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Cultura

Javier Gomá: “La filosofía es lo contrario de la política”

El escritor y filósofo publica en Galaxia Gutenberg la trilogía teatral 'Un hombre de cincuenta años'

Javier Gomá: “La filosofía es lo contrario de la política”
Javier Gomá en una fotografía de archivo de Vozpópuli. Javier Martínez

Quien alcanza los cincuenta se inicia en el conocimiento de un secreto, un secreto profundo, escribe el filósofo y escritor Javier Gomá en el ensayo que sirve de presentación de Un hombre de cincuenta años (Galaxia Gutenberg), un volumen que reúne la trilogía teatral conformada por el monólogo Inconsolable, que el filósofo escribió tras la muerte de su padre; la comedia Quiero cansarme contigo, que aborda el lado jocoso de la ejemplaridad y la tragedia Las lágrimas de Jerjes, un drama que se desarrolla en la Atenas clásica.

Las tres obras tienen en común el hecho de estar protagonizadas por un huérfano cercano a los cincuenta que, en determinado momento, se enfrenta a la revelación de aquel oscuro secreto: la muerte del padre y el intento de comunicarse con su espectro. Quien ha llegado a los cincuenta, insiste Gomá, acude a la muerte de los padres, ”los últimos seres mitológicos”. La revelación de esa desaparición sostiene el corpus dramatúrgico de esta trilogía.

Javier Gomá defiende el teatro como el espacio adecuado para comunicar la certidumbre de la muerte, a la que rodea con ideas que atraviesan su obra: la ejemplaridad, la ética, la democracia… y que forman parte de sus preocupaciones intelectuales. Muchas de las preguntas y reflexiones de Javier Gomá resuenan en el mundo contemporáneo, especialmente la irrupción de la muerte en una sociedad que hasta la pandemia, prefería esconderla. Aunque las piezas de este volumen fueron escritas entre 2017 y 2019, reproducen un espíritu tan universal como urgente. Parecen sacadas o hechas para explicar los tiempos que nos ha tocado vivir.

Además de la rotundidad de la muerte, la crisis sanitaria desatada por el covid-19 entraña un relato político que gravita alrededor de la ejemplaridad, un concepto al que Javier Gomá dedicó una tetralogía publicada en conjunto en 2014: una primer entrega sobre la historia y teoría general de ese concepto (Imitación y experiencia); su formación subjetiva (Aquiles en el gineceo); su aplicación a la esfera política (Ejemplaridad pública) y su relación con la esperanza (Necesario pero imposible). Las ideas de libertad, responsabilidad, democracia forman parte no sólo de la amplia obra ensayística de Gomá, sino también de su dramaturgia, de la cual habla en estas preguntas que contesta a Vozpópuli.

Corren tiempos de incertidumbre. ¿Qué ha hecho la filosofía por nosotros?

Hay una filosofía “natural”, que es la que todos los hombres y mujeres del mundo tienen, pues todos ellos poseen una interpretación del mundo y en el fondo interpretar es comenzar a filosofar. Luego hay también una filosofía “literaria”, que es un libro de conceptos que una minoría insignificante de personas compone. A mi juicio, la misión de la filosofía literaria es conseguir, a largo plazo, que la filosofía natural de los demás sea más coherente, profunda, significativa, densa, y le ayude a llevar una vida digna de ser vivida. Ni la natural ni la literaria pueden alterar la naturaleza humana, sino sólo enseñar el arte de vivir. La incertidumbre forma parte de la condición humana, dado que hombre y mujer son seres nativamente excéntricos, por una parte capaces de lo mejor, por otra condenados a lo peor, en suma, algo raro y excepcional en su entorno. No es, pues, que vivamos tiempos de incertidumbre, sino que la propia especie humana está atravesada desde el origen de una incertidumbre en todas sus cosas, salvo la certidumbre de su muerte. De la conciencia de la incertidumbre brotan muchos de los bienes que hacen la vida digna de ser vivida: no existiría el arte, ni la filosofía, ni la ciencia, ni la compasión, ni la ternura, ni el Derecho, ni la solidaridad si tuviéramos la seguridad de una piedra o de un árbol, ni tampoco la de un ángel.

