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Cultura

Lea en exclusiva las primeras páginas del nuevo libro de Francis Fukuyama

Identidad, de Francis Fukuyama

En algún momento a mediados de la segunda década del siglo XXI, la política mundial cambió drásticamente. El período desde principios de la década de 1970 hasta mediados de la década de 2000 fue testigo de lo que Samuel Huntington denominó la «tercera ola» de democratización, ya que el número de países que podían clasificarse como democracias electorales aumentó de aproximadamente treinta y cinco a más de ciento diez. En este período, la democracia liberal se convirtió en la forma de gobierno predeterminada para gran parte del mundo, al menos como aspiración, si no en la práctica.

En paralelo a este cambio en las instituciones políticas, hubo un crecimiento correspondiente de la interdependencia económica entre los países, o lo que llamamos globalización. Esto último fue respaldado por instituciones económicas liberales como el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio y su sucesora, la Organización Mundial del Comercio. Éstos se complementaron con acuerdos comerciales regionales como la Unión Europea y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. A lo largo de este período, la tasa de crecimiento del comercio internacional y la inversión superó el crecimiento del PIB mundial y fue ampliamente considerada como el principal motor de la prosperidad. Entre 1970 y 2008, la producción mundial de bienes y servicios se cuadruplicó y el crecimiento se extendió a prácticamente todas las regiones del mundo, mientras que el número de personas que viven en la pobreza extrema en los países en desarrollo disminuyó del 42 por ciento de la población total en 1993 al 17 por ciento en 2011. El porcentaje de niños que morían antes de su quinto cumpleaños disminuyó del 22 por ciento en 1960 a menos del 5 por ciento en 2016.

"A partir de mediados de la década de 2000, el impulso hacia un orden mundial cada vez más abierto y liberal comenzó a fallar, y luego se invirtió"

Sin embargo, este orden mundial liberal no benefició a todos. En muchos países de todo el mundo, y particularmente en las democracias desarrolladas, la desigualdad aumentó drásticamente, de modo que muchos de los beneficios del crecimiento beneficiaron sobre todo a una élite definida principalmente por la educación.  Dado que el crecimiento estaba relacionado con el cada vez mayor volumen de bienes, dinero y personas que se mudaban de un lugar a otro, hubo una gran cantidad de cambios sociales perturbadores. En los países en desarrollo, los aldeanos que anteriormente no tenían acceso a la electricidad empezaron de repente a vivir en grandes ciudades, a ver la televisión o a conectarse a internet a través de teléfonos móviles ubicuos. Los mercados laborales se ajustaron a las nuevas condiciones al conducir a decenas de millones de personas a través de las fronteras internacionales en busca de mejores oportunidades para ellos y sus familias, o bien para escapar de condiciones intolerables en origen. Enormes y nuevas clases medias surgieron en países como China e India, pero el trabajo que hacían reemplazaba el trabajo que realizaban las más veteranas clases medias del mundo desarrollado. La manufactura se movió de manera constante desde Europa y Estados Unidos a Asia oriental y otras regiones de bajos costes laborales. Al mismo tiempo, las mujeres desplazaban a los hombres en una nueva economía dominada por los servicios, y las máquinas inteligentes reemplazaban a los trabajadores poco cualificados.

A partir de mediados de la década de 2000, el impulso hacia un orden mundial cada vez más abierto y liberal comenzó a fallar, y luego se invirtió. Este cambio coincidió con dos crisis financieras, la primera originada en el mercado subprime de EE. UU. en 2008, que condujo a la Gran Recesión subsiguiente, y la segunda surgió sobre la amenaza al euro y la Unión Europea planteada por la insolvencia de Grecia. En ambos casos, las políticas de élite produjeron enormes recesiones, altos niveles de desempleo y la caída de los ingresos de millones de trabajadores comunes en todo el mundo. Dado que Estados Unidos y la UE eran los mayores exponentes de la democracia liberal, estas crisis dañaron su reputación.

El experto en democracia Larry Diamond caracterizó los años posteriores a la crisis como los de la «recesión democrática», en la cual el número total de democracias cayó de su punto máximo en prácticamente todas las regiones del mundo.  Varios países autoritarios, liderados por China y Rusia, se volvieron mucho más seguros de sí mismos y asertivos: China comenzó a promover su «modelo China» como un camino hacia el desarrollo y la riqueza que era claramente antidemocrático, mientras que Rusia criticaba la decadencia liberal de la Unión Europea y Estados Unidos. Varios países que parecían ser democracias liberales exitosas durante la década de 1990 retrocedieron hacia un gobierno más autoritario, entre ellos Hungría, Turquía, Tailandia y Polonia. La Primavera Árabe de 2011 acabó con dictaduras en todo Oriente Próximo, pero luego decepcionó profundamente las esperanzas de una mayor democracia en la región a medida que Libia, Yemen, Irak y Siria se sumían en guerras civiles. Las invasiones de Afganistán e Irak no acabaron con el aumento del terrorismo que produjeron los ataques del 11 de Septiembre. Más bien, se transmutó en el Estado Islámico, que surgió como un faro para los islamistas profundamente iliberales y violentos de todo el mundo. Lo que fue tan notable como la resistencia de ISIS fue que tantos jóvenes musulmanes abandonaran vidas más o menos seguras en otras partes de Oriente Próximo y Europa para viajar a Siria y luchar en su nombre.

