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Lo que la izquierda no entiende sobre Clint Eastwood

En su última obra, 'Cry macho', rinde homenaje a la mujer cálida y a la familia, al margen del feminismo hegemónico

Es un caso singular el de Clint Eastwood. Tiroteado por la crítica cinematográfica izquierdista prácticamente desde el comienzo de su carrera, por las razones más insospechadas y variables, el cineasta se ha acostumbrado a sortear las balas y a responderlas a su modo, sin pausa ni descanso. Y aún ha tenido tiempo para indagar en sus propias preocupaciones, e incluso para hurgar en sus zonas de sombra, en un largo periplo que ha encontrado en su última película, Cry macho, una estación de llegada a una cierta felicidad posible. Una felicidad encarnada en una mujer; en una familia (ajena, pero que asumirá como propia); y en una sociedad, la mexicana, donde su personaje podrá recomponer una experiencia sencilla de lo comunitario viviendo su vida tranquilamente y curando los animales de sus vecinos. Por sorprendente que pueda parecer, todos estos elementos nadan contracorriente, lo que probablemente explique, en parte, el desdén, o incluso desprecio, con que la obra ha sido recibida.

El último trabajo de Eastwood es una película conscientemente pequeña, pero hermosa, probablemente la más serena y luminosa de su carrera, y decididamente contemplativa. Respaldada por la conmovedora y arenosa música de Mark Mancina y la aterciopelada voz de Will Banister. Es también aquella en la que su alter ego en la pantalla se muestra menos arrogante y más alejado de su cliché de tipo duro. Que precisamente esta obra delicada haya sido tan mal recibida desconcierta, pero no estamos en realidad ante un fenómeno nuevo. Los malentendidos y los prejuicios acompañan a Eastwood desde el principio; la sorpresa es sólo relativa.

Su primera película importante en Estados Unidos, tras el éxito alcanzado con la 'trilogía del dólar' de Sergio Leone, fue Harry el sucio (1971), de Don Siegel, que ya motivó el primer ataque furibundo de la izquierda cultural. La película y su personaje principal eran “racistas y fascistas”, según la célebre analista de The New Yorker, Pauline Kael, una “autoproclamada paladín crítico de los Estados Unidos de Woodstock y del nuevo Hollywood”, según la definición de Bernard Benoliel en su ensayo sobre Eastwood para Cahiers du Cinema. Racista y fascista. Una cantinela que ya sonaba hace 50 años.

Kael realizaba una lectura sesgada y desorientada de una película más compleja de lo que ella vio; una obra que construía y deconstruía su propio mito. El duro, descreído y fascinante detective Callahan, el justiciero castigador de los delincuentes de la primera parte, mutaba en la segunda para mostrarnos sus muñones internos, su desasosiego devorador, y la existencia en su interior de una pulsión sádica que le hermanaba, en cierto modo, con Scorpio, el criminal que se había comprometido a vencer. No había en la película ninguna idealización de este lado oscuro del héroe, pero la analista se montó su propia película.“Está claro que Harry el sucio sólo es una película de género, pero el género de acción siempre ha encerrado un potencial fascista que ha terminado por salir a la superficie”, aseguraba Paulina Kael. “Es una película profundamente inmoral”.

Óscars y muecas de disgusto

En la década de los ochenta, sin embargo, algo empieza a cambiar. Orson Welles, el director de Ciudadano Kane califica a Clint Eastwood como “el director más subestimado del mundo”, y la crítica empieza a rendirse ante películas como El fuera de la ley (1976), El aventurero de medianoche (1982), El jinete pálido (1985), Bird (1988), que reconstruye la vida de Charlie Parker, o Cazador blanco, corazón negro (1990), donde realiza al tiempo un retrato de John Huston, y una proclama de afinidad hacia la insobornable, y muy viril, independencia artística del director de El halcón maltés. Todo a partir de la recreación de un episodio dramático ocurrido durante el rodaje de La reina de África.

Eastwood ha decidido convertir la debilidad asociada a su edad en materia prima de su relato

Estas películas asentarán un prestigio cinematográfico que encontrará su confirmación con el doble Óscar a Sin perdón (1992), y en la década siguiente los logrados por Million dólar baby (2004). Otros hitos como Un mundo perfecto (1993), Los puentes de Madison (1995), Mystic River (2003), el duplo bélico Banderas de nuestros padres / Cartas desde Iwo Jima (2006) y Gran Torino (2008) le granjearán un aprecio generalizado. Pero nunca faltarán los motivos de crítica. Especialmente por el supuesto machismo, o sexismo, de algunos de sus personajes.

