Tras biografías sobre Wharton o Koestler y ensayos como 'La banalidad del bien' (Deusto), el filósofo y escritor madrileño Jorge Freire (1985) publica en Libros del Asteroide 'Los extrañados', una obra a medio camino entre ambos géneros que retrata el singular desarraigo de cuatro escritores muy distintos entre sí: Wodehouse, Bergamín, Blasco Ibáñez y, de nuevo, su admirada Wharton. Un extrañamiento que, como aclara Freire en este libro agudo y estimulante, representa la "entraña profunda de quien, no encajando en sitio alguno, se encomienda la tarea de convivir con el extraño que hay en su interior".
Pregunta. Los casos que relata en el libro podrían entenderse como episodios de cancelación 'avant la lettre'.
Respuesta. Todo dislate, como la citada cancelación, comienza como un desvarío lingüístico. Se puede cancelar algo: una reserva de hotel, un negocio, un ciclo de conferencias; pero en nuestra lengua no tiene sentido cancelar a alguien. Por supuesto, lo podemos perseguir, lo podemos difamar y lo podemos condenar al ostracismo, porque esas cosas siempre han existido. De la novedosa expresión "cancelar a alguien", horrísona donde las haya, se colige, ante todo, una intención destructiva, pues exige la anulación del sujeto, que va a parar a ese mundo sin retorno que habitan las reservas y los pagos que anulamos.
De igual modo, la acción de los poderosos contra quienes les tocan los costados es tan vieja como el mundo. La novedad, en este caso, es la rapidez con que ahora nos avenimos a ser perseguidos, autocensurándonos preventivamente. Yo creo que nadie nos puede quitar la dignidad y que la única forma de perderla es creer que no somos dignos. No es casualidad que quienes niegan que la dignidad existe vivan empeñadas en que vivamos en la alcantarilla. Lo mejor que puede hacer uno es ser fiel a su estilo, tanto si es incomprendido como si lo sacan a hombros. Y el que no tenga estilo, que siga las normas básicas de la urbanidad y el decoro. "En mi hambre mando yo", decía aquel campesino del relato de Madariaga, y decía bien. Mejor pobres que acoquinados.
P. En cualquier caso, de vivir hoy, ¿sus extrañados serían cancelados?
R. Ese es un juego mental para el que no tengo respuesta, pues no existe el yo sin circunstancia. Si San Agustín, Churchill y Kubala vivieran hoy, ¿irían de vacaciones a Marina D'Or? Ni idea. Dicho lo cual, intuyo que el extrañamiento de Bergamín o Blasco Ibáñez no derivaba de su escasa adecuación a su tiempo; de hecho, ambos se sincronizaron con la realidad política y literaria que les tocó vivir y jugaron papeles muy destacados en su época… Y, sin embargo, nunca encajaron del todo. El extrañamiento es, en esencia, una cuestión caracteriológica. No es que por azar te encuentres en unas coordenadas espaciotemporales que te son adversas; es que, probablemente, nunca halles ese lugar que te encaja como un guante, porque llevas en tu interior un extraño con el que antes o después habrás de hacer las paces.
P. Wodehouse fue puesto en la picota por su relación con el nazismo. Sin embargo, su caso tiene poco que ver con el de otros escritores como Hamsun o Céline.
Lo que explica la forma de actuar de Wodehouse no es una toma de posición política, sino más bien lo contrario: una completa ausencia de posición política. Y eso es raro en medio de una guerra mundial, donde todo el mundo, salvo que sea suizo, se ve obligado a cerrar filas con un bando. ¿Cómo es posible que, en medio de una guerra propagandística, se aviniera a retransmitir sus desternillantes chistes en la radio nazi? Por puro desconocimiento. Ignoraba que el Ministerio de Exteriores alemán lo estaba usando para disuadir a Estados Unidos en la guerra, justo cuando el Reich estaba a punto de emprender la Operación Barbarroja. Wodehouse se convirtió en ese momento en el arquetipo platónico del tonto útil. Su obra es cómica pero su figura termina siendo trágica.
Todo dislate, como la cancelación, comienza como un desvarío lingüístico
En su defensa, Orwell aludió a su "total falta de su conciencia política". Sus amigos íntimos argüían que era muy listo para idear novelas pero prácticamente inútil a la hora de conducirse en su vida privada. Doy fe de que ese tipo de gente existe. El profesor más brillante que tuve en la carrera, un auténtico memorión, nos contó en clase que se vio en apuros en un congreso en el extranjero, porque no sabía cocinar absolutamente nada, y contrató a una prostituta para que le hiciera una tortilla. Muy listos en lo suyo y prácticamente idiotas en todo lo demás.
