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Cultura

Diez años sin Augusto Monterroso

El escritor guatemalteco Augusto Monterroso.

El relato más corto de la literatura en español tiene siete palabras y son suyas. “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Publicado por primera vez en 1959, en el volumen Obras completas (y otros cuentos), El dinosaurio fue, de toda su obra, el relato sobre el que  se negó a dar explicación alguna pero que marcó para siempre su literatura. A diez años de su muerte, ni Augusto Monterroso ni su dinosaurio de una línea se extinguen. Siguen allí. Breves e inmóviles, como una montaña durmiente.

Fue un siete de febrero, pero de 2003, cuando la comunidad literaria se enteró del adiós del Premio Príncipe de Asturias guatemalteco. Fulminado por una dolencia cardíaca, en su casa de Ciudad de México a los 81 años, Monterroso cumple una década de ausencia física que sus textos han logrado contrarrestar con páginas de vida. Su escritura, dijo Carlos Fuentes, fue “un destilado de la mejor prosa escrita en la América Latina del siglo XX: lo que a uno nos tomaba 100 páginas a él le tomaba una frase”.

Nacido el 21 de diciembre de 1921 en Tegicugalpa (Honduras), Tito –como le llamaban sus allegados- vivió primero en Guatemala, de donde salió exilado a México, país en el que fijó residencia desde 1944 y trabajó como profesor de filosofía en la Universidad Autónoma de México. Su estilo breve, conciso y sencillo le hizo merecedor de la admiración de muchos de sus contemporáneos a causa, también, de su humor negro y su uso de la parodia.

“Considero la brevedad no como un término de la retórica, sino de la buena educación”, dijo al periodista y escritor argentino Mempo Giardinelli en una entrevista publicada en El País en el año 2000. Autor de los libros de relatos La oveja negra y demás fábulas (1969),  también publicó los ensayos –que incluyen algunos también cuentos y aforismos-  La palabra mágica (1983),  Movimiento perpetuo (1972) y La vaca (1998) y la novela Lo demás es silencio (1978).

Tímido, irónico, humilde. Sostuvo una profunda amistad con Juan Rulfo y se mantuvo siempre alejado de los focos y el bullicio. Se consideraba un simple cuentista cuyo ideal último era “ocupar media página en el libro de lectura de una escuela primaria en mi país”.

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