Quantcast

Cultura

Delincuencia callejera

¿Quién teme a la panda del moco? Un mito vivo con mucha historia

En los salvajes años setenta y ochenta los 'niños de papá' sintieron una fuerte atracción por las drogas, la violencia y el macarreo

Pijo macarra en las terrazas de Juan Bravo, 1987
Terrazas de Juan Bravo, Madrid 1987, foto Miguel Trillo Miguel Trillo

En los últimos tiempos han aparecido numerosas referencias mediáticas a grupos de menores que hacen maldades y actúan con violencia en diferentes poblaciones españolas. Ya se trate de una pandilla de Meco o de otra de Orcasitas, se les conoce por el mismo nombre: la Banda del Moco. El año pasado por estas fechas saltaba la noticia de un grupo de menores que casi matan a una chica de 16 años a golpes, al tiempo que grababan la agresión (detalle que denota una infinita estupidez). Por lo visto, ya habían actuado del mismo modo en la zona de Meco en ocasiones anteriores. Por otro lado, el mes pasado saltó a los periódicos los actos vandálicos de otra pandilla de menores, también conocidos como la Banda del Moco. Por lo visto estos chicos del barrio de Orcasitas se dedican a quemar furgonetas, contenedores, toldos y parques infantiles al completo. Aunque también desentornillan las canastas de baloncesto en instalaciones públicas, estos chavales parecen ser, ante todo, un puñado de pirómanos.


Pero, ¿de dónde surge este calificativo de Banda del Moco? Primero habremos de decir que en el folclore urbano tradicional —que es lo que aquí nos interesa— no se habla de 'banda', sino, más bien, de 'panda'. El mito fundacional hace referencia a la Panda del Moco, no a la Banda del Moco. Ya antaño las abuelas decían eso 'la Panda del Moco, únete que somos pocos'. Siendo un dicho, este cobró vida allá por los años setenta, la edad de oro de las pandillas callejeras. Estas se pusieron de moda, entre otras cosas, con el estreno en España de West Side Story en 1963 (aunque en Estados Unidos se estrenó dos años antes, aquí llegó en esas fechas). Surgieron en Madrid pandillas como los Ojos Negros (Arganzuela), los Trompas (Vallecas), los Látigos (Carabanchel), Rana Verde (Orcasitas), los Gatos Negros (San Blas), los Vikingos (Canillejas), los Chonis (San Fermín) o los Bichos (de Entrevías). Y no solo en Madrid, sino en muchas otras ciudades españolas. En Valencia contaba con los Smoks y los Mini-Smoks (barrio del Carmen), los Rebordes (Burjasot) o los Cheyenes (Benicalap), por poner unos pocos ejemplos. En Valencia se llegó a crear la legendaria Brigada 26 o Sección 26 (también conocidos como los 'Hombres de Harrelson') para combatir la violencia pandillera. Estos patrullan solo de 12 a 6 de la madrugada y operaron desde 1973 hasta 1986.

Tras la Transición hubo una lucha de clases en las calles y la Panda del Moco eran representantes de las élites económicas

Por esos tiempos ya se hablaba de varias pandillas de 'quinquis' conocidos como la Panda del Moco. De alguna de ellas se decía que su líder era conocido como el Moco, por eso de sonarse sin pañuelo sobre las aceras. Sin embargo, la más famosa Panda del Moco cobró vida en 1980 con el surgimiento en Madrid de un grupo de pijos malos practicantes del full contact que sembraban el terror en distintas discotecas madrileñas, entre las que destacaban Pachá, Gaslight o Look. Estos chavales de la zona de Paseo de la Habana, cerca del Bernabéu, pusieron de moda las zapatillas New Balance, llevaban vaqueros Levi’s y cazadoras vaqueras con borrego. Eran algo así como los Cobra Kai de Karate Kid (1984), pero antes del estreno de la película. Con la explosión de las películas de artes marciales iniciada Operación dragón (1973), de Bruce Lee, muchos jóvenes a lo largo del mundo se iniciaron en distintas formas de lucha en gimnasios que iban abriendo a lo largo y ancho del territorio nacional. Muchos macarras de barrio admiraban a Bruce Lee.

