Cultura

Batalla cultural

Pausini, Pasolini y la trampa del antifascismo pop del PSOE

El partido de Pedro Sánchez tiene una larga tradición de presumir de antiautoritario mientras favorece a los poderosos

Laura Pausini se defiende tras las críticas por no canta 'Bella Ciao': "Quería evitar ser utilizada"
Laura Pausini en 'El hormiguero'

Esta semana hemos presenciado una polémica mediática con recorrido más largo del habitual: las acusaciones a la superventas Laura Pausini de ser de extrema derecha por su rechazo a cantar el himno "Bella Ciao" en el programa El Hormiguero. Entre sus linchadores ha destacado Adriana Lastra, diputada asturiana del PSOE, que opinaba indignada que “Negarse a cantar una canción antifascista dice mucho de la señora Pausini, y nada positivo”. La jugada parece kamikaze, ya que el público español conoce bien a Pausini, tanto en su faceta de cantante como en la de habitual de programas musicales, y la opinión general es la de una persona sencilla, cálida y bondadosa.

La italiana no tardó en aclarar lo siguiente en su cuenta de Twitter: “Que el fascismo sea una vergüenza absoluta me parece obvio para todos. No quiero que nadie me use para propaganda política”. Precisamente esa es la tradición del PSOE: utilizar el antifascismo como matraca electoral y como carné legitimador de sus políticas favorables a las élites económicas globales. Los cincuentones y cuarentones aún podemos recordar a Alfonso Guerra agitando las cartillas de racionamiento franquistas en los mítines de su partido, removiendo los peores recuerdos de la posguerra en nuestros mayores, mientras sus ministros de Economía se integraban en la llamada jet- set y aplicaban políticas que llevaron al crecimiento de la desigualdad y la disminución de la protección de los trabajadores en el mercado laboral. Está todo explicado en el Informe Petras, estudio sociológico pagado por el PSOE, que luego el propio partido decidió sepultar.

Los veinteañeros actuales pueden recordar, por ejemplo, como Pedro Sánchez transformó la evacuación de los restos de Franco Del Valle de Los Caídos en un auténtico funeral de Estado, con una pompa televisada que superaba al No-do más empalagoso. También en tiempos recientes, agosto de 2018, la formación de derecha radical Alternativa por Alemania felicitó al ministro Grande-Marlaska por sus políticas migratorias, que le parecían un modelo a seguir por toda la Unión Europea. ¿No es llamativo que un “no” de Laura Pausini cause más debate en el PSOE que el apoyo de un partido que la mayoría de sus votantes consideran neofascista?

Pausini y Pasolini

A estas alturas del siglo XXI, justamente en el centenario del nacimiento de Pasolini, no es ninguna novedad que el gran parte del progresismo occidental ha usado el posicionamiento contra el viejo fascismo para naturalizar las nuevas formas de tiranía. “No hemos hecho nada para que no haya fascistas. Nos hemos limitado a condenarlo gratificando nuestra conciencia con nuestra indignación; y cuanto más fuerte y petulante era la indignación, más tranquila se quedaba la conciencia”, señala Pasolini en uno de sus textos, recogido en El fascismo de los antifascistas (Galaxia Gutenberg, 2021). El propio Felipe González citaba hace quince años una frase parecida de Leonardo Sciascia, que afirmaba que también son fascistas “los antifascistas que llaman ‘fascista’ a todo aquel que no coincide con sus ideas”.

Los antifascistas de la escuela de Adriana Lastra quieren hacernos creer que una cantante melódica deteriora de algún modo nuestro debate público.

En plena ebullición de la polémica por el gesto de Pausini, se publicó un recomendable artículo que puede usarse en descargo de Lastra (en el sentido de que no es la única que cae en estas inercias perezosas y estériles). El texto lo firma el ensayista y profesor Diego Garrocho en la revista Ethic, con el título “Y tú, ¿contra quien piensas?”. Destaco este fragmento: “Casi todos los debates contemporáneos, ideológicos, políticos o culturales giran en torno a la objeción. Las identidades parecen arraigarse en un pensamiento ‘anti’ en el que la oposición, la crítica o la destrucción parecen elevarse como una opción preferente de la reflexión. La mediocridad siempre es transversal y, en este caso, esta fragilidad se extiende con igual proporción en todos los contextos y a lo largo y ancho de todo el espectro ideológico. Anti-imperialistas, anti-comunistas, anti-ilustrados, anti-modernos: no son más que algunos nombres que expresan esta fatiga del pensar”, argumenta. Por mi parte, incluyo aquí a los antifascistas de la escuela de Adriana Lastra, que quieren hacernos creer que una cantante melódica dulce y bondadosa deteriora de algún modo nuestro debate público.

Más información