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Cultura

Yo fui a EGB: la nostalgia de la infancia

El juego Tragabolas es todo un clásico entre los ya no tan jóvenes de la generación de Yo fui a EGB (flickr | carbonnyc - imagen con licencia CC BY 2.0).

Y tamaño éxito digital estaba abocado a su plasmación en papel. Hace unas semanas, Plaza & Janés editaba el libro Yo fui a EGB, escrito por los creadores de este fenómeno, dos amigos bilbaínos que reconocen abiertamente que “no somos nostálgicos, más que nada porque no hay nostalgias como las de antes”. Javier Ikaz y Jorge Díaz nacieron en 1978 y 1971 respectivamente, o sea que a sus edad pertenecen a esa generación que, entre los 35-45 años, se supone que ostenta ahora (o están en proceso ascendente) los principales puestos directivos, copa las profesiones liberales o al menos tiene el suficiente poder adquisitivo. Y que, tal vez por aproximarse o haber sobrepasado por poco los temidos cuarenta, es proclive a volver la vista atrás y pensar que su infancia, aún con todas las carencias propias de otra época, fue muy feliz. Acaso más feliz que la de sus propios hijos, actualmente embarcados en ese nombre tan feo de la ESO. No cabe duda de que EGB sonaba mucho mejor.

Y no sabemos si feliz, pero el nuevo fenómeno editorial en que se está convirtiendo está basado en elementos tan cotidianos y aparentemente vulgares como las gomas Milan, las empanadillas de Móstoles, el Precio Justo, la laca Nelly, Petete, la infructuosa búsqueda de Marco, el indescriptible sabor del Frigodedo, nuestro azulitos Pitufos, la debacle de Naranjito, ET buscando su casa u Orzowei perdido en la selva, los Rotring y sus maléficos borrones, la delicada abeja Maya frente a los músculos de acero de Mazinger Z o los suculentos lagartos que devoraban ratones en V…

Todo un fenómeno editorial

Bajo un espléndido diseño dirigido por Cristina Irisarri y que ya en sí mismo es una vuelta a los orígenes, el libro recorre las meriendas, la moda, los juegos del recreo, la tele, el videoclub, las clases, los coches, las revistas, incluso los tópicos que acompañaron el crecimiento, y lo hace desde una perspectiva amena, divertida y con ese punto de romanticismo que tiene la nostalgia.

¿Y música? Evidentemente no podía faltar la reina de las fiestas de entonces, la gloriosa cassette, en las que algunos volcaban sus sueños de futuros pinchadiscos (que la palabra DJ aún sonaba a chino). Y claro, una cosa lleva a la otra, y aparecen las pletinas, los insufribles comediscos, el fenómeno superfans, el imperio de Enrique y Ana, Torrebruno o Parchís, los pechos de Sabrina e incluso la incipiente Nueva Ola a los ojos de unos críos. 

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