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Cultura

El pacto de Picasso con Dios y el pulso de la existencia

Picasso juró a Dios que dejaría de pintar si salvaba la vida de su hermana Conchita, que murió a los 8 años de difteria

La vida en blanco y Negrete / Vanesa Nérida.

Picasso siempre guardaría en el recuerdo el azul de su infancia. El azul de las aguas del Atlántico, de la ciudad de A Coruña, que miró a través de sus ojos de pintor incipiente de 10 años, y en la que descansa desde hace más de un siglo su hermana Conchita, muerta de difteria con solo 8 añitos. Sus restos descansan en el cementerio de San Amaro y dan fe de uno de los momentos más desgarradores de la vida del artista. Picasso llegó a jurar ante Dios que dejaría de pintar si salvaba la vida de su hermana Conchita, a quien quería con el alma. La niña murió, su familia dejó Coruña y Picasso siguió pintando con el recuerdo indeleble de aquella pequeña de rizos rubios y grandes ojos negros.

Einstein ya vaticinó que la estupidez del hombre es infinita, como también lo es su ignorancia. Me tropecé con esta historia del pintor malagueño en mi última visita a Crunia –nombre de la mujer de la zona de la que se enamoró el mismísimo Hércules, tras derrotar al gigante Gerión, y que bautiza a la ciudad-.

Es un lugar que se debate entre la melancolía y la felicidad, como las olas del mar que golpean Riazor y luego se retiran con suavidad. Es el pulso mismo de la existencia, los altibajos indisolubles de nuestro devenir. Estos días, en la Fundación Marta Ortega, cerca del Casino de Coruña, se expone una colección de fotografías de Helmut Newton, fotógrafo judío que también estuvo al tanto de que los humanos damos vueltas dentro de un yoyó.  

Este fotógrafo, autor de la mujer “newtoniana”, una mujer que destila fortaleza y dominación sin renunciar a sus atributos femeninos, tuvo que huir de la Alemania nazi. En un retrato posa sonriente con Billy Wilder, que también tuvo que escapar de la barbarie y perdió a toda su familia en Auschwitz.

Ambos triunfaron en sus respectivos campos tras pasar no pocas penurias. Newton –que se cambió de apellido, ya que el original es Neustädter- retrató a insignes del mundo de la moda como Gianni Versace, Yves Saint Laurent, Karl Lagarfeld; a ídolos glam-pop como David Bowie o Andy Warhol; y hasta a la mismísima Margaret Thatcher. Wilder, por su parte, nos brindó obras maestras como ‘El Apartamento’, ‘Con faldas y a lo loco’ o ‘Días sin huella’.

‘El Apartamento’ es, sin duda, una de las películas que mejor toma el pulso vital. Ese contraste de risas y miradas tristes, de ilusiones y decepciones, de amores y desamores. Así se conjuga el verbo “vivir”.

Al salir de la exposición de Newton, me fijé en la soleada bahía coruñesa. Estaba absorto en las tonalidades que formaba el cielo en el agua cuando, de repente, un cetáceo de importantes dimensiones hizo acto de aparición. Por un instante pensé que había sido una ilusión, que había perdido la cabeza definitivamente. Me giré y vi a un guardia de seguridad contemplando lo mismo que yo. Me acerqué:

-Eso que he visto, ¿qué es?

-Son delfines.

-Me quedo más tranquilo, pensé que me lo había imaginado.

-No, en absoluto. Vienen aquí con cierta frecuencia. Son tres. No sabemos por qué lo hacen. Es raro que estén en el mismo muelle, tan cerca de los humanos.

Nos quedamos mirando la bahía mientras los tres delfines entraban y salían del agua, alejándose poco a poco. A un lado, la exposición fotográfica, y a otro, el Castillo de San Antón, una vieja fortaleza del siglo XVI pensada para proteger la ciudad de los ataques ingleses. Hoy, mero testigo del baile de los delfines. Una vez más, el ir y venir de la existencia.

Coruña es la ciudad de muchas infancias, pues también acogió la de María Casares, hija del presidente del Gobierno de la República, Santiago Casares Quiroga, y eterna amante de Albert Camus. “El único lugar al que no fui en España –al volver del exilio- es Galicia; la de mi infancia siempre se mantuvo con vida y fresca. No quiero que me perturben otras imágenes que se yuxtapongan a ella. Es mi jardín secreto, donde extraigo el jugo de mi vida y de mi trabajo”.

Una misma ciudad, tumba y jardín de la infancia. Los delfines bailan, una niña descansa en su tumba y los recuerdos cabalgan por sus calles mientras las olas marcan el tic-tac de la vida.

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