Las dos primeras obras de la trilogía ya habían sido publicadas, la tercera es inédita. ¿Por qué sacarlas ahora? ¿Qué perspectiva aporta el teatro hoy para que decida reunirlas ahora?

Por el “sucio secreto” que se menciona en el ensayo preliminar del libro, que justifica que la reunión de las tres obras se designe como “trilogía teatral”. Yo no era consciente al principio, pero entre el final de la segunda obra, la comedia, y antes de la composición de la tercera, cuando estaba preparando el material para escribirla, comprobé que se mantenía siempre nueva una pulsión repetitiva que no podría ser casual: en las tres obras el protagonista está en torno a los cincuenta años, es huérfano y en un momento dado sostiene una conversación con el espectro de su padre muerto. Cuando uno llega a esa edad, generalmente (no siempre, lo sé, pero si con carácter general), uno asiste a la muerte de su padre o de su madre. Los padres no son seres amados, son el último animal mitológico, se dice en el monólogo. Cuando muerte, el héroe legendario se convierte en cadáver. La visión del cadáver, la transformación de un ser dotado de aura en una cosa desechable, es como mirar de cara a la Medusa: esto es lo que hay. Para los Antiguos el cadáver era impuro, por eso me atrevo a llamarlo “sucio”. Los ensayos filosóficos previos me sirvieron para definir la muerte y la mortalidad, pero la experiencia de la orfandad me hizo sentir el desgarramiento de la privación real y efectiva. El ensayo ilumina, clarifica, sistematiza, y por eso distorsiona aquellas cosas que no son claras, sistemáticas, sino oscuras, mistéricas, insondables, irreductibles a concepto. Para transmitir la experiencia de la privación es mejor mostrarla en escena que definirla en conceptos. El teatro es el género literario que mejor se adapta a la condición temporal-finita del ser humano.

Su teatro  se reparte entre monólogo, comedia moral y tragedia. ¿Cuál de los tres géneros aborda más directamente nuestro tiempo?

De alguna manera, los tres géneros son intemporales. Existían monólogos o parlamentos individuales en las obras de teatro desde el principio, ha habido comedia y tragedia desde Grecia. Pero, sin duda, en la modernidad los tres asumen características propias. El monólogo es especialmente adecuado para el yo moderno, que necesita expresar su sentimiento y su conciencia. El humor de la comedia sirve para templar los anhelos infinitos de ese mismo yo moderno y de esa manera educarlo y civilizarlo. La tragedia, en fin, refleja mejor que ningún otro género la consustancial condición del yo moderno, conmocionado por la conciencia de ser el más excelente en el reino de la naturaleza, pero condenado al mismo destino que el más bajo de los seres vivientes. Todo esto, en mi caso, se combina con el conocimiento del “sucio secreto”, que produce desconsuelo (el monólogo), cansancio (la comedia) y melancolía (Jerjes). Sólo añadiré ahora que estos sentimientos constitucionales de esa edad de la vida no son la última palabra. No pueden esquivarse, pero sí puede trabajarse sobre ellos para, tras conocer lo más profundo, recuperar alguna forma de ingenuidad, no ya de primer grado, como la de la infancia, sino una elegida, aprendida. 

En Las lágrimas de Jerjes aborda la democracia y la naturaleza de los individuos que la conforman. ¿Tiene problemas hoy la democracia como institución o es un asunto de los ciudadanos?

