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Cultura

Elogio de Ignacio Martínez de Pisón

Ignacio Martínez de Pisón, retratado por Elena Blanco.

Narradas por otro, sus novelas serían sólo novelas. Él les insufla vida, las convierte en criaturas capaces de bombear su propia sangre. Juntos, sus libros forman una familia de seres extraordinarios. En esta ocasión, Ignacio Martínez de Pisón vuelve a distinguirse como escritor, o acaso un Dios aventajado, con Fin de temporada (Seix Barral), la novela que este 25 de agosto abre la rentrée literaria.

Todo empieza en Extremadura. Julián y Rosa atraviesan una carretera rumbo a Portugal. Van a abortar al hijo que esperan. Él tiene 18, ella 17. Él quiere continuar la relación, desea casarse incluso, pero mejor esperar. No es tiempo para la llegada de un niño: debe acabar primero la carrera de abogado. Ella no está segura del todo, le puede el miedo. En un volantazo del azar, un coche en dirección contraria los saca de la vía. Él muere, ella vive.

Viuda sin pasar por un juzgado, y en la España de los setenta, Rosa decide tener a su hijo, lo único que le queda de esa relación. Tras dejar la casa familiar y desaparecer de Plasencia, se muda a Bilbao y se establece luego en la costa Dorada, en Tarragona, donde lleva el camping Florida junto a Mabel, un personaje que también intenta recomponerse en una sociedad en la que las mujeres apenas tienen voz. Emplazado en esa familia inusual, crece Iván: un chico al que su madre escondió el pasado y que, picado por la necesidad de saber quién es, intentará reconstruir qué pasó con su padre. Sólo entonces Rosa verá agrietarse la fortaleza que ella misma levantó y mantuvo durante 20 años.

Cuando escribe, Pisón reflexiona sobre la pertenencia. Escudriña en los lazos que unen a unos y otros. En sus libros el pasado es un aire de familia

Si en La buena reputación (Premio Nacional de Narrativa), Ignacio Martínez de Pisón relata la vida de tres generaciones de una familia española de origen judío, en Fin de temporada retrata la España de los años setenta y ochenta, una sociedad en trance de modernizarse, pero en la que para una mujer aún es imposible abortar o recomponer su propia vida. El arco temporal de la novela retrata el tiempo de la nuclerización, así como del auge y desmantelamiento de centrales como las de Vandellós. Algo parece bullir en la sociedad de esos años. Los ecos del cambio resuenan en las habitaciones, roullotes y bungalows de este libro, que se teje en el espacio doméstico e íntimo. 

Más allá de una historia sobre la identidad de un padre muerto, lo que realmente procura Pisón es volver sobre los dos temas que vertebran su narrativa: la historia de España (la Transición en especial) y las relaciones familiares, ese afecto que abrasa y mantiene a merced a quienes lo comparten. En los libros de Pisón los asuntos familiares irresueltos escalan los conflictos de la sociedad a la que pertenecen. Se parecen entre sí, porque están hechos de la misma sustancia. Pisón lo ha dicho en más de una ocasión: tanto en los países como en las familias, los agravios no prescriben.

La historia de los individuos es la mejor forma de contar el tiempo del que forman parte. Así lo ha procurado Pisón en novelas como Carreteras secundarias (1996) –adaptada al cine en dos ocasiones, una por Emilio Martínez Lázaro y otra por el francés Manuel Poirier-, María bonita(2001), El tiempo de las mujeres (2003) o El día de mañana (2011), además de otros géneros como el ensayo, del que destaca Enterrar a los muertos (Seix Barral, 2005).

Cuando escribe, Ignacio Martínez de Pisón reflexiona sobre la pertenencia. Su escritura escudriña los lazos, ya sean asfixiantes como los que unen a la madre y al hijo de Fin de temporada, o aquellos que conectan a generaciones entre sí: el pasado como un aire de familia, una situación que reúne a lectores completamente distintos ante una mesa camilla, el sonido de una canción o el asiento de un Panda. En Pisón los detalles importan. Lo son todo. 

A diferencia de otros escritores, la España que refleja Pisón en sus libros no se conforma con el ejercicio histórico, tampoco es enunciativa

A diferencia de otros escritores, la España que refleja Pisón en sus libros no se conforma con el ejercicio histórico, tampoco es enunciativa, sino algo más complejo que impregna sus historias. Sus libros poseen un espíritu de conjunto, pero son autónomos al momento de su lectura individual. Son novelas que no dependen sólo de lo narrado, sino del cómo ha sido narrado, de ahí que sean criaturas vivas, capaces -es preciso insistir- de bombear su propia sangre.

Tragedia, pero escrita con humor. Sentimiento, pero no sentimentalismo. Detalle y conjunto. Cultura popular y memoria. Martínez de Pisón se ha convertido en un maestro contando la historia reciente de España a través de novelas familiares y de aprendizaje. Historias de personajes corrientes y cercanos con los que el lector se identifica. Así como ya lo hizo en aquella preciosa novela Derecho natural, vuelve el escritor aragonés al meollo de su literatura. Sin duda, no hay mejor forma de inaugurar la rentrée de un año áspero que la publicación de esta novela: Fin de temporada, una joya tierna, amarga  y terrible que sólo él podría tallar. Así, con un brillo propio. Sin finales felices, ni definitivos. 

Portada de 'Fin de temporada' (Seix Barral), de Ignacio Martínez de Pisón.

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