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Música Z: demasiado jóvenes para tanta nostalgia

La melancolía y las letras depresivas abundan en una generación que no quiere cambiar el mundo, sino pararlo para descansar

Pregunta para el arranque: ¿de dónde viene la fascinación por lo retro y lo nostálgico entre la generación Z? ¿Nos hemos vuelto un grupo social deprimido? ¿Acaso no somos demasiado jóvenes para sentir tanta nostalgia? Son preguntas que nos persiguen a algunos desde hace tiempo y que la escena de la música "joven" española no nos deja de recordar. Por un lado, la añoranza, la frustración y la impotencia que nos define como "generación desesperanzada" ha llegado a calar hondo en las letras, la actitud y la estética de gran parte del pop actual. Por el otro, pesa nuestra dificultad para emanciparnos y también para superar nuestro pasado, también a la hora de crear nuevos sonidos con la confianza y la autoestima que eso implica.

Cara a cara con la euforia pueril de los 2000, que tan bien encarnaba el pop español (Pignoise, El Canto del Loco, Despistaos…), una parte importantísima de la música joven y "pop" de nuestros días parece melancólica y depresiva, patológicamente nostálgica. Como si confesarse frágil o desbordado se hubiese vuelto un punto de identificación entre el artista y el oyente más poderoso que pretenderse "desatado" y en júbilo. Una relación donde el primero ha perdido ya los complejos de desnudarse emocionalmente y al segundo no le importa reconocerse en él. Pero también como si ya no existiese la necesidad de hacer algo nuevo, auténtico o rompedor para obtener un reconocimiento; como si bastase con mirar hacia atrás o compartir tus ganas de interrumpir el paso del tiempo.

En el microcosmos del pop español, este giro lo representa muy bien el éxito del último disco de Hens (Segovia, 1998), que su discográfica Sony reconoce explícitamente como un "ejercicio de nostalgia" hacia la radiofórmula dosmilera. Con sus videoclips con estética VHS, sus guitarreros a lo Blink 182 y sus 'colabos' con los autores de la banda sonora de Física o química (2008), el disco "Hensito" (2021) es un ejemplo cristalino de los nuevos odres a la nostalgia 'zoomer'. Un disco donde la desacomplejada ansiedad de su autor resume el estado de ánimo vital de casi una generación entera que "vive desconcentrada / deja todo sin hacer / y sólo levanta el ánimo / como dos días al mes". Una crónica entre parques, andenes de cercanías y habitaciones desordenadas donde el objetivo ya no es el éxito, la fama o la autocelebración sino sólo sobrevivir.


Impotencia estética

Diría que esto que se refleja en el pop centenial también se deja ver a lo largo de todo el arco de la escena musical "joven" en nuestro país (estoy rehusando del término "urbano" porque en la España vaciada también hay jóvenes artistas). Se palpa en los temas "Desde las alturas" (2020) de Guitarricadelafuente y la "Química" (2017) de Juancho Marqués a los pena-penita-pena de la Albany en "Para que no duela" (2019), de las "Cicatrices" (2017) de Natos y Waor a los outfits de Cupido o "La Bajona" de Cariño (2018).

Los sonidos de la nostalgia demuestran ser un bálsamo perfecto para una generación que ya no sueña con revolucionar el mundo sino con pararlo

Estéticamente queda grabado en esta pasión por los videos glitcheados, las tipografías retro, los colores chicle, las luces de neón y los lugares-refugio que rebosan los videoclips de la Generación Z. Musicalmente, por los samplers anacrónicos (de aguja sobre un vinilo, casetes rebobinando, o el traqueteo de los proyectores de cine), los beats ralentizados y las reverbs pegajosas. Parafraseando al crítico cultural Mark Fisher, la creatividad centenial vive constantemente bajo el acecho de los futuros que cancelamos, así como de una tremenda impotencia para imaginar nuevas estéticas y sonidos fuera de la nostalgia y la repetición.

La Música Z está plagada de retromanía, de fetiches y filias por un pasado que no podemos traer de vuelta; un pasado que quizás ni existió o que muchas veces no hemos vivido, pero que ha hecho muesca en nuestra forma de sentir el mundo. Y esto es algo que como gallego centenial noto directamente en el trap morriñero de nuestra tierra, con sus odas al colacao y el fútbol de los 2000 y sus alegorías con Son Goku, ídolo prometeico por excelencia para los que crecieron viendo los dibujos por la televisión gallega.

