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Cultura

Pablo Gutiérrez: "Escribir siempre es un combate contra alguna cosa"

Él no tiene otras certezas excepto el presente. Y ha sabido hacerlo suyo para narrar una historia que ha impresionado a la crítica y ha arrancado lecturas sinceras de los lectores.No todos saben, no todos pueden... ¿Qué cosa? Pues contar lo que ocurre. ¿Estamos jodidos? Sí, y mucho. Pero el joven Pablo Gutiérrez ha sabido tocar el músculo de la ira, del lento "aquí estamos, haciendo el imbécil", para escribir una novela donde realidad y literatura se funden, como un buen y amargo beso. Se trata de Democracia, su tercera novela. El gran salto de Gutiérrez  a la visbilidad editorial. Tampoco Gutiérrez es un pardillo. Lo escolta un elogioso empujoncillo de la revista Granta, una prestigiosa revista literaria -¡oh!-  y nada más que el Premio Ojo Crítico de Novela.

¿De qué habla Democracia? Situémonos. Septiembre de 2008: la caída de Lehman Brothers hace temblar al mundo. Marco tiene una hipoteca y muchos planes de futuro, pero ese mismo día es despedido. Su tragedia no es peor que la de millones de personas; su reacción sí lo es: de noche, Marco sale a la calle y comienza a escribir versos en las paredes de la ciudad, convirtiéndose en fuente de inspiración para tres jóvenes anarquistas. Éste, justo ése, es el punto de partida de una historia que resulta tan íntima como colectiva, un paupérrimo relato de familia donde todos, españoles y transeúntes de una realidad nacional, se ven reflejados: la figura del embaucado, del que lo ha perdido todo, del que lucha sin saber porqué ni para qué. Eso es esta historia de la que Pablo Gutiérrez nos habla hoy, en medio del desierto de sobres y zarzas ardientes.

Ésta es su tercera novela. Antes de ella, Nada es crucial, un libro "inteligente y brutal, ágil y en ocasiones de un brillo deslumbrador", según Fernando Castanedo en Babelia. Capillas literarias a un lado, Gutiérrrez sabe cómo explicarse. Dejó atrás el lastre periodístico -se licenció, por supuesto en ciencias de la información, y las dejó a un lado-, se adentró en la enseñanza de literatura para chavales, y así encontró el hueso duro de roer: España, esa cosa que llaman nación y que nadie entiende, eso a lo que él ha ido a hincarle diente como si de un tierno y rollizo tobillo se tratara. Aquí nuestra conversación con él. Las conclusiones, si las queréis, justo después de una novela tan efímera como comprometida. Lo suyo, como él mismo dice, es un combate, una lucha a muerte. Disfrutadla, si queréis.

-Septiembre de 2008, justo el día en que quebró Lehman Brothers, Marco, el protagonista de democracia, pierde su trabajo. El presente es su tema. ¿Una apuesta arriesgada, cierto? ¿Qué lo llevó, literariamente,  a escribir sobre este tema?
-Supongo que no podía escribir sobre otra cosa. No creo en la literatura de evasión ni me veo subido a la torre de marfil. La burbuja financiera ha generado, al menos para mí, otra burbuja de información y aislamiento, una cápsula más bien. Desde que todo esto comenzó la realidad se ha reducido a la economía, la miseria, la frustración, la necesidad de que algo pase y algo cambie. Desde esa perspectiva, escribir sobre cualquier otra cosa habría resultado un ejercicio de impostura detrás del que se asomaría lo mismo. Como decía Benedetti, aunque los libros traten de mariposas, duendes y pescaditos siempre se habla (hablamos algunos) de opresores y oprimidos.

-¿Cree en la respuesta social en forma de literatura? No como militancia, sino para acercarse a la realidad.  
-No como estrategia pero sí como forma de resitencia. Escribir siempre es un combate contra alguna cosa. Contra el idioma, por ejemplo, y contra los valores convencionales, y lo establecido, y los vencedores. Escribir también es una forma de derrota, de reconocer que te falta el valor o la inteligencia para hacer algo mejor que escribir, algo más efectivo.

-¿Cómo ha cambiado su narrativa desde el mundo más metaforizado quizás de Nada es crucial hasta Democracia?
-No creo que haya cambiado mucho. Nada es crucial también estaba asentada sobre la realidad, aunque no fuera el presente inmediato, aunque no aparecieran referencias tan directas a lo que ocurre. Y el tratamiento del estilo y de la palabra poética en las dos novelas es muy similar. También lo es la caracterización de los personajes, que tiene poco que ver con la construcción psicológica de la novela tradicional y pretende, al menos, acercarse a una estética expresionista, de cómic.

-¿Qué hace a Democracia no ser una crónica? ¿Qué autonomía le ha dado la ficción a esta historia?
-Es un intento de contar la intrahistoria de lo que ocurre, tomando a un personaje como arquetipo. No en vano el protagonista se llama Marco, y puede servir para representar a cualquiera de esos seis millones de parados, o alguno de los más débiles, de los que no saben cómo defenderse. La novela, como todas las de Baroja o las de Zola o las de cualquier escritor con pulso de literatura social, es una ficción sobre la realidad, y en ella aparecen elementos muy reconocibles, y otros que son pura metáfora. Pero metáfora no significa mentira ni falsedad. La metáfora es la táctica de la literatura, el modo que tienen los escritores (que no son científicos ni filósofos ni gente con precisión ni claridad de ideas) de aproximarse a una realidad difícil de definir.

-¿En qué tipo de literatura cree? (creativamente hablando)
-No sé si creo en alguna, en algún tipo, quiero decir. Me aburre la intimidad cuando el autor que leo carece de una personalidad compleja y atractiva. Me aburre la evasión, como ya he dicho, y el historicismo. Me interesa el idioma, la creación lingüística, y aunque parezca contradictorio, lo inmediato, lo que ocurre.
 
-¿Siente que la realidad sobrepasa a la mayoría de los escritores en la actualidad? (De ahí la  autoficción, por ejemplo)
-No tengo juicio sobre eso porque leo muy pocas novedades, casi ninguna. En lo que percibo sí veo que hay un alejamiento de la realidad que más duele: los barrios, la marginación, la pobreza, las ciudades suburbiales. Los argumentos de la mayoría de las novelas actuales que leo (y digo que son pocas) transcurren en el centro de Madrid o Barcelona, o aún peor, en Londres, en París, en Nueva York. Ahí hay un problema.

-¿Cómo es la España de los últimos 20 años como material para ficcionar?
-Compleja, árida y fea. Africana. Una novela colonial, con protectorados económicos, fuerzas invencibles, y demasiada ingenuidad.  

-¿Se merece Bárcenas una historia?
-Una que acabe muy mal. Con hecatombes. Tiene cara de buey.

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