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Cultura

La Argentina de Caparrós: una ruta de 30.000 kilómetros

La idea de entender un país está destinada al fracaso. Al menos eso pensaba Martín Caparrós, quien decidió dejarse de grandes palabraas, subirse a un coche y recorrer 14 provincias de Argentina en un viaje de 30.000 kilómetros. Tan solo el coche en el que lo hizo ya tiene miga. Lo hizo a bordo de un Renault 21 blanco que se compró sin saber que había pertenecido a Osvaldo Soriano(autor con el que estuvo enemistado durante bastante tiempo).

Manos en el volante, fue a buscar, dice Caparrós, lo que no se le había perdido. Lo hizo en 2005. Hace ya casi diez años. Después, sólo después, le dio forma en las páginas de un libro. Se trata de El interior, un volumen –a mitad de camino entre la crónica y el diario de viaje- editado en España por Malpaso y publicado en 2006 en Argentina por la editorial Planeta. En sus páginas, Caparrós se adentra en carreteras y mitos: no sólo sobre la Argentina rural que se tienen desde Buenos Aires, sino los mitos que los propios argentinos de interior del país tienen sobre sí mismos.

El viaje de Caparrós se hizo en tres salidas desde la capital que duraron uno o dos meses en cada caso, todas para explorar el territorio que se extiende desde Buenos Aires hacia el norte. El Sur, en cambio, quedará para otro libro. Siguiendo la tradición de autores como Kapuscinski, García Márquez o Tomás Eloy Martínez, Caparrós, impone sin embargo su crónica personal y directa. A veces antipática y petulante, pero en todo caso magníficamente escrita. Porque Caparrós no intenta un amable artefacto de viaje, ni siquiera un libro patriota escrito de manera más o menos literaria. “Yo quise ver si hay cosas que nos hacen argentinos”, dijo Caparrós.

Es mucho lo que cabe en esa distancia 30.000 kilómetros: iglesias, sórdidos burdeles, caminos polvorientos, lejanas aldeas, estancias, hospitales o plantaciones legales de coca en la frontera con Bolivia. Mientras atravesaba aquel paisaje remoto, Caparrós grababa o tomaba apuntes, un método que, según él, convirtió libro en un manuscrito bastante depurado y completo. Fue un viaje casi monacal. Caparrós ni siquiera encendió la radio. Ese ensimismamiento le hizo más consiente de todo cuanto le rodeaba: las personas, los lugares, los paisajes.

Parece que sus libros anteriores sobre el viaje: Larga distancia (1992), Dios mío (1994), La guerra moderna (1999) y en el documental de 2003, Crónicas mexicas, Caparrós estaba entrenándose para el que sería su viaje más difícil, ese que hace por tierras conocidas y en las que, justamente por eso, resulta mucho más sencillo perderse. El lector sin embargo, queda atrapado en un texto en el que se intercambian gustosos la entrevista, la crónica, el cuadro de costumbres, el ensayo y hasta la poesía en verso.

 

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