espléndidos palacetes que duques y marqueses habían levantado en la bahía de la Concha, junto al Palacio de Miramar de la reina María Cristina, se reunió la crema del republicanismo español, empezando por su decano, Alejandro Lerroux.

Lerroux, fundador y jefe del Partido Radical, había sido el terror de la monarquía y la Iglesia a principios de siglo. Le llamaban “el Emperador del Paralelo” por su dominio sobre las masas obreras de Barcelona, y capitaneaba a los “Jóvenes Bárbaros”, a quienes animaba a convertir en madres (o sea, violar) a las monjas y quemar los registros de la propiedad.

Sin embargo Lerroux había evolucionado hacia la moderación, lo que le llevaría a chocar con la otra gran figura del republicanismo también presente en el Hotel de Londres, Manuel Azaña, de Acción Republicana, futuro jefe de gobierno y presidente de la República, la figura política más importante durante la Guerra Civil.

El republicanismo conservador, Derecha Liberal Republicana, estaba representado por sus primeras espadas, Niceto Alcalá Zamora, que se convertiría en primer presidente de la II República, y Miguel Maura, que sería ministro de Gobernación del primer gobierno provisional republicano, pese a venir de una familia monárquica de pro, pues era hijo de don Antonio Maura, famoso político conservador. Por la izquierda del espectro republicano estaban Álvaro Albornoz y Marcelino Domingo, del Partido Radical-Socialista, que ambos habían fundado cuando coincidieron en la cárcel dos años atrás.

Habían llegado representantes de tres partidos republicanos catalanes, que venían a lo suyo, a ver qué sacaban para el nacionalismo catalán. Y en nombre de la Federación Republicana Gallega estaba Santiago Casares Quiroga, que sería jefe del gobierno cuando se produjo el alzamiento militar de 1936 y fue absolutamente incapaz de enfrentarlo, dimitiendo el mismo 18 de julio.

Eran conscientes de que para derribar la monarquía y traer la República necesitaban pactar con otras fuerzas, los socialistas y los nacionalistas periféricos. El Pacto de San Sebastián consistió precisamente en eso

Los republicanos vascos estaban representados por Fernando Sasiain, presidente del Círculo Republicano de San Sebastián, que por la tarde se convertiría en anfitrión de la reunión, pues se trasladó del Hotel de Londres al Casino Republicano de la calle Garibay. No había venido nadie del Partido Nacionalista Vasco, porque ese partido de curas y beatas seguía las consignas de don Mateo Múgica, obispo de Vitoria, que había emprendido una campaña contra los republicanos, que “odiaban a la religión católica y eran partidarios del más puro libertinaje”.

Tampoco estaba presente el Partido Comunista, entonces una formación muy minoritaria en España, ni por supuesto los anarquistas, con quienes no se podía contar para nada serio. En cambio sí que había venido Indalecio Prieto, respetada figura del Partido Socialista Obrero Español.

El pacto de San Sebastián

Los republicanos eran conscientes de que para derribar la monarquía y traer la República necesitaban pactar con otras fuerzas, los socialistas y los nacionalistas periféricos. El llamado Pacto de San Sebastián consistió precisamente en eso. Se logró que los catalanes entrasen en el juego prometiéndoles presentar a la Cortes Constituyentes “un estatuto redactado libremente por Cataluña”, una oferta que se hacía extensible a “todas aquellas otras regiones que sientan la necesidad de una vida autónoma”.

En cuanto al socialismo, Prieto había acudido a título particular, pero se comprometió a conseguir, pese a su enfrentamiento con el sector oficial del PSOE encabezado por Largo Caballero, el compromiso de su partido y de la UGT, la poderosa organización sindical socialista. La participación de estas fuerzas socialistas era fundamental para el plan que se diseñó en San Sebastián, que consistía en un pronunciamiento militar, acompañado de una huelga general.

El proyecto revolucionario fue madurando en los meses siguientes, dirigido por un Comité Revolucionartio en el que estaban los de San Sebastián, más Largo Caballero, jefe del PSOE. Todo estaba preparado para dar el golpe el 15 de diciembre, pero por un malentendido la guarnición de Jaca se adelantó tres días, y los capitanes Galán y García Hernández se sublevaron y proclamaron la República.

Al hacerlo en solitario fracasaron. Fueron fusilados y el Comité Revolucionario detenido y encarcelado en Madrid. Pero la marcha de la Historia era inexorable, la monarquía de Alfonso XIII estaba muerta y así lo demostraron la elecciones municipales de abril de 1931. Aunque eso es ya otra historia.

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