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Cultura

Centenario de la Legión (2): el novio de la muerte

Franco y Millán Astray cantando El Novio de la Muerte

Un cuplé trágico del estilo de El Relicario, pero que se cantaba a ritmo de charlestón, se ha convertido en el auténtico himno de la Legión. Y lo que es más, una canción del repertorio de todos los cabarets al Norte y Sur del Estrecho de Gibraltar, la música por excelencia de la Semana Santa andaluza, la salmodia que cantan incansablamente, durante las siete horas de la procesión de Jueves Santo, los legionarios que escoltan al Cristo de la Buena Muerte en la "madrugá" malagueña. Es El novio de la muerte.

Pero resulta que El novio de la muerte no es sólo leyenda y folklore, sino que es real. Tenía nombre y apellidos, Baltasar Queija Vega, y un protagonismo único e irrepetible en la Legión española: fue el primer muerto del Tercio.

Baltasar Queija nació con el siglo en Minas de Ríotinto, provincia de Huelva, en una familia humilde de ocho hermanos. En un pueblo con ese nombre el que quisiera salir de pobre tenía que bajar a la mina, pero Baltasar no tenía físico para ser minero, medía metro y medio a los 20 años, y se hizo camarero. Se buscó la vida en Canarias, pero su destino no estaba en un bar de Tenerife. Un día vio un cartel: “Alistaos en el Tercio de Extranjeros”. Y fue esa llamada de la gloria, de la vida aventurera o del dinero, por lo que se alistó en la Legión por cinco años, cobrando una prima de enganche de 700 pesetas, con una soldada de 4,10 pesetas diarias, sumas considerables en 1920.

En Ceuta Millán Astray los recibió con una de esas arengas que no dejaban indiferente a nadie: “¡Venís a morir!”. Fue lo primero que oyó del fundador de la Legión, que tras dorar un poco la píldora con promesas de honor, gloria y ascensos, terminó: “Combatiréis siempre y moriréis muchos. ¡Quizá todos! ¡Caballeros legionarios! ¡Viva el Tercio! ¡Viva la muerte!”

Baltasar Queija fue encuadrado en la en la 6ª compañía de ametralladoras de la II Bandera, y el 1 de enero de 1921 su unidad ocupó una posición cerca de Beni Hassan, con la misión de realizar patrullas de reconocimiento y dar protección a los convoyes entre Zoco el Arbaa y Xeruta.

No llevaba una semana en ese destino, donde hacía un frío polar, cuando Baltasar salió de aguada; es decir, a recoger agua potable. Iba una escuadra de cinco hombres y, mientras realizaban la aguada, hubo un “paqueo”. Es decir, fueron tiroteados por unos “pacos”, como llamaban a los francotiradores moros. Fueron solamente siete tiros, pero uno de ellos hirió mortalmente a Baltasar. Sus compañeros respondieron al fuego e hicieron retroceder a los rifeños, pero no pudieron hacer nada por Baltasar, salvo llevarse su cadáver a la unidad. Ahí se estableció sobre el campo de batalla una regla inapelable de la Legión: no abandonar jamás los cadáveres de los compañeros. 

El primer muerto

Era el primer muerto de la Legión y Millán Astray ordenó “enterrarle con la mayor solemnidad”, pero además inmediatamente surgió una leyenda, alentada por el jefe del Tercio: “Parece una novela, mas sus compañeros lo aseguran –escribiría Astray-. Cierto día a los muy pocos de salir al campo, dicen que recibió una carta fatal. Allá en su pueblo acababa de morir la mujer de sus amores, y el poeta, en la exaltación de su dolor, se emplazó a sí mismo, invocando el unirse a la muerta con la primera bala que llegase”.

Dijeron que sobre el cadáver de Queija encontraron un papel donde había escrito: “Somos los extranjeros legionarios / el Tercio de hombres voluntarios /que por España vienen a luchar". Y estos tres versos aislados y de poco arte le sirvieron a Millán para apodar al antiguo camarero “el poeta”.

Pero habría un poeta para elevar al campo artístico esa historia que contaban los legionarios. Fidel Prado Duque era un periodista del Heraldo de Madrid que, para mantener a sus seis hijos, complementaba su trabajo de gacetillero con lo que saliese: obras de teatro, letras de canciones, guiones para tebeos y novelas populares, primero de amor y luego del Oeste. Su capacidad de producción era ciclópea, como atestiguan las 1.150 novelas de Oeste que escribió bajo el seudónimo F.P. Duke. Pero su obra más famosa sería sin duda la letra de El Novio de la Muerte.

Quiso la Historia que la presentación del 'Novio de la muerte' en África tuviese lugar en el Teatro Kursal de Melilla el 30 de julio de 1921, cinco días después de que llegara a esa ciudad la bandera de la Legión

La escribió en 1921 en un momento en que todo el mundo hablaba de la Legión, demostrando su oficio tanto en el género de la tragedia romántica como para la novela de aventuras: “Soy un hombre a quien la suerte / hirió con zarpa de fiera / Soy el Novio de la Muerte / que abraza con brazo fuerte / a tan leal compañera”. El 21 de Julio la estrenó la cupletista Lola Montes, en una función de varietés en el Teatro Vital Aza de Málaga, y quiso la casualidad que asistiese al espectáculo la duquesa de La Victoria, quien dirigía los hospitales de la Cruz Roja en Marruecos.

A Doña María Eladia Fernández Espartero y Blanco, grande de España, le gustó tanto el cuplé que se llevó a Lola Montes a Melilla para que lo cantase allí, y quiso la Historia que la presentación de El novio de la muerte en África tuviese lugar en el Teatro Kursal de Melilla el 30 de julio de 1921, cinco días después de que llegara a esa ciudad la bandera de la Legión del comandante Franco, que salvó a Melilla de ser tomada a sangre y fuego por los moros, que habían exterminado al ejército español en el Desastre de Annual.

Su éxito estaba asegurado.

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