P. ¿Y cómo se explica la desatinada evolución política de una intelectual de la talla de Bergamín?
R. Manejé hipótesis muy sesudas. Unas tenían que ver con lo religioso, en tanto que el huevo de la gallina 'abertzale' se incubaba en rectorías y monasterios, y otras tenían que ver con lo político, sobre todo con la obcecación de Bergamín con que el País Vasco era la última resistencia a lo que llamaba el "franquismo borbónico". Pero en ocasiones la respuesta más razonable es la más prosaica, y no hay alambicado argumento teológico ni sutil teoría política que logre lo que solo el calor humano puede. Bergamín estaba "perdido, ignorado, aburrido, oscuro y errabundo", como escribió en una preciosa carta a Alberti. No lo admitían en los principales cenáculos literarios y la cultura oficial le daba la espada. Le habían condenado al ostracismo. Curioso es que esa palabra, ostracismo, venga de una teja con forma de ostra que usaban los griegos, porque el propio Bergamín tiene un aforismo que dice que el aburrimiento de la ostra produce perlas. En su caso, el aburrimiento produjo textos muy inteligentes, pero también animosidad y tristeza.
De manera que cuando un par de amigos editores, muy significados con la causa 'abertzale', le ofrecieron su cariño y le hicieron sentir importante, Bergamín vio que se le abría el cielo y que encontraba finalmente su lugar. ¿Qué hay de raro en ello? En realidad, muchas conversiones pueden explicarse de la misma forma. No por un despliegue retórico o una serie de argumentos racionales, sino por cordialidades y apegos personales. Así es la condición humana.
P. Pese a su éxito, Blasco Ibáñez fue vapuleado por la crítica de su tiempo y hoy ha caído en el olvido. ¿Debemos rescatarlo de él?
Por supuesto. Blasco es un escritor portentoso. Lo mejor que tiene son las novelas valencianas: 'Cañas y barro', 'La barraca', 'Entre naranjos'… También me gustan mucho sus cuentos valencianos, que son irregulares pero cuentan con una curiosa particularidad: gracias a la influencia de Balzac, Blasco remeda 'La comedia humana' y se sirve de personajes que pasan de una historia a otra. El Dimoni, que es un dulzainero borrachín, protagoniza su cuento y es secundario en otro; la madre del Femater aparece en un par… Pensándolo, creo que es el poso balzaquiano lo que más me gusta de esos cuentos. De hecho, el padre de la tiple de 'Un silbido' tiene algo del Tío Goriot. La verdad es que Blasco era un buen cuentista. 'El dragón del patriarca', por ejemplo, es digno de Wilde. Y 'Guapeza valenciana es como 'Brighton rock', de Greene, o como 'Peaky Blinders', pero más bestia todavía.
Me interesa menos el Blasco folletinesco de los inicios, si bien 'La araña negra' tiene su curiosidad, aún siendo un libro mediocre, y el Blasco de los últimos años. ¿Qué importa? Escribió la que probablemente es la mejor novela en español del pasado siglo, 'Cañas y barro'. Con eso basta.
R. Edith Wharton fue una escritora conservadora, crítica con el feminismo y a la que se reprochaba su mirada "masculina". Pero, ¿no refleja su obra una sensibilidad feminista?
¿Se puede ser feminista en contra de la propia voluntad? Porque el carácter conservador de Wharton la hacía mirar con desagrado a las feministas de su tiempo y, sin embargo, vista en retrospectiva su figura pionera tiene algo de feminista. Tengamos en cuenta que se mantuvo ajena al movimiento sufragista y que, como la protagonista de 'El arrecife', hacía oídos sordos a las exigencias que "horribles mujeres sobre tribunas" iban proclamando. No hay constancia de que prestase mucha atención a lo sucedido el célebre 8 de marzo de 1908, cuando más de un centenar de trabajadoras murieron abrasadas en una fábrica textil de Nueva York, porque el suceso la pilló enfrascada en la redacción de sus cuentos de fantasmas.
Probablemente, nunca halles ese lugar que te encaja como un guante, porque llevas en tu interior un extraño con el que antes o despues habrás de hacer las paces
Y, sin embargo, hay personajes relativamente feministas en sus obras, si bien contados. Gerty Farish, la trabajadora doméstica de 'La casa de la alegría', o Justine Brent, la enfermera de 'El fruto del árbol'. En ambos casos, su independencia y su libertad derivan del dominio del carácter y del control sobre sí mismas. ¿La hace eso feminista? Fue la primera mujer que ganó el Pulitzer, una de las primeras de su generación en profesionalizarse como escritora, una de las primeras reporteras de guerra… Creo que al menos como pionera de la emancipación femenina sí admite una lectura feminista.