De los barrios hasta el Rey

Como me dijo un informador en una ocasión sobre los años setenta: "Nuestro ídolo en aquella época era Bruce Lee… porque daba unas hostias como panes". Pero no solo los chicos de barrio se iniciaron en las artes marciales, sino que muchos pijos y gente de grupos fascistas como Fuerza Nueva, Guerrilleros de Cristo Rey o Primera Línea de Falange, también se agregaron a la fiebre del kung-fú, el judo o el muay Thai. En palabras del fotógrafo Alberto García-Alix: "[Las artes marciales] eran cosa de los Guerrilleros de Cristo Rey. Todos los grupos fascistas eran los que regentaban los gimnasios", explica en Vozpópuli.

A finales de los setenta llegó a España el full contact de la mano de Mariano Morante y Ramón Gallego, entre otros. Morante era amigo de Dominique Valera, un francés de ancestros españoles, que importó el full contact desde Estados Unidos, junto con Joe Lewis, maestro karateka y discípulo de Bruce Lee. El propio Rey Juan Carlos asistió a los Campeonatos de Europa de full contact celebrados en recinto del Magariños en el año 1979 puesto que era admirador de Dominique Valera; de hecho, el propio Juan Carlos había sido karateka en su juventud, junto con su cuñado el Rey Constantino II de Grecia, que llegó a ser cinturón negro.

Loic Veillard, el Francés, con Dominique Valera


Diferentes miembros de la Panda del Moco comenzaron a entrenarse en full contact con Ramón Gallego, allá por los ochenta en su gimnasio del barrio de Parque de las Avenidas (todavía abierto hoy, en calle Biarritz, 1). Los chicos de la Panda del Moco eran aptos y comenzaron a dar rienda suelta a su violencia, primero frente a grupos fascistas y luego contra macarras de clases sociales menos pudientes. Tuvieron, primero, una famosa pelea con gente de Primera Línea de Falange en una discoteca llamada Gaslight. Tras los puñetazos y la sangre derramada por las calles, acordaron verse de nuevo al día siguiente. Sin embargo, cuando volvieron a encontrarse a la hora y el día citados uno de los líderes de Primera Línea dijo a los 'Mocos': "Mirad tíos, si queréis, vamos a Vallecas y nos pegamos con los gitanos, con los macarras, pero pegarnos entre nosotros es una gilipollez", tras lo cual se hicieron amigos. Fachas y pijos —aunque también muchos de estos pijos eran fachas— se asociaron en este caso frente a un enemigo común. Tras la Transición hubo una lucha de clases en las calles y la Panda del Moco eran mayormente representantes de las élites económicas; curiosamente, varios de ellos eran judíos.

A 'El Francés', cuyo nombre real es Loic Veillard, se le conoce hoy como 'La mano Negra de Vox' por haber realizado trabajos sucios para ese partido

La hostilidad entre barrios pijos y obreros estaba servida. Por poner un ejemplo, la gente de la época habla mucho de un tal Nervios, un pijo pegón de Paseo de la Habana, también relacionado directa o indirectamente con la Panda del Moco. Rafa Silva, pijo de la época, afirma: "Luego, estaba [por ahí] el Nervios. Este pavo fue de los primeros que hacía full contact en Madrid y lo que le gustaba era darse de bofetadas. Y, de hecho, cogía con otro tío cuyo nombre no recuerdo, se iban a barrios chungos a buscar pelea: “Nos vamos a Vallecas, vamos a pelearnos con los macarras”. Era un 'venao', le llamaban el Nervios porque era un chalao'. Se dice que con los años el Nervios se hizo mercenario de guerra. La Panda del Moco estaba compuesta por varios nombres: 'El Judío', 'El Francés', 'El Italiano', 'El Comín', 'El Garrul' y otros. 'El Francés', cuyo nombre real es Loic Veillard, también iba a barrios de extrarradio para que le increpasen o le intentasen atracar y así iniciar una pelea; además, competía en full contact, llegando a ser campeón de Castilla (hoy se le conoce como 'La mano Negra de Vox', puesto que ha realizado trabajos sucios para dicho partido político).

