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Cultura

La decadencia ‘progre’ de Los Planetas

¿A quién le importan Los Planetas en 2020? Hace tiempo que se han convertido en un grupo de autohomenaje, cuyo mayor atractivo radica en rescatar viejos éxitos adornados con arreglos de cuerda o bien en interpretar completo uno de sus discos de hace veintipico años (por repasar íntegro en en el Primavera Sound el álbum Una semana en el motor de un autobús (1996) cobraron cuatro veces su caché habitual). Nadie duda de que vendería muchos más entradas una gira donde repasasen sus tres primeros discos que una donde se centrasen en los últimos, a cual más irrelevante. En ese contexto de decadencia creativa se inscribe “La nueva normalidad”, seis minutos previsibles y amuermados cuyo único atractivo es que tratan un asunto de actualidad, las revueltas tras la muerte de George Floyd a manos de la policía de Estados Unidos.

La letra de la canción presume de anticapitalista, pero juzguen ustedes el nivel del discurso. “Entré en la tienda de Apple a llevarme unas tabletas/ Destrocé el escaparate y le prendí fuego a la tienda/ En plena Quinta Avenida reventé unos almacenes/ Cogí tres televisores y otros tres para mi gente”, rezan los primeros versos, que marcan el tono general. Se trata de una apología del saqueo como método de autodefensa frente a los casos de brutalidad policial contra afroamericanos pobres. En realidad, como puede decirnos cualquier habitante del gueto, el vandalismo de tiendas de lujo es un signo de impotencia y no de rebeldía ante las injusticias del sistema. El nuevo lanzamiento de Los Planetas solo puede inscribirse en la nueva tendencia de los ‘aliados blancos’ de fomentar una radicalidad política que siempre acaban pagando los negros pobres de los guetos. Como se ha recordado en estos días, el propio Martin Luther King afirmaba que cada imagen de disturbios era una buena noticia para políticos racistas como George Wallace, según se ha explicado en textos sobre el conflicto en Vozpópuli.

La batalla de J. contra el capitalismo es otro capítulo de las delirantes disonancias cognitivas de las estrellas del rock español

El problema es que J. carece por completo de credibilidad en este campo, no solo por ser la típica estrella rockera que critica la desigualdad desde la piscina de sus segunda residencia, sino por declaraciones tan delirantes como las que hizo a Mondo Sonoro en 2017: “El capitalismo está acabado. Lo hemos hundido con los ocho discos anteriores de Los Planetas. El modelo capitalista está dando sus últimos coletazos con Trump, Le Pen y Mariano Rajoy, ejemplos de cómo el sistema intenta mantenerse a la desesperada”. Han leído bien: el capitalismo ya no existe porque lo liquidaron Los Planetas a lo largo de su carrera. Ni Miguel Bosé ni Carlos Jesús habían llegado tan lejos en sus ‘análisis’.

De la honestidad a la hipocresía

Los fans han comprado esta nueva canción con “Un buen día”, sin duda uno de los mejores momentos del repertorio planetero. No me parece acertado, sobre todo porque la primera triunfa con sus ritmo perezoso y pegadizo, mucho más musical que la nueva. Más importante: la gracia de “Un buen día” reside en como J. retrata y reconoce su condición de señorito, entregado a una vida de placeres donde se despierta tarde y desayuna a mediodía repasando el “Marca” para llegar fresco a esas noches donde se mete “cuatro millones de rayas” con sus colegas. Ese ejercicio de honestidad rockera cotidiana es lo que hace grande la canción, mientras que en “La nueva normalidad” se dedica a pontificar sobre asuntos que desconoce por completo, con la soltura y superioridad moral de un Dani Mateo en una noche aciaga de “El Intermedio”. Se esté de acuerdo o no con ellas, comparar el voltaje y de las letras políticas de Nacho Vegas con las de J. es un ejercicio de crueldad innecesario.

Se puede argumentar sin mucha dificultad que el 'indie' es la generación que menos canciones memorables ha dejado en la historia del pop español. Dicho esto, Los Planetas tienen el mérito de haber rechazado desde el principio cantar en inglés, de haber trabajado en serio su carrera y de haber firmado -al menos- media docena de canciones notables. El problema con “La nueva normalidad” es un extrema hipocresía: en los comienzos del grupo, J. escribió una agresiva letra contra cantautores como Javier Álvarez o Ismael Serrano, a quienes acusaba de ingenuos y/o de fariseos por sus rimas sociales. “Estos son los nuevos profetas de la nueva revolución/ Vamos a cambiar el mundo con esta canción/ No me creo lo que dices, veo que no es verdad/ A partir de ahora nunca más/ Si alguien no lo puede remediar, la canción protesta volverá/ Políticos y banqueros tiemblan, vuelve la canción protesta”, recitaba con alegría cínica. Hoy cualquiera podría cantarle a él esta misma letra con mucho más motivo.

La batalla de J. contra el capitalismo es otro capítulo de las delirantes disonancias cognitivas de las estrellas del rock español. Solo un millonario narcisista puede proclamar en público que está contra el sistema tras firmar un contrato estratosférico con Live Nation, el cuasimonopolio global de los directos. Cuando esta empresa tiene un problema como el descenso de beneficios por la covid-19 recibe inyecciones de 500 millones de euros de Arabia Saudita. Ahora mismo, Live Nation planea recuperar sus pérdidas recortando más todavía los derechos de los artistas pequeños y medianos con los que trabaja, tal y como ha informado Rolling Stone Argentina. Además J ha pasado siempre de los conflictos políticos reales, limitándose a discos conceptuales plañideros sobre lo mal que le trataba su discográfica o a un himno punk contra el ministro Montoro por no bajar el IVA a los conciertos. Una vez más procede recurrir a la afilada frase de Igor Paskual, un rockero que conoce bien el paño: “Cualquier cateto que se cuelga una guitarra se cree que está contra el mundo, pero en realidad está sólo a favor de sí mismo”.

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