P. Tenía previsto un capítulo sobre el filósofo Spinoza que terminó desechando. ¿Qué convertía al pensador en uno de sus 'dislocados'?
Me vi obligado a desecharlo porque no encajaba con el resto de protagonistas, que son todos hijos de una misma época. Spinoza no es ya un extrañado, sino un hombre cien veces maldito: tiene guasa que se llamara Benito… Si el hecho de ser judío ya le colocaba bastantes papeletas para sentirse extraño entre gentiles, sus escritos, heréticos de cabo a rabo, lo hicieron ser expulsado de su comunidad por el sanedrín. ¡Ahí es nada! Si ya es difícil ser profeta en tu tierra, peor es vagar por tierra de nadie, que es el lugar en que se despliega la Modernidad. Spinoza fue más moderno que los modernos y eso se paga caro. De él, afortunadamente, queda su obra filosófica y su ejemplo de vida. Es difícil ser más madridista que Santiago Bernabéu, pero es más heroico ser madridista si vives enfrente del Camp Nou. Bien mirado, a Spinoza le tocó ser simultáneamente Santiago Bernabéu y el presidente de la peña Juan Gómez "Juanito" de Badalona.
R. El desconcierto de sus biografiados aparece, sobre todo, en la vejez. Pero, si el extrañamiento es sentir que no encajamos en el mundo que nos rodea, ¿no sería la adolescencia la edad 'extrañada' por antonomasia?
Recuerdo haber leído a Rafael Sánchez Ferlosio que, según pasaba el tiempo y él iba envejeciendo, más extraño le parecía todo. Un viejo puede vivir estupefacto y admirado; y, sin embargo, hay muchos adolescentes que viven en un continuo estado de gilipollez. Nunca me ha convencido el corporativismo generacional. Sea como fuere, el problema de la adolescencia, que tiene su importancia pero no tiene trascendencia, es que se cronifique. Si hay tantos adolescentes de cuarenta años es porque apenas quedan adultos de una pieza que se vistan por los pies.
P. La ambivalencia de los retratados parece contagiarse al libro. ¿Cree, como ha dicho Cercas, que la literatura no debe ofrecer certezas sino verdades ambiguas?
R. Yo creo que hay que habitar en la verdad, admirar la belleza y hacer el bien. Con eso uno ya tiene deberes más que de sobra y, además, se lo va a pasar estupendamente por el camino. Las certezas son proposiciones del tipo «dos más dos son cuatro», eso que Kant llamaba juicios analíticos. Qué le vamos a hacer si la persona es sed de verdad pero también es pasión y, como decía Agustin De Foxá, no parece que nadie esté dispuesto a dar su vida por el sistema métrico decimal. Ahora hay mucha gente que quiere que todo sea medible y conmensurable y que, como vivir da miedo, se agarra al clavo ardiendo del racionalismo.
Estamos todos en el mismo barco y hay mar gruesa
Pero el compromiso exige dejarse de monsergas y de excusas. No creo que en el lecho de muerte haya mucha gente que se arrepienta de haberse comprometido. Tampoco creo que haya muchos que, en sus últimas horas, piensen «debería haber encontrado más certezas». ¿Qué certezas, señor mío, si no sabemos ni dónde vamos a caer muertos mañana? El que se caiga, que se levante. El que esté de pie, que intente mantener el equilibrio. Estamos todos en el mismo barco y hay mar gruesa.
P. En los cuatros retratos se adivina su simpatía por sus protagonistas. Pero, confiese, ¿con cuál de ellos se siente más identificado?
R. Con Wodehouse. En tiempos de resabio socarrón e insoportable dicacidad, su humor blanco e ingenuo resulta rompedor. Detesto 'South Park'. A mí lo que me va es el Quijote, Cunqueiro, el Monsier Hulot, las tiras de Mingote, Faemino y Cansado… Humor inocente, sin sarcasmos, ni retintines ni trastienda. La milicia contra la malicia, que decía Gracián.
P. En una entrevista a cuenta de 'Hazte quién eres', afirmó que se lo regalaría a Pablo Iglesias o Juan Carlos I. Y bien, ¿a quién le regalaría 'Los extrañados’?
R. A Feijóo, que es un democristiano en un partido esencialmente liberal. ¿Se atreverá a imponer su estrella y a pisar fuerte?