"Más sorprendentes fueron las dos grandes sorpresas electorales de 2016, el voto de Reino Unido para abandonar la Unión Europea y la elección de Donald J. Trump como presidente de Estados Unidos"

Más sorprendentes y quizás incluso más importantes fueron las dos grandes sorpresas electorales de 2016, el voto de Reino Unido para abandonar la Unión Europea y la elección de Donald J. Trump como presidente de Estados Unidos. En ambos casos, los votantes estaban preocupados por los problemas económicos, particularmente los de la clase trabajadora que había estado expuesta a la pérdida de empleos y la desindustrialización. Pero igual de importante fue la oposición a la continua inmigración a gran escala, que se consideró que quitaba puestos de trabajo a los trabajadores nativos y erosionaba las identidades culturales establecidas desde hacía mucho tiempo. Los partidos antiinmigración y eurófobos ganaron fuerza en muchos otros países desarrollados, especialmente el Frente Nacional en Francia, el Partido por la Libertad en los Países Bajos, Alternativa por Alemania y el Partido por la Libertad en Austria. En todo el continente había miedo por el terrorismo islamista y controversias sobre las prohibiciones de las expresiones de la identidad musulmana, como el burka, el niqab y el burkini.

La política del siglo XX se organizaba a lo largo de un espectro de izquierda a derecha definido por los problemas económicos: la izquierda quería más igualdad y la derecha exigía mayor libertad. La política progresista se centraba en los trabajadores, sus sindicatos y los partidos socialdemócratas que buscaban más protección social y más redistribución económica. En cambio, la derecha estaba sobre todo interesada en reducir el tamaño del gobierno y promover el sector privado. En la segunda década del siglo XXI, ese espectro parece estar cediendo en muchas regiones a una definida por la identidad. La izquierda se ha concentrado menos en una amplia igualdad económica y más en promover los intereses de una amplia variedad de grupos percibidos como marginados: negros, inmigrantes, mujeres, hispanos, la comunidad LGBT, refugiados y otros. Mientras tanto, la derecha se redefine como patriotas que buscan proteger la identidad nacional tradicional, una identidad que a menudo está explícitamente relacionada con la raza, el origen étnico o la religión.

"La política del siglo XX se organizaba a lo largo de un espectro de izquierda a derecha definido por los problemas económicos: la izquierda quería más igualdad y la derecha exigía mayor libertad"

Es una larga tradición que se remonta, al menos, a lo que Karl Marx considera las luchas políticas como un reflejo de los conflictos económicos, esencialmente como luchas por los trozos del pastel. Esto es parte de la historia de la década de 2010, con una globalización que genera poblaciones significativas de personas que se quedan atrás por el crecimiento general que se produce en todo el mundo. Entre 2000 y 2016, la mitad de los estadounidenses no tuvieron ganancias en sus ingresos reales; la proporción de la producción nacional que se ubicaba en el 1 por ciento más alto pasó del 9 por ciento del PIB en 1974 al 24 por ciento en 2008.

Pero aunque es muy importante el interés personal material para el ser humano, también nos motivan por otras cosas, que explican mejor los sucesos dispares del presente. Podríamos llamarla la política del resentimiento. En una amplia variedad de casos, un líder político ha movilizado a sus seguidores en torno a la percepción de que la dignidad del grupo había sido ofendida, desprestigiada o ignorada. Este resentimiento engendra demandas de reconocimiento público de la dignidad del grupo en cuestión. Un grupo humillado que busca la restitución de su dignidad tiene mucho más peso emocional que las personas que sólo buscan una ventaja económica.

Por eso el presidente ruso, Vladimir Putin, hablaba de la tragedia que supuso el colapso de la antigua Unión Soviética, y sobre cómo Europa y Estados Unidos se aprovecharon de la debilidad de Rusia durante la década de 1990 para llevar la OTAN hasta sus fronteras. Desprecia la actitud de superioridad moral de los políticos occidentales y no quiere que Rusia sea tratada, como dijo el presidente Obama, como un actor regional débil, sino como una gran potencia. Viktor Orbán, el primer ministro húngaro, declaró en 2017 que su regreso al poder en 2010 marcó el punto en el que «nosotros, los húngaros, también decidimos que queríamos recuperar nuestro país, queríamos recuperar nuestra autoestima y queríamos recuperar nuestro futuro».  El gobierno chino de Xi Jinping ha hablado extensamente sobre los «cien años de humillación» de China y sobre cómo Estados Unidos, Japón y otros países intentaban impedir su regreso al gran poder que había disfrutado en los últimos milenios de la historia. Cuando Osama bin Laden, fundador de Al Qaeda, tenía catorce años, su madre lo veía obsesionado con Palestina: «Las lágrimas corrían por su rostro cuando veía la televisión desde su casa en Arabia Saudí».  De su ira por la humillación de los musulmanes se harían eco sus jóvenes correligionarios, que se ofrecerían como voluntarios para luchar en Siria en nombre de una fe que creían que había sido atacada y oprimida en todo el mundo. Esperaban recrear las glorias de una civilización islámica anterior en el Estado Islámico.

