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El polémico Mohamed Chukri y el lado oculto de Tánger

Rocío Rojas-Marcos publica 'Mohamed Chukri', ensayo sobre un escritor de prestigio internacional que aprendió a leer y escribir con veinte años

Mi amigo ‘Moha’, Mohamed el Ghazouani el-Mzamzi, es natural de Ksar al-Kabir, ciudad fronteriza entre protectorados cuando España y Francia administraban Marruecos. Pasaba largas temporadas en Tánger y siempre cuenta que la ciudad de la que tanto hablábamos poco tenía que ver con la que él conocía. A los procedentes de otros países nos entusiasmaba ser parte de una realidad-ficción alejada de la cotidianidad de la gran mayoría de sus habitantes autóctonos. Lo leído y escuchado la convirtieron en una especie de paraíso cultural donde las libertades fluían, contribuyendo a ello la venta de kif en los estancos, en contraste con el supuesto despotismo existente en Estados Unidos, Reino Unido o Francia. De España mejor no hablar, en Marruecos había más libertad que en nuestra patria “grande y libre”, acarreando que un buen número de españoles migraran hacia allí por motivos políticos o económicos. Fue el caso de mis padres, allí se casaron y tuvieron sus dos primeros hijos, mi madre decía que era el lugar donde fue más feliz.

Supongo que esto me hizo tener fijación por la ciudad a la que he viajado en numerosas ocasiones, y en la que he tomando té y zumo en cafés llenos de policías –no solo en el Hafa–, he visitado zocos, playas, pastelerías, librerías –no solo la Librería Des Colonnes-, la cinemateca –punto de encuentro con los amigos residentes– y el barrio de Marshan, donde vivieron mis progenitores. Idealización orientalista fascinado por historias como las de Gertrude Stein invitando a Paul Bowles a realizar su primer viaje a la ciudad en la que finalmente recaló, convirtiéndose en la antigua Tingis en anfitrión de escritores, músicos y todo tipo de buscavidas: Truman Capote, Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Djuna Barnes, Patricia Highsmith, Samuel Beckett, Virginia Woolf, Gregory Corso, Jean Genet, Tennesse Williams, Marguerite Yourcenar o William Burroughs, y no solo relacionados con la generación beat, también el paraguayo Augusto Roa Bastos, el nicaragüense Rubén Darío, el cubano Alejo Carpentier o el pintor chileno Claudio Bravo entre otros muchos, pasearon por sus calles, algunos con anterioridad al escritor norteamericano. Todos presentes en la ciudad pero poco relacionados con la auténtica población. Estar donde el otro sin el otro, algo de entonces que se repite ahora.

Portada del ensayo, publicado por la editorial Zut

Más allá de la generación beat

Incrédulo, conocí la historia de Brian Jones, expulsado del Reino Unido por consumo de drogas y por participar en orgías, y su relación con los músicos de Jajouka, aldea difícil de encontrar y que el amigo ‘Moha’ nos descubrió hace relativamente poco. Jones pasó a ser mi stone más admirado y tomé distancia con el resto, especialmente con Keith Richards. También procuré entender el color de las pinturas de Delacroix, Bacon, Matisse o Van Rysselberghe, y las de Mariano Fortuny, Antonio Fuentes, Josep Tapiró, Francisco Iturrino o José Hernández, algunas creadas en las terrazas de la Pensión Fuentes; en sus mesas de mármol hoy se disfruta de los partidos de nuestra Liga de fútbol, buen termómetro de la ciudad. Como lo fue el Gran Teatro Cervantes, donde Juanito Valderrama empezó a dar forma a “El emigrante” después de actuar ante cientos de exiliados, pasando por aquel escenario algunos de los artistas más reconocidos del periodo de entreguerras como el tenor Baldoví, el barítono Manuel del Real o los representantes más conocidos de nuestra canción popular.

La literatura es la mejor manera de acercarse a la ciudad. Escritos y letras de Pío Baroja, Emilio Sanz de Soto, Ramón Buenaventura, Carmen Laforet, Juan Goytisolo. Las de los Haro, tanto del padre Eduardo Haro Tecglen director del diario España de Tánger, como del hijo Eduardo Haro Ibars, referencia de la cultura pop, transgresor, autor, poeta, letrista de la Orquesta Mondragón y de Glutamato Ye-Yé –de esta última banda formaba parte su hermano Eugenio. Tradición continuada por escritores como Javier Valenzuela, María Dueñas, Antonio Lozano, Cloti Guzzo, Leopoldo Ceballos, Javier Roca Vicente-Franqueira, Pablo Cerezal o el poeta tangerino Farid Othman-Bentria Ramos, a los que podemos asociar, como comenta Rocío Rojas-Marcos, en el marco de una literatura menor en el sentido que Gilles Deleuze y Félix Guattari dieron al término en el ensayo Kafka, “no es la literatura en un idioma menor, sino la literatura escrita por una minoría dentro de un idioma mayor”.