Películas como El sargento de hierro (1986) reavivan las viejas muecas de disgusto. Eastwood es aquí el sargento Tom Highway que regresa a los marines como instructor, decidido a convertir a un grupo de jóvenes perezosos e indolentes en militares de verdad. Lo hace, por descontado, con marcial determinación, no siempre respetando las normas, y con un lenguaje y actitud completamente ajenos a la corrección política. Parecieran volver Harry el sucio y su pulsión violenta (en este caso militarista), pero es sólo una apariencia. La relación de Highway con sus reclutas es dura, pero paternal. Les exige para intentar que estén a la altura cuando llegue el momento. Quiere salvarles la vida.

La vacuna de la edad

En El sargento de hierro pueden encontrarse muchas claves esenciales del cine de Eastwood. Su protagonista, como tantos otros, es duro por fuera, pero frágil por dentro, pues le corroe una doble herida: personal, la ruptura de su matrimonio, y social/profesional: su expulsión de los marines tiempo atrás. Eastwood concibe el cine como un instrumento capaz de ofrecer segundas oportunidades, como un lugar en el que los errores pueden ser reparados, si uno se esfuerza lo suficiente. En El sargento de hierro triunfará por partida doble: recuperará su honor militar y a la mujer que había perdido. En el último plano, aéreo y panorámico, los vemos retirarse anónimamente hacia una vida en común, al margen del ejército y sus demandas. Es un final que guarda similitudes con el de Cry macho, una película que, en cierto modo puede verse como un compendio de sus temas.

Antes de adentrarnos en su último trabajo, conviene realizar una advertencia. Estamos ante una obra premeditadamente humilde, modesta, realizada por un hombre de 91 años que está convencido de que todavía tiene algo nuevo que contar y que la novela de Nathan Nash le brinda la oportunidad de hacerlo.
La vejez (del personaje y del propio actor) es, sin duda, uno de los protagonistas de Cry macho. Lo condiciona todo. Pero, por eso mismo, permite que aflore una mirada nueva. Eastwood ya no puede ser Harry el sucio, por descontado, pero ni siquiera el Kowalski de Gran Torino. Ya no puede ser esa singularidad estelar que el héroe clásico es. Ahora es uno más de ese grupo humano que necesita del apoyo de otros para salir adelante. Y en esta película, en concreto, a Eastwood le ayudan un niño, un gallo, una mujer e incluso algunos de sus nuevos vecinos.

Mike Milo, el personaje de Eastwood, evita los sermones, pero advierte al chaval que 'ser macho está sobrevalorado'

Esto coloca a los seguidores del actor/realizador en una posición de extrañeza: el personaje de Eastwood es reconocible, pero sólo en parte. Muchas decepciones ante la película vienen de aquí, no son sólo de raíz ideológica o política. El tabú hacia la vejez es transversal. Y en Cry macho Eastwood ha decidido convertir la debilidad asociada a su edad en materia prima de su relato.

Muchos de los temas y estilemas del cineasta están aquí: su carácter brusco, el desarrollo de una relación paternofilial con alguien que no es hijo suyo, la existencia de heridas que le atormentan (la muerte en accidente de su mujer e hija), el aprecio por la familia, su desdén hacia la mentira y la injusticia, su vocación aventurera, la reflexión sobre la violencia, su pasión por las mujeres, la religión… pero todo está tamizado por una mirada distinta. La reiteración de asuntos puede inducir a pensar que todo estaba ya dicho antes, pero no es así. O al menos, no es así del todo.

El análisis de la pulsión violenta, que a veces colocaba fuera de sí y otras veces dentro, se aborda ahora desde otra perspectiva. Al viejo Clint le queda rabia suficiente para dar un puñetazo airado, pero ya no puede ser un gallo de pelea. La edad le ha vacunado contra una parte de sus demonios. Ahora es Rafo -ese chaval de quince años que se lleva sin el consentimiento de su madre para devolverlo con su padre- el que está en peligro: su rabia y su desubicación pueden sedimentar una personalidad destructiva.