"Un grupo humillado que busca la restitución de su dignidad tiene mucho más peso emocional que las personas que sólo buscan una ventaja económica"

El resentimiento por las humillaciones también ha sido una fuerza poderosa en los países democráticos. El movimiento Black Lives Matter surgió de una serie de homicidios policiales de afroamericanos en Ferguson (Misuri), Baltimore, Nueva York y otras ciudades que tuvieron mucha repercusión, y buscaba que el mundo exterior prestara atención a la experiencia de las víctimas de la violencia policial aparentemente gratuita. En los campus universitarios y en las oficinas de todo el país, las agresiones sexuales y el acoso se consideraban pruebas de que los hombres no tomaban a las mujeres en serio como iguales. Se prestó atención repentina a las personas transexuales, a las que antes no se reconocía como blanco de discriminaciones. Y muchos de los que votaron a Donald Trump recordaban un pasado mejor, cuando su lugar en sus propias sociedades era más seguro y, a través de sus actos, creían contribuir a «hacer que Estados Unidos volviera a ser grande». Aunque distantes en tiempo y lugar, los sentimientos entre los partidarios de Putin respecto a la arrogancia y el desprecio de las élites occidentales eran similares a los experimentados por los votantes rurales en Estados Unidos, quienes sentían que las élites urbanas de ambas costas y sus aliados mediáticos también los ignoraban a ellos y a sus problemas.

Los practicantes de la política del resentimiento se reconocen mutuamente. La simpatía que Vladimir Putin y Donald Trump se tienen no es sólo personal, sino que está arraigada en su común nacionalismo. Viktor Orbán lo explicó: «Algunas teorías describen los cambios que se están produciendo en el mundo occidental y el surgimiento en el escenario de un presidente de Estados Unidos como una lucha en la arena política mundial entre la élite transnacional, denominada “global”, y una élite nacional patriótica», de la que él fue un ejemplo temprano.

En todos los casos, un grupo, ya sea una gran potencia como Rusia o China o los votantes de Estados Unidos o Reino Unido, cree que tiene una identidad que no recibe el reconocimiento adecuado por parte del mundo exterior, en el caso de un país, o por parte de otros miembros de la misma sociedad. Esas identidades pueden ser y son increíblemente variadas, según la nación, la religión, el origen étnico, la orientación sexual o el género. Todas son manifestaciones de un fenómeno común, el de la política de la identidad.

"Los practicantes de la política del resentimiento se reconocen mutuamente. La simpatía que Vladimir Putin y Donald Trump se tienen no es sólo personal"

Los términos identidad y política de la identidad tienen un origen bastante reciente. El primero fue popularizado por el psicólogo Erik Erikson durante la década de 1950, y el último salió a la luz durante la política cultural de los años ochenta y noventa. La identidad tiene un gran número de significados. En algunos casos se refiere simplemente a categorías sociales o roles, en otros, a información básica sobre uno mismo (como «me robaron la identidad»). Utilizadas de esta manera, las identidades siempre han existido.

En este libro, usaré identidad en un sentido específico que nos ayude a entender por qué es tan importante en la política contemporánea. La identidad crece, en primer lugar, a partir de una distinción entre el verdadero yo interno y el mundo exterior de reglas y normas sociales que no reconoce adecuadamente el valor o la dignidad de ese yo interno. Los individuos, a lo largo de la historia humana, se han encontrado en desacuerdo con sus sociedades. Pero sólo en los tiempos modernos se ha sostenido la opinión de que el auténtico yo interno es intrínsecamente valioso, y la sociedad exterior es sistemáticamente errónea e injusta en su valoración del primero. No es el ser interior el que debe ajustarse a las reglas de la sociedad, sino que es la sociedad la que tiene que cambiar.

"En este libro, usaré identidad en un sentido específico que nos ayude a entender por qué es tan importante en la política contemporánea"

El yo interno es la base de la dignidad humana, pero la naturaleza de esa dignidad es variable y ha cambiado con el tiempo. En muchas culturas tempranas, la dignidad se atribuye sólo a unas pocas personas, a menudo guerreros que están dispuestos a arriesgar la vida en la batalla. En otras sociedades, la dignidad es un atributo de todos los seres humanos, basado en su valor intrínseco como personas con agencia. Y en otros casos, la dignidad se debe a la pertenencia a un grupo más grande de memoria y experiencia compartidas.

Finalmente, el sentido interior de la dignidad busca el reconocimiento. No es suficiente que tenga un sentido de mi propio valor si otras personas no lo reconocen públicamente o, peor aún, si me denigran o no reconocen mi existencia. La autoestima surge de la estima de los demás. Debido a que los seres humanos naturalmente anhelan el reconocimiento, el sentido moderno de identidad evoluciona rápidamente hacia políticas de identidad, en las que los individuos exigen el reconocimiento público de su valía. De este modo, la política de la identidad abarca una gran parte de las luchas políticas del mundo contemporáneo, desde las revoluciones democráticas hasta los nuevos movimientos sociales, y desde el nacionalismo y el islamismo hasta la política en los campus universitarios estadounidenses contemporáneos. De hecho, el filósofo Hegel argumentó que la lucha por el reconocimiento fue el principal impulsor de la historia humana, una fuerza que fue clave para comprender la emergencia del mundo moderno.