De hecho, el mejor disco de música urbana en la escena gallega, Embora (Verto, 2021), es un ejemplo cristalino de todo esto. Fraguados a golpe de sinte y bombo, sus vibras de funk ochentero y sus acentos a lo vaporwave envuelven algo radicalmente creativo (y demostradamente atractivo entre la gente joven de Galicia) en un aura sumida en la añoranza. Una aura que nos refugia en un pasado acogedor. "Cansados de estar siempre cansados", como dicen los Verto, los sonidos de la nostalgia demuestran ser un bálsamo perfecto para la banda sonora de una generación que ya no sueña con revolucionar el mundo sino con pararlo.

Tangana y Bad Bunny

Es una parte importantísima de la banda sonora de una generación desbordada por dos crisis, angustiada por el futuro y huérfana de certezas: todo un espejo de nuestra época. Una época donde esa fragilidad consciente y esa incapacidad para procesar el futuro (o la ausencia de uno) ha minado hasta el pedestal de los grandes ídolos. Quizás por ello, tras la egomanía de C. Tangana en Avida Dollars ( 2019) e Ídolo (2019) somos capaces de empatizar con sus miradas en blanco en "Bien" y "Nunca Estoy" (2020); igual que hemos asumido que el mismo Bad Bunny que nos dió "Safaera" y "Yo perreo sola" nos transporte nostálgicamente al interior de su viejo cuarto en "Desde el Corazón" (2018) o comparta su desencanto con la sensación de vacío de pasar "Otra Noche en Miami" (2018). La cara b de una sociedad individualizada donde se rinde culto al éxito y la felicidad más carnívora ha resultado ser eso: un desengaño colectivo donde sabemos que hasta nuestros ídolos viven atrapados en una velocidad angustia que no lleva a ningún lado. El éxito de una música que nos promete un refugio sanador que, claudicado el futuro, sólo encontramos mirando hacia atrás.

No es políticamente viable ni socialmente sostenible que sintamos con veinte años la nostalgia hacia el pasado que nuestros padres tienen a los sesenta

Para darle la vuelta a todo esto no hace falta sólo voluntad. Es normal que la banda sonora de una juventud replegada a la intimidad de su cuarto, acechada por la falta de oportunidades, suene a eso: a frustración y desamparo. Sin embargo, para no caer en el resignación y la impotencia, convendría replantearse si tiene soluciones o salidas a medio plazo (y cuáles serían). Es sociológicamente comprensible que, en una sociedad así, nos vendamos al pecado de la gula cuando nos traen de vuelta los Nestlé Jungly de nuestra infancia y cultivemos nuestras parcelas de Animal Crossing como haríamos con las plantas de esa casa que no podemos permitir. Es sociológicamente entendible que nos emocionemos con los recuerdos de Ana Iris Simón en Feria, o que aliviemos nuestra ansiedad en los lo-fis más excéntricos (el titulado Dakiti… pero estás en la disco/pub/club y vas al baño tiene más de medio millón de visitas). Pero no es políticamente viable ni socialmente sostenible que sintamos con veinte años la nostalgia hacia el pasado que nuestros padres tienen a los sesenta.

¿Es inevitable que las música Z deje un sabor de boca a Aprazolam en sus sonidos y sus letras? Yo diría que no. Me parece que la música de una generación con capacidad para emanciparse, con capacidad de ilusionarse, con capacidad de crear con voz propia y de sentirse escuchada, sonaría radicalmente diferente. Pero mientras no bajan los alquileres y se cronifica nuestra expulsión del mercado de trabajo y los asuntos públicos, la precariedad y el sentimiento de vulnerabilidad que dos crisis económicas consecutivas han normalizado en nuestra vida seguirá haciéndose notar en nuestra forma de crear y escuchar música, que no es más que otro reflejo de nuestra desganada actitud hacia el mundo que nos rodea. Para que la música de nuestra generación deje de tener esas tendencias depresivas hacia el lamento y la introspección, para que pueda emanciparse de sus deudas estéticas y sonoras con el pasado, hace falta que podamos sentir y vivir las cosas de otra manera. Ya saben ustedes quien tiene la llave para eso. ¿La usarán?

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