'El Francés' en el Paseo de La Habana


Acojone en Pachá

Pero la Panda del Moco no solo combatía a gente de barrio sino a otras tribus urbanas. En palabras de Pablo Full, uno de ellos: "Nosotros éramos de la época de la movida madrileña, del Rock-Ola, el Marquee, cuando había tribus en Madrid, estaban los mods, los rockers, iban los punkis con las crestas. Y a todos esos les pegábamos porque nos caían mal, ¡porque eran de otra tribu! Veíamos a unos de esos y ya nos encendíamos". Tuvieron una famosa pelea con unos rockers en la zona de Azca. Habla Pablo Full de nuevo: "Lo de los rockers fue en [calle] Orense, que el Judío le cortó el tupé a uno y el tío llorando: '¡No, no, que llevo cinco años para dejarme crecer este tupé!' Y el Judío se lo cortó [de todas formas]".

La Panda del Moco se convirtió en una leyenda y muchos les temían. Pablo Full: "En Madrid nos conocía todo el mundo, era acojonante. Llegábamos a Pachá y todo el mundo acojonado, llegábamos al Callejón [un local de la época] y: 'Esos son la Panda del Moco'. Todo el mundo se quería hacer nuestros amigos, las tías: '¡Mira estos!'". Algo similar me comenta otro pijo de la época que prefiere hablar anónimamente: "Sí, eran [famosos] y tenían un aura de leyenda urbana. Pero luego, también, como es natural, la gente tendía a engordar el fenómeno. Había varias bandas de estas, de niños de papá, de pijos que se aburrían. Pero no eran solo una [pandilla], hubo varias, tres o cuatro por lo menos, de una cierta notoriedad. Había varias bandas de pijos. Había gente chunga de niños de papá".

Se puso de moda entre los niños de papá el ser matones o traficantes, y muchos de ellos acabaron muy mal

Como bien dice mi informador, surgieron diferentes bandas de pijos malos allá por los ochenta. Se hablaba de la Panda del Huevo, en la cual militaba un hermano pequeño de líder de la Panda del Moco; estaban los Tigres de Jácara, que paraban en la discoteca Jácara, en calle Príncipe de Vergara (dentro de poco el local será un Mercadona); o los Mantecos, que paraban en unos billares de la calle Castelló, en el Barrio de Salamanca. Lo cierto es que en los ochenta y noventa se puso de moda el arquetipo del pijo malo, del que, en gran medida, surgió la figura del bakala malote, que vestía Pedro Gómez y New Balance, además conducir coches Golf GTI, todos ellos elementos originariamente vinculados al mundo pijo. Además, muchos pijos estuvieron vinculados a la escena del bakalao de entre finales de los ochenta y primeros de los noventa; tanto en Barcelona —bailando en discotecas como Psicódromo—, como en Madrid —en Áttica—. El bakala de los noventa fue, en gran medida, un híbrido entre los nazis de Barcelona y los pijos de Madrid. Y, no solo eso, sino que la música bakalao fue traída a dichas ciudades, en muchos casos, por pijos que veraneaban en el Levante y luego volvían a sus respectivas ciudades tras las vacaciones. El pijo malo se convirtió en una figura urbana muy visible en aquellos años. Básicamente, se puso de moda entre los niños de papá el ser matones o traficantes, y muchos de ellos acabaron muy mal; varios de ellos desaparecidos, fugados o asesinados y depositados en maleteros de coches.

La Panda del Moco representó el arquetipo de esos pijos malos que proliferaron posteriormente. Y, ¿qué tienen en común todas estas Pandas del Moco ya sean actuales o antiguas? Que todos sus miembros eran muy jóvenes cuando cobraron fama. Es decir, que eran unos mocosos, gente muy joven. Y la historia se repite. Ha habido muchos Vaquillas y muchos Ratas, muchos Isra el Loco y muchas Pandas del Moco. Hoy vemos como el mito es encarnado de nuevo gracias a un folclore callejero espontáneo y sirve su nombre para bautizar a nuevas hordas de jóvenes agresivos, gamberros y violentos. Sin embargo, la Panda del Moco más legendaria fue la de los años ochenta, repleta de pijos del Paseo de la Habana, que aquí hemos querido rememorar para aquellos que ya oyeron hablar de ella, o descubrir para aquellos que desconocían su existencia.

Iñaki Domínguez es antropólogo y autor de los ensayos 'Macarras interseculares', 'Homo relativus: del iluminismo a Matrix' y 'Sociología del moderneo'.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.