"Los agravios económicos se agudizan cuando se unen a sentimientos de humillación y falta de respeto"

Si bien las desigualdades económicas que surgen de los últimos cincuenta años de globalización son un factor importante que explica la política contemporánea, los agravios económicos se agudizan cuando se unen a sentimientos de humillación y falta de respeto. De hecho, gran parte de lo que entendemos como motivación económica en realidad no refleja un deseo directo de riqueza y recursos, sino el hecho de que el dinero se percibe como un indicador de estatus y compra respeto. La teoría económica moderna se basa en el supuesto de que los seres humanos son individuos racionales que quieren maximizar su «utilidad», es decir, su bienestar material, y que la política es apenas una extensión de ese comportamiento maximizador. Sin embargo, si queremos interpretar correctamente el comportamiento de los seres humanos reales en el mundo contemporáneo, tenemos que ampliar nuestra comprensión de la motivación humana más allá de este sencillo modelo económico que domina gran parte de nuestro discurso. Nadie cuestiona que los seres humanos son capaces de comportarse racionalmente, o que son individuos con intereses propios que buscan una mayor riqueza y recursos. Pero la psicología humana es mucho más compleja de lo que sugiere este modelo económico más bien simplista. Antes de que podamos entender la política de identidad contemporánea, debemos dar un paso atrás y desarrollar una comprensión más profunda y más rica de la motivación y el comportamiento humanos. Necesitamos, en otras palabras, una teoría del alma humana mejor.

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LA TERCERA PARTE DEL ALMA

Las teorías políticas suelen construirse sobre teorías del comportamiento humano. Las teorías extraen las regularidades en la acción humana de la gran cantidad de información empírica que recibimos sobre el mundo que nos rodea y, con suerte, establecen conexiones causales entre estas acciones y el entorno que las rodea. La capacidad de teorizar es un factor importante en el éxito evolutivo de la especie humana. Muchas personas prácticas desprecian las teorías y el hecho de teorizar, pero actúan todo el tiempo sobre teorías no articuladas que sencillamente no reconocen.

La economía moderna se basa en una de esas teorías, que es que los seres humanos son «maximizadores de la utilidad racional»: son individuos que utilizan sus formidables habilidades cognitivas en pos de su propio interés. Hay varios supuestos adicionales aparejados a dicha teoría. Uno es que la unidad de cuenta es el individuo, en oposición a la familia, la tribu, la nación o algún otro tipo de grupo social. En la medida en que las personas cooperan entre sí, se debe a que calculan que la cooperación servirá a su interés personal en mayor medida que si actúan por su cuenta.

El segundo supuesto se refiere a la naturaleza de la «utilidad», las preferencias individuales (respecto a la compra de un coche, la satisfacción sexual o unas agradables vacaciones) que conforman lo que los economistas llaman la «función de utilidad» del individuo. Muchos economistas dirían que su ciencia no dice nada sobre las preferencias últimas o respecto a las utilidades que la gente escoge; que eso depende de cada persona. La economía se limita a hablar de las formas en que las preferencias se persiguen de forma racional. Así, un administrador de fondos de cobertura que busca ganar otros mil millones de dólares y un soldado que se arroja sobre una granada para salvar a sus amigos están maximizando sus distintas preferencias. Presumiblemente, los terroristas suicidas, que desafortunadamente se han convertido en parte del panorama político del siglo XXI, también tratan de maximizar la cantidad de vírgenes que encontrarán en el cielo.

"Si bien la economía del comportamiento ha subrayado las debilidades del paradigma de elección racional existente, no ha planteado un modelo alternativo claro del comportamiento humano"

El problema es que la teoría económica tiene poco valor predictivo si las preferencias no se limitan a algo como el interés propio material, por ejemplo, la búsqueda de ingresos o riqueza. Si uno amplía la noción de utilidad para incluir extremos de comportamiento tanto egoísta como altruista, no está diciendo mucho más que la tautología de que las personas perseguirán lo que sea que busquen. Lo que realmente se necesita es una teoría de por qué algunas personas buscan dinero y seguridad, mientras que otras eligen morir por una causa o dar tiempo y dinero para ayudar a otras personas. Cuando se dice que la Madre Teresa y una administradora de fondos de cobertura de Wall Street están maximizando su utilidad, se está dejando en el camino algo importante sobre sus motivaciones.