"Ser macho está sobrevalorado"

Mike Milo, el personaje de Eastwood, evita los sermones, pero advierte al chaval que “ser macho está sobrevalorado”. La frase ha querido verse como una rectificación del paradigma de virilidad cinematográfica que Clint Eastwood ha representado, como si estuviera deseoso de congraciarse con los nuevos tiempos de revisión de la idea de masculinidad. Vista desde esa perspectiva, la película es ciertamente decepcionante, y no han faltado, por tanto, críticas feministas que se lo han reprochado. Pero nuevamente, como ocurriera con Paulina Kael, se han inventado su propia película.

En muchas escenas de la película esperamos que surja el viejo pistolero, pero Eastwood se niega

La contraposición entre formas sensatas, sujetadas, y constructivas de masculinidad frente a otras desatadas y pulsionalmente destructivas es un tema clásico del western, y del cine clásico en general, y, desde luego, del cine de Eastwood. En Harry el sucio estaban las dos dentro del mismo personaje, aunque en las sucesivas entregas de la serie el lado salvaje será domesticado en favor de una masculinidad ordenada. Casi podríamos decir que no hay película suya en la que no aparezca ese conflicto de una u otra forma. La verdadera novedad de Cry macho, que se intuye también en Mula, una película con la que tiende muchos puentes, es que para Milo la violencia ya no es una opción. No se la puede permitir.

En muchas escenas de la película esperamos que surja, de un modo u otro, el viejo pistolero, pero Clint Eastwood se niega. No está dispuesto a desaprovechar la novedad de su personaje para dar gusto a sus seguidores. Y la novedad de Mike Milo es que es un hombre que ya no puede ser ese individualista radical que construye su destino a puñetazos, o a base de imponerse sobre potros salvajes en recias competiciones de rodeo. A cambio, durante su travesía con Rafo, aprende a leer en el polvo de la vida y a encontrar las señales de la gracia. Aprende a ver aquello que se le da sin haber hecho ningún mérito para merecerlo. Milo encuentra, por accidente, una posibilidad de rehacer su vida con Marta, una viuda mexicana más joven que él que se encarga de cuidar a sus nietas tras la muerte de su hija. En ella encuentra una mujer, una familia y, en el pueblo donde residen, una posible comunidad. Y no tiene que luchar por ello, ni enfrentarse con nadie, simplemente debe verlo, aceptarlo y colaborar.


Frente al hombre que le arranca a la vida a golpes aquello que desea, aquí se contrapone el que es capaz de ver lo que la vida le da sin buscarlo. Frente al espíritu de conquista, la primacía del agradecimiento. Frente a la mitología del hombre hecho a sí mismo, el hombre que necesita a otros para hacerse. Una idea que siempre ha estado presente en sus películas, más de lo que pueda parecer, pero que aquí aparece con más claridad. No son pocas las ocasiones en que ha interpretado a héroes singulares que ayudaban a que un grupo de hombres se uniera y tomara conciencia de su fuerza juntos, como en El jinete pálido. Una combinación entre individualismo y colectividad en la que aún sigue creyendo. Pero aquí él ya no es el héroe, no puede serlo, sino uno más de ese grupo humano que encuentra cierta fortaleza en la colaboración mutua. Y frente al comunitarismo de lo político, de lo estatal, opta de nuevo por lo familiar y por las pequeñas comunidades humanas sin sesgo ideológico. Nada de esto encaja con la sensibilidad del actual izquierdismo woke.

Refugiado en la capilla

Hablar de agradecimiento y de gracia no es gratuito. Lo religioso aflora nuevamente en Cry macho, con su discreción habitual. Y es que, de algún modo, esa nueva familia posible que el relato le brinda a Mike Milo es un regalo de la Virgen, en cuya capilla se refugian los dos fugitivos -el anciano y el adolescente- la primera noche que llegan a ese pueblo providencial. De hecho, es a Marta a la primera que encuentran nada más levantarse por la mañana, que les espera para ofrecerles un deseable desayuno.

No es la primera vez que la providencia se hace presente en el cine de Eastwood. En El jinete pálido, el predicador justiciero aparece como el resultado directo de una invocación/oración de la adolescente Megan Wheeler. Pero en aquella película, la providencia llega dispuesta hacer justicia con la espada, mientras que en Cry macho aparece con rostro de mujer y lo que ofrece, en cambio, es una oportunidad para una cálida vida doméstica.