Los dos escritores tanjaouis que más me impactaron fueron Ángel Vázquez, que cambió su nombre real Antonio por Ángel por sonar demasiado torero, autor de La vida perra de Juanita Narboni, una de nuestras mejores novelas de la segunda mitad de siglo pasado y Mohamed Chukri. La profesora Rocío Rojas-Marcos (Sevilla, 1979) acaba de publicar un pequeño e interesante ensayo, Mohamed Chukri (Zut), sobre el escritor nacido en Beni Chiker, comuna rural a escasos kilómetros de Melilla y Nador. Es una de las grandes investigadoras de la ciudad y de su literatura con obras como Tánger. La ciudad internacional (2009), Tánger, segunda patria (2018), aportando además relatos en antologías como Un planeta llamado Tánger (2014), Los conjurados de Tánger (2019) y Cuentos de libro (2020). Ganadora del Premio Manuel Alcántara de Poesía (2020), publicó ese mismo año el poemario Habitada por palabras, voz referente de imprescindible lectura.

Censurado en Egipto, Chukri fue criminalizado por el Irán de los ayatolás, que le incluyeron en su lista negra como a Salman Rushdie

En casi cien páginas nos zambulle en la vida de un escritor que aprendió a leer y escribir a los veinte años. Farid Othman-Bentria Ramos nos comenta de este hijo de las chabolas que le conoció siendo niño: “mi tía Assia, le daba refugio a veces cuando su padre se pasaba con él y le encargaba algún recado cuando le veía con hambre. Una historia larga con más factores, los vagos recuerdos de un niño de cuatro años”. Chukri soportó no solo la violencia de la calle, sino también la paterna, maltratado como su madre y hermano cuyo asesinato presenció horrorizado a manos de su padre desertor del ejército colonial español, al que siempre repudió y denunció, chocando con una sociedad tan patriarcal como la marroquí. Con gitanos y andaluces de Tetuán aprendió el español que le permitió con el tiempo traducir al árabe a Lorca, los hermanos Machado, Susana March, Bécquer, Aleixandre, Labordeta, Celaya… Se expresaba en árabe popular, el de la calle, mezclando dariya, rifeño y español, alejándose del árabe culto utilizado por la mayoría de los escritores, que unido a los temas que describía: miseria, crueldad, violaciones, prostitución, homosexualidad, pedofilia, alcohol, drogas, hambre, delincuencia…, le convirtieron en un escritor repudiado por las élites –los trapos sucios hay que lavarlos en casa–, lo que no impidió que se convirtiera en el escritor marroquí más polémico y reconocido, alejado de la vida mundana y glamurosa mostrada por buena parte de los escritores extranjeros.

Rocío Rojas-Marcos

En las listas negras, como Salman Rushdie

Pasaron años para que sus textos se pudieran adquirir en las librerías locales. Censurado en países como Egipto, criminalizado por el Irán de los ayatolás que le incluyeron en su lista negra como a Salman Rushdie. Envuelto en polémicas como las surgidas por sus comentarios sobre Paul Bowles, al que debe su reconocimiento internacional al traducir su primer libro El pan desnudo, renombrado después como El pan a secas por sugerencia de Juan Goytisolo. “Yo lo traducía en mi cabeza del árabe a mi español y se lo iba dictando. Bowles, que hablaba un buen español, mejor que el mío, lo iba escribiendo en su español y luego lo traducía al inglés. Oye, un moro y un americano se entendían entonces en Tánger en español”, comentaba en una entrevista con Javier Valenzuela en Babelia, añadiendo “Estoy considerado un escritor pornográfico en el mundo árabe porque hablo de la sexualidad. Pero intento dar algunos valores en mis libros.” ¿Qué valores?, pregunta Valenzuela, “estoy comprometido socialmente. Me inclino a defender a las clases marginadas, olvidadas y aplastadas. No soy Espartaco, pero creo que todas las personas tienen una dignidad que tiene que ser respetada. Aunque no hayan tenido oportunidades en la vida”, responde. Vida compleja que le llevó a estar internado en un par de ocasiones en hospitales psiquiátricos.