En la práctica, la mayoría de los economistas suponen que la utilidad se basa en algún tipo de interés personal material que superará a otros tipos de motivaciones. Este es un punto de vista compartido por los economistas contemporáneos del libre mercado y los marxistas clásicos. Estos últimos sostenían que la historia la moldearon las clases sociales al perseguir su propio interés económico. La economía se ha convertido hoy en día en una ciencia social dominante y prestigiosa porque las personas se comportan la mayor parte del tiempo de acuerdo con la versión más restrictiva de la motivación humana de los economistas. Los incentivos materiales importan. En la China comunista, la productividad agrícola en las granjas colectivas era baja porque a los campesinos no se les permitía conservar el excedente que producían, de modo que evitaban trabajar duro. Un dicho del antiguo mundo comunista rezaba: «Hacen como que nos pagan, y nosotros hacemos como que trabajamos». Cuando a finales de la década de 1970 se cambiaron los incentivos para permitir que los campesinos se quedaran con su excedente, la producción agrícola se duplicó en cuatro años. Una de las causas de la crisis financiera de 2008 fue que a los banqueros de inversión se les recompensaba por las ganancias a corto plazo y no se les castigó cuando sus inversiones de riesgo explotaron unos años más tarde. Arreglar el problema requeriría cambiar esos incentivos.

Pero si bien el modelo económico estándar explica una buena parte del comportamiento humano, también tiene muchas debilidades. Durante las últimas dos décadas, los economistas del comportamiento y psicólogos como Daniel Kahneman y Amos Tversky han criticado las suposiciones subyacentes del modelo al demostrar que las personas no son racionales en la práctica, y que, por ejemplo, eligen comportamientos predeterminados en lugar de estrategias óptimas, o economizan en la difícil tarea de pensar copiando el comportamiento de los que les rodean.

"Los primeros pensadores modernos, como Thomas Hobbes, John Locke y Jean-Jacques Rousseau, teorizaron en profundidad sobre el «estado de naturaleza"

Si bien la economía del comportamiento ha subrayado las debilidades del paradigma de elección racional existente, no ha planteado un modelo alternativo claro del comportamiento humano. En particular, no ha tenido mucho que decir sobre la naturaleza de las preferencias subyacentes de las personas. La teoría económica no explica satisfactoriamente ni al soldado que se arroja sobre la granada, ni al atacante suicida, ni otros casos en los que parece estar en juego algo que no sea el interés personal. Es difícil decir que «deseamos» cosas que son dolorosas, peligrosas o costosas de la misma manera que deseamos comida o dinero en el banco. Por lo tanto, debemos buscar otras versiones del comportamiento humano que vayan más allá de las económicas que hoy son tan dominantes. Esta comprensión más amplia siempre ha existido; el problema es que a menudo olvidamos cosas que una vez supimos.

Las teorías del comportamiento humano se basan en teorías de la naturaleza humana: regularidades que surgen de una biología humana compartida universalmente, en oposición a aquellas que están enraizadas en las normas o costumbres de las diferentes comunidades en las que vive la gente. La línea divisoria entre la naturaleza y la educación es muy discutida hoy, pero pocas personas negarían que los dos polos de esta dicotomía existen. Afortunadamente, uno no tiene que establecer el límite de forma precisa para desarrollar una teoría que nos brinde una visión útil de las motivaciones humanas.

Los primeros pensadores modernos, como Thomas Hobbes, John Locke y Jean-Jacques Rousseau, teorizaron en profundidad sobre el «estado de naturaleza», una época primordial antes de la aparición de la sociedad humana. El estado de naturaleza es, sin embargo, sólo una metáfora de la naturaleza humana; es decir, de las características más básicas de los seres humanos que existen independientemente de la sociedad o cultura particular de cada uno. En la tradición filosófica occidental, tales discusiones sobre la naturaleza humana se remontan mucho más atrás, al menos a La República de Platón.

La República es un diálogo entre el filósofo Sócrates y dos jóvenes atenienses aristocráticos, Adimanto y su hermano Glaucón, sobre la naturaleza de una ciudad justa. Después de desacreditar varias teorías de la justicia existentes, como la afirmación de Trasímaco de que la justicia no es más que el interés propio de un fuerte, Sócrates construye una ciudad justa «en el habla», basada en una exploración de la naturaleza del alma. La palabra alma (la griega psyche) ya no se usa mucho, pero como sugiere la etimología, la disciplina de la psicología esencialmente estudia el mismo tema.

"En la tradición filosófica occidental, tales discusiones sobre la naturaleza humana se remontan mucho más atrás, al menos a La República de Platón"

La discusión clave de la naturaleza del alma tiene lugar en el Libro IV. Sócrates señala que una parte deseante busca, por ejemplo, alimentos y agua. Pero a veces, un hombre sediento rechaza la bebida porque sabe que el agua está contaminada y podría provocar enfermedades. Sócrates pregunta: «¿No hay algo en su alma que les ordena beber, y algo que les prohíbe hacerlo, algo diferente que puede más que lo primero?».  Adimanto y Sócrates están de acuerdo en que esta segunda parte del alma es la parte calculadora, y que puede operar en propósitos cruzados desde la parte irracional y deseante del alma.