La democracia es enteramente un asunto de ciudadanos, pues la pretensión última es la de que cada uno de los miembros que la componen sean mayores de edad y, sin amos, sólo se obedezcan a sí mismos. Aquel lema democrático “Un hombre, un voto”, significa que en democracia lo decisivo no reside en los mejores, los más virtuosos, los más listos, los más experimentados. No. Lo decisivo es que suponer que cada uno de los ciudadanos cuida de sus intereses y son competentes para hacerlo. Ya sabemos que ese lema no es real, pero adoptarlo como ideal posee una eficacia performativa, es decir, trasforma la realidad en la dirección que señala. Consecuencia de ese ideal de ciudadanos, que se dictan a sí mismo lo que les conviene y no necesitan que se lo dicte un dictador, sería la generalización de una mayoría de personas educadas, creadoras de costumbres cívicas. El sistema entero de la democracia descansa sobre la existencia de un lecho de costumbres. Sin costumbres, la ley y las instituciones no son nada (salvo que, como yo pienso, una institución no sea en el fondo más que una costumbre organizada). 

Vivimos un tiempo marcado por la enfermedad… ¿estamos incapacitados para la piedad y la compasión?

Más bien lo contrario. Avanzan los derechos en Occidente y eso es porque la mayoría se compadece de la situación de ciertas personas cuya debilidad les merece compasión. La ética es en gran medida una cuestión de imaginación, de ponerse en el lugar del otro. Nunca han sido tan protegidas como ahora las minorías normalmente perseguidas o sufridas, o mayoría antes subyugadas como la de las mujeres. ¿En qué otra época distinta de la nuestra le gustarían vivir a nuestras mujeres de hoy? Somos una especie más entre las muchas que existen en la naturaleza que compiten entre sí. La especie humana ha triunfado sobre todas las demás y se erige en la reina de la naturaleza, pero, pese a ello, no ha cesado de competir con ella misma, a veces atrozmente. La lucha por la vida ha creado violencia y rivalidad entre los seres humanos. Pero hay signos de que ese estadio se va a superar. El Estado de Derecho es una muestra, que sustituye la venganza privada por la justicia. La lucha y la coacción serán sustituidas por la colaboración inteligente cuando se llegue a la convicción de que es una manera incluso más efectiva y digna de vivir y sobrevivir. 

La libertad es una palabra que está hoy en boca de todos, desde las campañas electorales hasta los botellones. ¿Cómo lo ve? 

La libertad es precondición de la ética, pero no es la ética misma. Sin libertad no hay ética, pero sólo con libertad no somos agentes éticos. Como diría Lenin, “libertad, ¿para qué?”. Respuesta: para elegir bien el uso de la libertad. He aquí el origen de la palabra “elegancia”: elegante es quien sabe elegir. La libertad sin instrucciones de uso aboca a la vulgaridad y de hecho vivimos una época de vulgaridad consumada. El ideal es mejorar la libertad con la elegancia, transitar de la vulgaridad a la ejemplaridad. 

 ¿Es la política el mejor lugar para un filósofo? Se lo pregunto por Ángel Gabilondo, que acaba de perder las elecciones.

La filosofía es lo contrario de la política. La política es la acción para obtener el poder en lucha con otros que quieren lo mismo. La filosofía plantea una oferta ideal de sentido en el ámbito de los conceptos universales y abstractos. Se parece mucho a la diferencia entre la realidad imperfecta y el ideal perfecto. Muchos de los inconvenientes de la política han procedido, históricamente, de intentar imponer la perfección de la filosofía en la imperfección de la comunidad política. Así Platón en Siracusa y el resto de los intentos de fallido perfeccionismo. Hay que comprender el ideal funciona como principio orientador, pero no como regla de acción política real y concreta. Otra cosa distinta, claro, es que el filósofo es antes ciudadano y pueda entrar en la lucha política y hacerlo con éxito, como le ocurrió a Gabilondo en las elecciones anteriores. Pero no lo hace como filósofo sino como ciudadano. Y lo mismo que gana puede perder, como en las últimas elecciones. 

¿Cuál es el signo de este tiempo? 

La mezcla entre progreso y malestar. Son las dos notas, una junta a la otra, que nos definen hoy.  

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