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Cultura

Tan extraño como una naranja mecánica. 50 años después

Medio siglo después de haber sido publicada, en 1962,  por el sello W. Heinemann en Londres, La naranja mecánica  se mantiene junto a Un mundo feliz (Aldoux Huxley, 1932), 1984 (George Orwell, 1948) y Fahrenheit 451 (Ray Bradbury, 1953) como uno de los clásicos de la ciencia ficción del siglo XX.

Su autor, Anthony Burgess, tuvo sin embargo que pasar toda una vida enmendando la plana a Stanley Kubrick, cuya adaptación del libro al cine, en 1971, nunca le gustó, comenzando por la supresión del capítulo 21, que no llegó a incluirse en la versión original del libro en EEUU ni en la película, y que concede una idea de “evolución positiva” en la que Alex, el protagonista de la historia, decide la elección del bien como resultado de la madurez. Quitarle ese trozo significaba despojarla de su resolución esencial.

Burgess aborreció la adaptación al cine que hizo Stanley Kubrick de la novela, en 1971.

Pandillas juveniles que matan al primero que les sale al paso a patadas; conductores suicidas que avanzan por la carretera en dirección contraria; bebidas energéticas (leche-plus) ingeridas por adolescentes que se divierten apaleando a mendigos en una noche de acción. Para muchos, Burgess actuó como profeta de un mundo que se reconoce tan familiar como vigente en las páginas de un libro que hoy resulta tremendamente contemporáneo.

Concebida después de que la mujer de Anthony Burgess  sufriese la misma suerte que la chica a la queviolan Alex y sus  drugos, sólo que a manos de tres soldados  estadounidenses -destacados en el Londres de la Segunda Guerra Mundial-, Burgess se dedicó a plasmar en las páginas de La Naranja mecánica la fascinación que la violencia ejerce sobre el ser humano.

Estudioso de la complejidades lingüísticas de James Joyce, para paliar los efectos que toda la brutalidad que anunciaba podía causar en sus lectores, decidió inventarse un lenguaje idiosincrásico, aquel que sólo hablan un pequeño grupo de personas. La comprensión de esas palabras extrañas obligaría al lector a un esfuerzo .

Antonhy Burgess actuó como profeta de un mundo que se reconoce  familiar en las páginas de La Naranja Mecánica.

Fue dentro de ese proceso que ideó, dentro de la propia historia,  el nadsat, una "versión rusificada del inglés", a decir del autor. Inglés que además es cockney, un acento y dialecto de los barrios populares londinenses. En cockney, ser como una naranja mecánica es ser extraño a más no poder y el nadsat, además del lenguaje de Alex y sus 'drugos', es la voz que designa al adolescente en dicha jerga. "La gente prefiere la película porque el lenguaje los asusta, y con razón", apuntó Burgess.

Justamente de esa jerga proviene la expresión “As queer as a clockwork orange” (Tan raro como una naranja mecánica”), una frase  que hace referencia a una maldad tan extrema que es capaz de subvertir la naturaleza y convertir a una fruta en un autómata. Lo que diferencia a un hombre de una “naranja mecánica”, según el propio autor”, radica en el hecho de que más vale la pena ser “malvado por decisión” que “bueno por lavado de cerebro”, una elección consciente del individuo que llegó a horrorizar al propio Burgess.

Sobre ese principio se plantean, justamente, los dos pilares de la novela.  Uno, la posibilidad de cambiar, y dos, la oposición a una forma de violencia mucho más poderosa que la de Alex, su protagonista. Se trata de la violencia legítima del Estado contra la libertad individual.

Alex es, en ese sentido, un antihéroe para quien el camino correcto siempre está abierto  y que obvia hasta su madurez. De ahí la importancia del capítulo 21 que obvia Kubrick y que aplana la lectura de La Naranja Mecánica, uno de los clásicos de la tradición distópica británica que se mantiene más vigente que nunca cuando se cumplen ahora, cincuenta años de haber sido escrita.

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