Sócrates y Adimanto describen en este punto el modelo económico moderno: la parte deseante corresponde a las preferencias individuales, mientras que la parte calculadora es el maximizador racional. Si bien a Sigmund Freud ya no se le toma tan en serio como antes, esta distinción corresponde aproximadamente a su concepto del Ello deseante y al ego que mantenía esos deseos bajo control, en gran parte como resultado de las presiones sociales. Pero Sócrates apunta a otro tipo de comportamiento al relatar la historia del ateniense Leoncio, que pasa junto a una pila de cadáveres dejados por el verdugo público. Leoncio quiere mirar los cadáveres, pero al mismo tiempo trata de evitarlo; después de una lucha interna, los mira y dice: «Mirad, malditos, satisfaceos con tal bello espectáculo».  Leoncio, aunque estaba tentado de satisfacer su deseo de ver los cadáveres, sabía que era algo innoble; el hecho de ceder a sus antojos despertó su ira y su odio hacia sí mismo. Sócrates pregunta:

¿No notamos también […] que, en muchas ocasiones, cuando las pasiones penetran con violencia en uno en contra de la razón, se censura a sí mismo, se encoleriza con la parte que lo violenta y que en esta clase de duelo la cólera se pone en él del lado de la razón?

Podríamos trasladar esto a un ejemplo más contemporáneo, donde un adicto a las drogas o un alcohólico sabe que otro chute u otro trago es malo para él o ella, pero sin embargo se lo toma y siente un profundo autodesprecio por ser débil. Sócrates usa una nueva palabra, espíritu, para referirse a la parte del alma que forma la base de esta ira contra uno mismo, que es una traducción pobre de la palabra griega thymós.

"Más de dos milenios antes de su advenimiento, Sócrates y Adimanto entendieron algo que la economía moderna no reconoce. El deseo y la razón son partes integrantes de la psique humana (alma)"

Sócrates le pregunta después a Adimanto si la parte del alma que no quería mirar los cadáveres era simplemente otro deseo o un aspecto de la parte calculadora, ya que ambos empujaban en la misma dirección. La primera visión sería acorde a la perspectiva de la economía contemporánea, donde un deseo está limitado sólo por el cálculo de otro más importante que lo reemplaza. Sócrates pregunta: ¿hay una tercera parte del alma?

Que con respecto a la cólera nos parece lo contrario que antes. Pues entonces pensábamos que era como una variedad del deseo, mas ahora debemos estar lejos de afirmarlo, sino más bien que, cuando se produce un levantamiento en el alma, ésta toma las armas en favor de la razón

Completamente cierto, asintió [Adimanto].

¿Acaso es [la cólera] cosa distinta de la razón también o una cierta variedad suya, porque no son tres partes, sino dos, la razón y el deseo? O bien, como el Estado lo componen tres órdenes: mercenarios, guerreros y magistrados, ¿hay, de ese modo, también en el alma una tercera parte, la cólera, que está sometida por naturaleza a la razón, si no la ha corrompido una mala educación?

Adimanto está inmediatamente de acuerdo con Sócrates en que la parte del espíritu, el thymós, no es sólo otro deseo ni un aspecto de la razón, sino una parte independiente del alma. El thymós es la base tanto de la ira como del orgullo: Leoncio estaba orgulloso y creía que tenía un yo mejor que se resistiría a mirar los cadáveres, y cuando se entregó a sus deseos, se enfadó por no haber cumplido con esa norma.

Más de dos milenios antes de su advenimiento, Sócrates y Adimanto entendieron algo que la economía moderna no reconoce. El deseo y la razón son partes integrantes de la psique humana (alma), pero una tercera parte, el thymós, actúa de manera completamente independiente de los dos primeros. El thymós es la base de los juicios de valor: Leoncio creía estar por encima de la tentación de mirar los cadáveres, de la misma forma que un drogadicto intenta comportarse como un empleado productivo o como una madre amorosa. Los seres humanos no sólo quieren cosas que son externas a ellos mismos, como la comida, la bebida, los Lamborghini o el próximo chute. También anhelan juicios positivos sobre su valor o su dignidad. Esos juicios pueden provenir de dentro, como en el caso de Leoncio, pero la mayoría de las veces los hacen personas de la sociedad que los rodea que reconocen así su valía. Si reciben ese juicio positivo, sienten orgullo, y si no lo reciben, sienten ira (cuando creen que están siendo infravalorados) o vergüenza (cuando se dan cuenta de que no han estado a la altura de los estándares de otros).

"Esta tercera parte del alma, el thymós, es la base de la política de la identidad de hoy"

Esta tercera parte del alma, el thymós, es la base de la política de la identidad de hoy. Los actores políticos luchan por cuestiones económicas: si los impuestos deberían ser más bajos o más altos, o cómo debe repartirse la porción de los ingresos del gobierno entre los diferentes demandantes en una democracia. Pero gran parte de la vida política está relacionada de forma débil con los recursos económicos.

Fijémonos, por ejemplo, en el movimiento por el matrimonio gay, que se ha extendido como un incendio en todo el mundo desarrollado en las primeras décadas del siglo XXI. Este movimiento tiene un aspecto económico, relacionado con los derechos de supervivencia, herencia y similares para las uniones de gais o lesbianas. Sin embargo, muchos de esos problemas económicos podrían haber sido resueltos, y en muchos casos se hizo, a través de nuevas reglas sobre la propiedad en las uniones civiles. Pero una unión civil habría tenido un estatus más bajo que un matrimonio: la sociedad estaría diciendo que las personas homosexuales podían estar juntas legalmente, pero su vínculo sería diferente al de un hombre y una mujer.

