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Cultura

Sobre Jesús Carrasco y el acto de arrancar la fe como la última raíz de la tierra

Jesús Carrasco, autor de 'La tierra que pisamos' (Seix Barral)

Si la tierra es lo que sujeta las historias de Jesús Carrasco, el lenguaje -y la lentitud de ese lenguaje- es el agua que las riega. Porque si algo distingue a este escritor es la capacidad de verter lo humano sobre la superficie cuarteada y seca de quienes han vivido. La tierra define y despedaza a los personajes de Carrasco, también obra el efecto que reagrupa los trozos de los hombres y mujeres quebrados y cuyos pedazos se juntan ante los ojos asombrados del lector. Quienes hayan leído su primera novela, la aclamada Intemperie (Seix Barral), notarán que Carrasco escribe con las manos hundidas en la tierra, como si la hubiese trabajado durante años. Ese sentido vital es lo que empuja La tierra que pisamos (Seix Barral), su segunda novela, una historia donde el paisaje sujeta a sus personajes.

Si la tierra es lo que sujeta las historias de Jesús Carrasco, el lenguaje -y la lentitud de ese lenguaje- es el agua que las riega.

Siglo XX. España ha sido anexionada al mayor imperio que Europa haya conocido antes. Las élites militares que gobiernan eligen un pueblo de Extremadura como gratificación para los mandos a cargo de la ocupación. En ese paisaje se consiguen Eva Holman, la mujer de uno de esos altos mandos, y Leva, un hombre que no habla, que ocupa su propiedad y que terminará por cambiar su vida. Porque lo hace. Los guían propósitos distintos, sin embargo, ambos caminan hacia un fin de ciclo. Completan una esfera, un círculo propio. 

Jesús Carrasco, que nació en Olivenza (Extremadura) pero se crió en un pueblo de Toledo, entiende la dimensión que adquiere el hombre en el campo. Comprende la aspereza y lentitud del cielo abierto, por eso es capaz de arrojarlo sobre sus personajes y si algo se lo permite es justamente la capacidad de arrancar raíces, como quien tira fuertemente de ellas. Las cosas duelen en sus libros; adquieren color, olor. Ya sea el niño o el cabrero de Intemperie o Leva, el hombre crepuscular que guía este libro están vivificados no en el desenlace de sus vidas, sino en el lento proceso con el que atraviesan su propio paisaje.

-En sus dos novelas la inclemencia del paisaje y la lentitud son dos constantes. ¿Por qué?

-No soy marítimo, soy del interior y el interior que he conocido es así. Probablemente el hecho de haber nacido y vivido en pueblos, el contacto con la climatología y el espacio abierto, eso hace que la inclemencia esté presente. Tiene que ver, al final, con la emoción, con la necesidad de hablar de lugares que para mí son relevantes y con los que tengo vínculos intensos. Y siempre que necesito eso, voy a la infancia y la juventud. A veces me preguntan si ambientaré una novela en la ciudad; por supuesto, respondo. Esto no es un compromiso estético inmutable. Estoy empezando en mi carrera y estoy visitando esa parte de mi vida, aquella en la que he vivido en territorios rurales.

Tiene que ver, al final, con la emoción, con la necesidad de hablar de lugares que para mí son relevantes y con los que tengo vínculos intensos

-El peso que tiene el deterioro físico es muy potente. Tanto la relación del niño y el cabrero en Intemperie, como la de Eva y Leva en La tierra que pisamos, no tiene un lenguaje articulado, predomina el sufrimiento físico.

-No está dialogado o no forma parte del discurso del narrador, pero hay sufrimiento. Soy muy sensorial: los olores, lo táctil, lo visual, lo que supera el discurso intelectual me interesa, justo para poder construir una historia y poder, en muchas ocasiones, hablar de ideas. Contando eso, estoy contando mucho de lo que le sucede a las personas sin la necesidad de trasladar un pensamiento construido, que es una estrategia que empleo para que sea el lector quien piense qué hay detrás de esa falta de diálogos.

-¿Quién transforma a quién en esta novela? Leva pasa de ser una presencia amenazante a convertirse en el desencadenante de los cambios de Eva. Pero ella sobre él no.

-El encuentro que se produce entre ambos ocurre en el momento final de Leva, ya no sólo en el tiempo si no casi diría que de su humanidad. Es un hombre que ha sido despojado de todo. Es un hombre que solo porta en sí la humanidad. Él contradice sus esquemas, eso es lo que produce en ella el movimiento y la transformación. 

"Es un hombre que ha sido despojado de todo. Es un hombre que solo porta en sí la humanidad"

-En Intemperie tanto el pastor como el niño están siempre amenazados por un grupo de hombres; aquí, la presencia humana en grupo resulta mucho más opresiva. ¿Por qué en sus novelas lo humano colectivo es amenazante?

-En lo que escribo hay una necesidad de descubrir cuál es el papel del individuo en el grupo. Lo óptimo sería pensar que la tendencia de un individuo es la asociación, el mejor de los estados posibles. Pero qué espacio de maniobra tiene un individuo en un grupo. Todos nos hemos sentido invadidos por lo que nos rodea. A veces la vida tiene el aspecto de un desaprendizaje: quitarte muchas cosas que llevas encima. En ese caso, el grupo o la sociedad tiene su máxima expresión en el imperio. Es el vector donde el poder es vertical. Está llevado al extremo.

-No hay referencias en el tiempo, aunque tampoco sería del todo necesario. Ocurre en el siglo XX, en un paraje rural. ¿Por qué suele tomar esa decisión literaria?

-Este libro surge por la necesidad de contar la historia de un ser humano y de la experiencia individual de un ser humano. Genero un contexto alrededor de él para poder contar la relación profunda de un hombre con la tierra, que es la de todos los hombres y mujeres que nos han precedido. Para conseguirlo, busqué un contexto que me permitiera despojar a este hombre todo.

"La fe es patrimonio de los sanos, a su manera es un lujo. Por eso también le quité a Leva la fe, para que llegara a lo esencial: la relación con la tierra"

-"La fe es un diamante engarzado en la carne y la carne se aja y enferma y el diamante se pierde….", escribe en La tierra que pisamos. ¿Qué hay detrás de ella?

-Lo que elaboro allí es el hecho de que la fe es un elemento humano. La fe resiste mientras la carne aguanta. Cuando te han apaleado, no tienes fuerzas o estás enfermo, pierdes la fe. Digamos que la fe es patrimonio de los sanos, a su manera es un lujo. Por eso también le quité a Leva la fe, para que llegara a lo esencial: la relación con la tierra.

-Permítame volver a la lentitud. La mayoría de las veces que leemos esperamos un desenlace, sin apreciar lo que ocurre. ¿Qué contiene la lentitud que usted parece reivindicar?

-No sé si en verdad reivindico la lentitud, pero es cierto que vitalmente me expreso con lentitud. Cuando escribo me tomo el tiempo necesario para dar la palabra justa y no otra. Tengo la sensación de que necesitamos más lentitud para vivir. 

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