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Cultura

Por qué importa la muerte de Justin Townes Earle

Lo más probable es que su nombre no les suene, pero hablamos de uno de los músicos más brillantes de la música popular en Estados Unidos. Por desgracia, el pasado lunes se anunciaba su fallecimiento y pasaba a formar parte del triste club de los talentos truncados, junto con nombres de las talla de Jeff Buckley y Elliott Smith, que el destino nos arrebató en trágicas circunstancias. Recuerdo que, al principio, me costó prestarle atención: la mayoría de hijos de músicos famosos no suelen dar la talla, pero claramente él estaba en el bando de las excepciones. Su primera gira española en 2007 -la única que realizó- anunciaba ya el enorme caudal artístico que pronto llegaría a manejar. La nota sobre su muerte no especifica las causas.

Justin Townes Earle (Nashville,1982) era una fuerza del pasado. Me quedo claro la primera vez que le entrevisté, fascinado por su tercer álbum, Midnight at the movies (2009). “La mayor parte de los discos de mi colección son anteriores a 1959. Creo que la calidad de la música se desplomó en los sesenta, justo cuando empezó a entrar el dinero a lo grande. Los grupos empezaron a plantearse esto no como una necesidad expresiva, ni como un medio de vida, sino como una manera rápida de hacerse ricos. Hasta ese momento gran parte de los artistas eran gente normal a la que le gustaba tocar o cantar. La cultura de las superestrellas hizo posible que un músico ganara en una noche lo que otras personas ingresan en un año. Así es imposible sentirte conectado con los demás. Tampoco es un fenómeno exclusivo de la música: cuando hay mucho dinero metido en cualquier sitio lo más probable es que se acabe jodiendo”, explicaba. Fue uno de los últimos románticos del mundo de la música, quizá solo comparable a Amy Winehouse, otro huracán expresivo que sentía pertenecer a una época anterior.

"Tomé drogas a lo bestia. Ahora he pagado la factura y quiero aprovechar el tiempo que me queda para grabar los mejores discos posibles", anunciaba

Más sobre esto: "Cuando iba al instituto, hubo una fiebre tremenda por las raves. Yo ya estaba tan colgado de la guitarra acústica que ni siquiera probé a ir. Me limité a escribir la canción "Who Am I To Say", sobre cómo las chicas más guapas de la clase se metieron en una espiral que hizo que dejaran de ser guapas en tiempo récord. También tomé drogas a lo bestia, pero escuchando mi música. Ahora he pagado la factura y quiero aprovechar el tiempo que me queda para grabar los mejores discos posibles", anunciaba. Si quieren acercarse a su obra, recomiendo comenzar por discos tan perfectos como Harlem River Blues (2010), The Saint of Lost Causes (2019) o el mencionado Midnight At The Movies (2009). Sin duda tenía dentro muchos otros de ese calibre, que ya nunca escucharemos.

Adolescencia salvaje

A los trece años pasó por la cárcel por posesión de un arma de fuego. A los diecisiete, era adicto a los opiáceos. A pesar de este temprano descarrilamiento, siempre tuvo los pies en el suelo: aprendió el oficio de pintor de brocha gorda para tener algo a lo que agarrase si naufragaba en la música. “Debes instruirte con los pioneros, leer mucho y si aun así no te sale una buena canción es que no eres buen compositor y has de dedicarte a otra cosa”, dijo al periodista Nando Cruz en una jugosa entrevista. A los veintidós años, tras un 'pasote' de drogas, sufrió un colapso respiratorio y salvó la vida de milagro. Decidió limpiarse, volcar sus energías en la música y demostrar lo que llevaba dentro, que era mucho.

La canción “Mamma’s eyes” es un homenaje a su madre, que le crío en solitario ante el abandono del legendario músico Steve Earle

Un ejemplo: su única gira española fue compartida con el también debutante Jubal Lee, que despachaba una media de cinco discos después de cada actuación, mientras que Justin vendía cuarenta. Si era tan rematadamente bueno, ¿por qué tan poca gente ha escuchado hablar de él? Tiene que ver con la lógica perversa del mercado de los directos en España. Aquí solo es rentable venir de gira cuando no eres nadie (para darte a conocer) o cuando has conseguido hacerte muy famoso (para pedir un caché espectacular en macroconciertos o festivales). La clase media suda tinta china para cuadrar las cuentas, así que es mejor dedicarse al resto de países europeos, donde tratan mejor a los artistas emergentes.

Padre ausente

Tampoco empezó exactamente de cero: hablamos del hijo de Steve Earle, un disidente de la comunidad country-rock que destacó por la intensidad de su repertorio, por sus excesos toxicómanos y por la escasa implicación en la crianza del niño. Sus discos modernizaron el género, acercándolo al punk o incluso a elementos de inspiración hip-hop, además de la rareza de ser un cantautor estadounidense interesado en el marxismo. Justin escribió una preciosa canción, titulada “Mamma’s Eyes”, donde explicaba el abandono de su padre -de quien había heredado el carácter terco- y el inmenso respeto que tenía por su madre -a quien agradecía los valores que le había inculcado-. La letra reconoce haber caído en las adicciones de su progenitor, al tiempo que admiraba la capacidad materna para “distinguir el bien del mal”.

Cuando le pregunté en una entrevista por esta canción, contestó de manera rotunda: “No tuve contacto con mi padre hasta los trece años. Estaba de gira y esas cosas. Crecí en un ambiente muy poco musical: tras el divorcio, mi madre no quería saber nada de ese mundo. Ella me limpió el culo muchas veces y se mató para cuidarme. De ahí sale la canción”. Es lo que ahora se llama “política de los cuidados”, cien por cien ajena a los mandamientos del rock and roll.

Justin Townes Earle era un comunista convencido, hasta el punto de llevar una hoz y un martillo tatuados en el brazo. Al contrario que su padre, no presumía de ello en sus canciones, ni se explayaba en las entrevistas. “Evito la política en las letras y en el escenario. Quiero que mis conciertos sean un descanso, un mundo aparte donde la gente olvide el miedo a la crisis o a las guerras. Dicho esto, no te confundas: tengo opiniones contundentes. Mi padre es una especie de referente de la izquierda musical en Estados Unidos. Coincidimos en todo, menos en una cosa: él rechaza la revolución armada y a mí me parece bien. La gente sabe lo que pienso, pero aun así vienen muchos republicanos a mis conciertos. Eso me alegra porque lo importante son las canciones”. Aparte de un enorme músico, era un hombre de los de antes. Cada vez quedan menos. Por desgracia.

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