Este resultado era inaceptable para millones de personas que querían que sus sistemas políticos reconocieran explícitamente la igual dignidad de gais y lesbianas; la posibilidad de casarse era sólo un marcador de esa dignidad igual. Y los que se oponían querían más bien lo contrario: una clara afirmación de la dignidad superior de una unión heterosexual y, por lo tanto, de la familia tradicional. Las emociones que rodearon el debate sobre el matrimonio gay tenían mucho más que ver con las afirmaciones sobre la dignidad que con la economía.

Del mismo modo, la ira masiva de las mujeres encarnada en el movimiento #MeToo, que surgió a raíz de las revelaciones sobre el comportamiento del productor de Hollywood Harvey Weinstein, tuvo que ver fundamentalmente con el respeto. Si bien la forma en que los hombres poderosos habían coaccionado a las mujeres vulnerables tenía una dimensión económica, el error de valorar a una mujer sólo por su sexualidad o por su aspecto, y no por otras características como la competencia o la personalidad, también se da entre hombres y mujeres de igual riqueza o poder.

"El movimiento por el matrimonio gay, que se ha extendido como un incendio en todo el mundo desarrollado en las primeras décadas del siglo XXI, tiene un aspecto económico, relacionado con los derechos de supervivencia,"

Pero nos estamos adelantando en la historia del thymós y la identidad. En La República, Sócrates no argumenta que el thymós sea una característica compartida por igual entre todos los seres humanos, ni sugiere que se manifieste en una variedad de formas. Aparece como algo asociado con una clase particular de seres humanos en su ciudad imaginaria, los guardianes o auxiliares que serían responsables de defender la ciudad de sus enemigos. Son guerreros, diferentes de los comerciantes, para quienes los deseos y su satisfacción son la característica principal, así como de la clase deliberativa de los líderes, que utilizan la razón para determinar qué es lo mejor para la ciudad. Sócrates sugiere que los thymóticos guardianes suelen estar enfadados y los compara con perros feroces con los extraños y fieles a sus amos. Como guerreros deben ser valientes; deben estar dispuestos a arriesgar la vida y padecer penalidades de una manera que ni la clase de los comerciantes ni la clase deliberativa serían capaces. La ira y el orgullo en lugar de la razón o el deseo los motiva a correr los riesgos que asumen.

Al expresarse así, Sócrates refleja la realidad del mundo clásico, de hecho, la realidad de la mayoría de las civilizaciones en todo el mundo que poseían una clase aristocrática cuya pretensión de un alto estatus social se debía al hecho de que ellos, o sus ancestros, fueron guerreros. La palabra griega para «caballero» era kalos kagathos, o «hermoso y bueno», mientras que la palabra aristocracia deriva del término griego «gobierno de los mejores». Estos guerreros eran vistos como moralmente diferentes de los comerciantes debido a su virtud: estaban dispuestos a arriesgar la vida por el bien común. Sólo acumulaban honor aquellos que rechazaban deliberadamente la maximización de la utilidad racional, nuestro modelo económico moderno, en favor de aquellos que estaban dispuestos a arriesgar la utilidad más importante de todas, la vida.

"Hoy en día tendemos a mirar atrás y ver a los aristócratas con bastante escepticismo, considerándolos en su mejor versión como importantes parásitos. Sus descendientes son aún peores"

Hoy en día tendemos a mirar atrás y ver a los aristócratas con bastante escepticismo, considerándolos en su mejor versión como importantes parásitos, y en el peor, como depredadores violentos con el resto de su sociedad. Sus descendientes son aún peores, ya que no se ganaron el estatus que reciben sus familias, sino que lo obtuvieron por mero azar al nacer. Sin embargo, debemos reconocer que en las sociedades aristocráticas había una creencia profundamente arraigada en que el honor o la estima no se debían conceder a todos, sino a aquellos que arriesgaban la vida. Un eco de ese sentimiento aún existe en el respeto que los ciudadanos de las sociedades democráticas modernas generalmente profesamos por los soldados que mueren por su país, o por los policías y bomberos que arriesgan la vida en el cumplimiento del deber. La dignidad o la estima no se deben a todos, y menos aún a los empresarios o trabajadores cuyo principal objetivo es maximizar su propio bienestar. Los aristócratas se consideraban mejores que los demás y poseían lo que podríamos llamar megalotimia, el deseo de ser reconocido como superior. Las sociedades predemocráticas se basaban en una jerarquía social, por lo que esta creencia en la superioridad inherente de cierta clase de personas era fundamental para el mantenimiento del orden social.

El problema de la megalotimia es que por cada persona reconocida como superior, muchas más personas son consideradas inferiores y no reciben ningún reconocimiento público de su valor humano. Si bien Sócrates y Adimanto asocian el thymós sobre todo con la clase de los guardianes, también parecen pensar que todos los seres humanos poseen las tres partes del alma. Los que no son guardias también tienen su orgullo, un orgullo que se resiente cuando el noble les da una bofetada en la cara y les ordena que se retiren, o cuando toman a una hija o a una esposa como juguete sexual contra su voluntad por sus «superiores» sociales. Cierto grupo de seres humanos siempre quiere ser visto como superior, y un sentimiento poderoso de resentimiento surge cuando uno no es respetado. Además, si bien estamos dispuestos a elogiar a las personas por ciertos logros, como a un gran atleta o a un músico, muchos otros honores sociales están arraigados no en la verdadera superioridad, sino en la convención social. Criticamos fácilmente a las personas que son reconocidas por cosas vacuas, como los miembros de la farándula exhibicionista o las estrellas de los programas de telerrealidad que no son mejores que nosotros.