El feminismo ha puesto nota a Eastwood: 'No progresa adecuadamente'. Pero no se trataba de eso

Aquí empezamos a encontrar algunas de las piedras en las que ha tropezado una buena parte de la crítica izquierdista, pero no sólo ella. Clint Eastwood ha encontrado una incomprensión no muy diferente de la que halló Ana Iris Simón, la autora de Feria, cuando quiso reivindicar el valor de la familia, de los lazos comunitarios y de la maternidad. Añadamos, además, el decidido homenaje de Eastwood a un tipo de mujer cálida, generosa y materna, que tampoco es la preferida de los cánones feministas al uso, y entenderemos el reproche: “Eastwood se quiere poner al día, pero no se ha esforzado lo suficiente”. Les ha faltado decir: “No progresa adecuadamente”. Pero no se trataba de eso.

Lo remarca el cineasta al contraponer dos tipos de mujer, dos formas de feminidad; ambas con carácter y autonomía económica, ambas de edad similar. A la primera, Leta, la madre de Rafo, Eastwood la rechaza, aunque se le ofrece; con la segunda, la viuda Marta, se queda a vivir. Pero ¿cuáles son los rasgos que las separan? Leta es una mujer con poder, que gusta de dominar a quienes le rodean, fundamentalmente hombres, y que no concibe una idea de maternidad más allá de la posesión. Es, además, una mujer sexualmente desinhibida e invasiva, que se acuesta con quien quiere, y que no concibe establecer una relación duradera, ni cree en nada parecido al amor, ese terrible mito machista. Muchos de estos rasgos coinciden bastante con los del nuevo prototipo de mujer que se promociona desde algunos de los periódicos que han despreciado la película.

En cambio, la viuda Marta es una mujer fuerte de las de antes. Económicamente autónoma, pero cálida, generosa, familiar… una de esas mujeres que todavía son capaces de amar a los hombres y apreciarlos por lo que son, sin pretender cambiarlos. Un espécimen que no es fácil de encontrar -nos advierte Clint Eastwood- cuyo personaje ha tenido que irse hasta un pequeño pueblo de la frontera de México con EE.UU. para hallarla. De modo que su reivindicación de la feminidad difícilmente puede satisfacer a analistas cinematográficos empeñados en juzgar la valía ‘feminista’ de los personajes por su empoderamiento y su capacidad para enfrentarse, utilizar, o burlarse de los varones.


¿Desquite vengativo?

Es significativo que el reproche principal con que se ha despreciado la película apele a la “inverosimilitud” de que dos mujeres de mediana edad puedan desear a un anciano. Parece más un vengativo desquite contra el veterano seductor que un argumento. Pero ni siquiera se sostiene desde el punto de vista narrativo, porque Mike Milo, el personaje, no tiene por qué tener 91 años. Está jubilado, pero su deterioro físico lo justifica el relato por el accidente a caballo que le apartó del rodeo. Por otra parte, tampoco Cry macho tiene pretensiones realistas. O no más que las que pueda tener el cuento que en cierto modo es. Lo que le importa es la verdad profunda que late bajo cada escena. Y no hay que olvidar que este cuento, de apariencia suave, no es un osito de peluche. Cada imagen está atravesada por la sombra de la muerte que acompaña a su protagonista.

Que los últimos encontronazos de la crítica izquierdista con Eastwood vienen del lado del feminismo Me too lo confirma también la polémica con su película anterior, Richard Jewell, del año pasado. Basada en hechos reales, fue furibundamente descalificada por un asunto muy menor del argumento, pero que el feminismo cultural consideró intolerable: la sugerencia de que la periodista que generó la polémica contra Jewell logró la información acostándose con un responsable del FBI. En otros tiempos, la defensa que Richard Jewell realiza del individuo común arrollado injustamente por el aplastante poder del Estado y el sensacionalismo de los medios informativos hubiera sido jaleada, sin reservas, por la izquierda. Pero en la era Trump, sin embargo, hasta eso resultaba sospechoso, dado que el FBI y los medios de comunicación -objeto de las críticas de la película- jugaban un papel clave en el acoso político al expresidente.

Caben pocas dudas de que Cry Macho es una respuesta a las críticas del Me too, como Harry el fuerte fue la respuesta a las críticas contra Harry el sucio. Pero Eastwood nunca se acomoda del todo a los discursos mayoritarios. Aclara, matiza, cambia de tercio, muestra otro rostro, pero nunca hinca la rodilla. Tampoco ahora, con esta exaltación de la feminidad tan distante del feminismo dominante. Y esta independencia insobornable es algo que sus detractores soportan cada vez peor.

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