Conversando con Rojas-Marcos nos comenta que Chukri cuestionaba todo “por desgracia sigue igual de vigente o incluso peor, aunque parezca difícil. Resulta sorprendente con la simpleza, casi normalidad con la que a lo largo de su vida se sobrepuso a momentos de una violencia endémica terrible, como si fuese algo habitual. Por desgracia, eso fue lo que lo convirtió en el escritor universal que llegó a ser, su capacidad para narrar historias brutales sin dramatismo. Como dijo Juan Goytisolo en la introducción a la primera edición del entonces Pan desnudo, lo que nos cuenta Chukri no es exclusivamente marroquí, por desgracia ocurre en muchas partes del mundo. Eso es lo que lo hace universal lamentablemente todavía hoy en 2021, esa violencia o esa hambre siguen siendo una realidad”.

Chukri asegura que lo más incendiario de su obra no son las drogas, ni la prostitución, ni los malos tratos sufridos, sino la crítica atroz de la figura paterna

Escribir en Marruecos siempre fue y es peligroso, como recordaba recientemente Ignacio Cembrero. “En Marruecos, hay cuatro periodistas de peso encarcelados por supuestos delitos sexuales porque ya no se atreven a condenarles por sus escritos. Omar Radi fue condenado el lunes 19 a seis años de cárcel e Imad Stitou a un año; a Souleiman Raissouni le cayeron cinco el pasado 9 de julio. Taoufik Bouachrine, exdirector del diario 'Akhbar al Yaoum', cumple una condena de 15 años”. ¿Leer es peligroso? pregunto a la sevillana: “Leer es lo mejor que puede pasarnos, por eso es peligroso, porque nos hace libres, nos deja pensar. Chukri logró ser finalmente aceptado por su país cuando ya se estaba muriendo. ¡Ahora se dan cuenta que soy un escritor marroquí! Fue lo que dijo cuando supo que el rey Mohammad VI había ordenado su traslado al mejor hospital de Rabat. Pero es verdad, y él era consciente, que su pluma era tan afilada que resultaba incómodo. Recibió amenazas, pero nunca cambió una coma de lo que escribió. Es interesante que él asegurase que lo más incendiario de su obra no eran las drogas, ni la prostitución, ni el abuso o los malos tratos. Señalaba que lo que realmente aterraba al orden establecido en su país era su crítica atroz a la figura paterna, pues si se rompía con ese poder patriarcal telúrico, sí podía producirse un cambio social en el país y el poder dejaba de estar en manos de los mismos de siempre. Su reflexión es muy interesante”.

Uno de los libros esenciales de Chukri

Rémoras del colonialismo

Comentamos que los escritores que compartieron aquellos momentos se retroalimentaban: “Sin duda, unos necesitan de los otros para seguir viviendo y escribiendo. Bueno, tal vez Goytisolo es el que se sale de esa cadena. Él llegó a Tánger para convertirse en el autor de La Reivindicación del Conde Don Julián, estaba ya en otra esfera, pero sin duda su pasión antropológica, diría, por el Marruecos del que nunca volvió a salir, lo mantuvo muy cercano a estos autores”. ¿Inquiero sobre si no hay cierta banalización mostrando Tánger como una comunidad abierta, tolerante, diversa, plural… en contraste con la realidad marroquí más compleja, autoritaria, monolítica? “No sé si se banaliza, creo que más bien se idealiza y leer a Chukri nos muestra la cara más cruel de esa ciudad que efectivamente era la más abierta y plural del país y que en algunos aspectos lo sigue siendo. Las ciudades con puerto son siempre lugares de cruce e intercambio, pero a Tánger hay que añadirle su idiosincrasia: la etapa internacional. Evidentemente, no todo era vino y rosas, por desgracia gran parte de la población padeció una vida similar a la de Chukri. Pero a pesar de eso Tánger sigue siendo un modelo de ciudad extraordinario”.

Para Othman-Bentria, “Chukri es el relato de una parte de aquel Tánger, en gran medida el beat. Mientras el foco estaba en el trueque entre orientalismo y realismo mágico, él cuenta el behind the scenes, la marginalidad necesaria para el sueño de otros, el desencanto post independencia cuyo cenit fueron los años noventa”, añadiendo que “curiosamente, parece que tras Chukri, si no eres un maldito, pobre, alcohólico, jodido, cruel y desencantado con lo tuyo, mientes o no mereces la pena. Al final se repite el patrón de la prevalencia cultural, rémoras del colonialismo”.

“El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos” escribía Chukri comentando una relación íntima. Gracias a la editorial Cabaret Voltaire tenemos acceso a la mayoría de la obra de un autor perennemente al límite, al borde del precipicio. “Necesitó sobrevivir y eso significaba vivir fuera de toda norma ética”, nos comenta para concluir una Rojas-Marcos que en su ensayo hace singular hincapié en que la literatura fue la pasión del rifeño, le salvó la vida. Batalló para ser escritor, ávido lector que, aunque tardó en aprender a leer y escribir, devoró, como él mismo contó, más de cuatro mil libros. Sin duda un loco de la literatura.

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