"La megalotimia es lo que el economista Robert Frank denomina un «bien posicional», algo que por su propia naturaleza no puede ser compartido"

Por lo tanto, un impulso humano igualmente poderoso es ser considerado «tan bueno» como cualquiera, algo que podemos denominar «isotimia».   La megalotimia es lo que el economista Robert Frank denomina un «bien posicional», algo que por su propia naturaleza no puede ser compartido, porque se basa en la posición de uno en relación con otra persona.  El surgimiento de la democracia moderna es la historia del desplazamiento de la megalotimia por la isotimia: sociedades que sólo reconocían a una élite reducida fueron reemplazadas por otras que reconocían a todos como inherentemente iguales. En Europa, las sociedades estratificadas por clase comenzaron a reconocer los derechos de la gente común, y los países que habían estado sumergidos en grandes imperios buscaron un Estado separado e igualitario. Las grandes luchas en la historia política de Estados Unidos (sobre la esclavitud y la segregación, los derechos de los trabajadores, la igualdad de las mujeres) fueron, en última instancia, demandas para que el sistema político ampliara el círculo de personas que tenían los mismos derechos.

"La política de la identidad contemporánea está impulsada por la búsqueda de igual reconocimiento por parte de grupos que han sido marginados por sus sociedades"

Sin embargo, la historia es más complicada que eso. La política de la identidad contemporánea está impulsada por la búsqueda de igual reconocimiento por parte de grupos que han sido marginados por sus sociedades. Pero ese deseo de igual reconocimiento puede deslizarse fácilmente hacia una demanda de reconocimiento de la superioridad del grupo. Esta es gran parte de la historia del nacionalismo y la identidad nacional, así como de ciertas formas de política religiosa extremista en nuestros días.

Un problema adicional de la isotimia es que ciertas actividades humanas inevitablemente conllevarán un mayor respeto que otras. Negar esto es negar la posibilidad de la excelencia humana. No sé tocar el piano y no puedo fingir que soy igual que Glenn Gould o Arthur Rubinstein en este aspecto. Ninguna comunidad dejará de rendir mayor honor al soldado o al oficial de policía que arriesga la vida por el bien común que al cobarde que huye ante la primera señal de peligro o, lo que es peor, traiciona a la comunidad ante el enemigo externo. Reconocer un valor igual en todos significa no reconocer el valor de las personas que en realidad son superiores en algún sentido.

La isotimia exige que reconozcamos la igualdad de valor de nuestros semejantes. En las sociedades democráticas afirmamos, como la Declaración de Independencia de Estados Unidos, que «todos los hombres son creados iguales». Sin embargo, históricamente no nos hemos puesto de acuerdo con quiénes son «todos los hombres». En el momento en que se firmó la declaración, este círculo no incluía a los hombres blancos sin propiedad, a los esclavos negros, a los indígenas estadounidenses o a las mujeres. Además, dado que los seres humanos son tan dispares en sus talentos y capacidades, necesitamos saber en qué sentido estamos dispuestos a reconocerlos como iguales para objetivos políticos. La Declaración de Independencia dice que esto es «evidente por sí mismo», sin darnos mucha orientación sobre cómo debemos entender la igualdad.

"Pero ese deseo de igual reconocimiento puede deslizarse fácilmente hacia una demanda de reconocimiento de la superioridad del grupo"

El thymós es la parte del alma que busca el reconocimiento. En La República, sólo una clase limitada de personas buscó el reconocimiento de su dignidad sobre la base de su voluntad de arriesgar la vida como guerreros. Sin embargo, el deseo de reconocimiento también parece estar dentro de cada alma humana. Los comerciantes, los artesanos o los mendigos de la calle también pueden sentir la punzada de la falta de respeto. Pero ese sentimiento es incipiente, y no tienen una idea clara de por qué se les debe respetar. Su sociedad les dice que no valen tanto como el aristócrata; ¿por qué no aceptar el juicio de la sociedad? Durante gran parte de la historia de la humanidad, este fue ciertamente el destino de la inmensa mayoría de la humanidad.

Pero si bien el thymós es un aspecto universal de la naturaleza humana que siempre ha existido, la creencia de que cada uno de nosotros tiene un ser interior que merece respeto, y que la sociedad que lo rodea puede estar equivocada al no reconocerlo, es un fenómeno más reciente. De modo que, si bien el concepto de identidad está arraigado en el thymós, esta sensación surgió recientemente en nuestros días, cuando se combinó con una noción de un yo interno y otro externo y con la visión radical de que el yo interno era más valioso que el externo. Esto fue producto de un cambio en las ideas sobre el yo y la realidad de las sociedades, que comenzaron a evolucionar rápidamente bajo la presión del cambio económico y tecnológico.

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