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Análisis

Inteligencia Artificial: ¿por qué quiere hacerse con la literatura?

El mundo feliz que el posthumanismo promueve es una sádica parodia del estado del bienestar en donde este se convierte en pesadilla

inteligencia artificial chatgpt
Montaje fotográfico con una imagen de ChatGPT Jesús García

La inteligencia artificial ha sembrado el pánico entre juntaletras y enseñantes al asegurar que es ya capaz de producir literatura y ensayos como si fuera un ser humano dotado de ingenio y sentido crítico por medio de ChatGPT. En una campaña de propaganda sin precedentes, los medios han secundado este mensaje presentando el lanzamiento de la aplicación como un hito. Si La Voz de Galicia aseguraba que ChatGPT podía crear en segundos poesías como las de Rosalía de Castro (algo rotundamente falso), El País aprovechaba la coyuntura y dedicaba un número especial a la inteligencia artificial para concluir que, aunque hay que tomar ciertas cautelas, no hay marcha atrás posible en el camino hacia la digitalización “inteligente” del mundo de la vida.

En una situación de hipnosis generalizada como esta conviene preguntarse por qué la inteligencia artificial quiere hacerse con nuestra capacidad de escritura (es decir, de conceptualización, análisis y, en definitiva, creación de la realidad) en lugar de asistirnos, como en principio debiera, en tareas para las que nuestra inteligencia natural se queda corta. La respuesta rápida parece obvia. La agenda del posthumanismo, ideología defendida por el Foro Económico Mundial e instituciones globales afines, postula que para llegar al momento en el que una combinación de máquina y biología superen al ser humano (prevén que en 2045) es necesario conseguir que la inteligencia artificial equipare a la humana (dicen que en 2029) para luego superarla de manera exponencial. Según los principales ideólogos del posthumanismo, la literatura y, en términos generales, la creación artística, es la habilidad humana que más se le resiste a la inteligencia artificial y aquella que esta debiera ya dominar.

Los problemas comienzan, sin embargo, con lo que sería la respuesta larga, es decir, cuando reparamos en qué es lo que entiende la IA por literatura. Encerrada en una perspectiva pervertidamente ilustrada, la IA concibe la literatura como un espacio de distinción social que tiene como fin promover la belleza, la expansión sensorial, el libre juego de la imaginación y demás parafilias propias de todo creyente en las filosofías europeas del progreso. De hecho, el posthumanismo, en tanto ideología que ha convertido los deseos más desviados, secretos y destructores del capitalismo en un paradigma de futuro deseable, no solo promete “vigor ilimitado y reversión del envejecimiento” a todos aquellos que acepten sus dictados, sino también un goce infinito y despreocupado que provendría de “ejercer control sobre los propios deseos (…) y [de] tener una mayor capacidad de placer, amor, apreciación artística y serenidad” (“What is a posthuman?Transhumanist FAQ). 

"Mundo feliz" posthumano

Sin embargo, en este “mundo feliz” y posthumano en el que los antiguos hombres se habrían convertido en dioses ajenos a todo conflicto y preocupación, la literatura no tendría sentido, pues como ya alertaba en 1596 el Pinciano en su Philosophia Antigua Poética si por algo “Platón, San Pablo, y San Agustín (…) con muy justa razón” destierran a la literatura (poiesis) de sus repúblicas es porque estas son “repúblicas celestiales, mas nosotros vivimos en estas humanas y frágiles casas adonde hay tan poca perfección” que la literatura se hace indispensable para poder sobrevivir en ellas de manera libre, ética, y conscientemente humana. 

El aspecto más perverso del posthumanismo reside en que pretende ocultarnos que la literatura no es el espacio de la belleza y el onanismo sensorial, sino una herramienta mundana e irreverente que mediante el ejercicio del ingenio nos permite perseguir la libertad, es decir, enfrentarnos a las miserias del mundo y comprender al valor de nuestra finitud. El ingenio, crítico, igualitario y universal (todo ser humano viene ya con ingenio de serie) es precisamente la facultad que la inteligencia artificial quiere expropiarnos con la esperanza, quizás, de que abandonemos su uso y perdamos memoria de su existencia.

La expropiación del ingenio (o el emparedamiento de la libertad)

Hagamos un poco de historia. Las aspiraciones democráticas e igualitarias del mundo moderno se concretan partir del siglo XVI de la mano de una serie de movimientos intelectuales y políticos de naturaleza popular. En este escenario contestario, la literatura surge como un instrumento de descodificación de la realidad idóneo para ejercitar el ingenio como una facultad, individual pero intersubjetiva, con la que enfrentarse a los dogmas de la tradición en busca de la igualdad y de una nueva concepción de la verdad. En este sentido, hay tres elementos que definen a la literatura desde este momento fundacional que siguen vigentes en la actualidad y que la inteligencia artificial nunca podrá reproducir (aunque sí desactivar, dada su radicalidad política).

En primer lugar hay que dejar claro que la literatura es ante todo una forma de politización de la realidad. La revolución que la imprenta ocasiona en el s. XVI legitima la literatura como forma de conocimiento y hace que cualquier ser humano pueda ejercitar y dar muestra de su ingenio, facultad universal que comienza a desafiar por entonces al linaje/sangre como nuevo principio de estratificación social. El propio Pinciano insiste en que la literatura acaba con la nobleza aristócrata por medio de la promoción de la “nobleza de ingenio”. Los poetas, afirma, “no son nobles ni les pertenece el tal honor. ¿Quién a Virgilio, siendo hijo de un ollero, le puede atribuir armas? Y si éste, que es príncipe de los poetas, no las tiene, ¿quién dellos las puede tener? ¿por ventura Estacio y Pipino, que eran libertinos? ¿Teofrastro, hijo de un lavandero?”.

Esta revolución igualitaria del ingenio hace que incluso los soldados analfabetos del Imperio español creen una república literaria echando mano de los pocos soldados alfabetizados a su alrededor, como ha mostrado Miguel Martínez en un fabuloso libro. Este furor igualitario, lleva a que en el denominado Siglo de Oro la creación literaria prolifere entre el lumpen de la sociedad como una manera de reclamar el valor radical que tiene la propia vida y su defensa al margen de la extracción social, educación o éxito en el mercado del mundo. Resultados de esta inercia, fundamentales para los imaginarios poético-políticos de las democracias occidentales, son géneros como la picaresca o novelas libertarias como El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, cuyo protagonista ya no podrá, en la nueva sociedad del ingenio, destacar por aristócrata (hidalgo) sino por ser ingenioso en todos y cada uno de los momentos de su vida.

El valor revolucionario que tiene el ejercicio del propio ingenio mediante la escritura es el que explica que, incluso hoy en día, haya más escritores que lectores, pues todo el mundo parece asumir que dar testimonio de la propia existencia es, en sí mismo, un ejercicio revolucionario que, por razones obvias, no podrá ser nunca sustituido por la inteligencia artificial.

En segundo lugar, la literatura es una forma radical de conocimiento. El ingenio, definido por Tesauro en 1654 como la facultad humana para encontrar correspondencias ocultas entre las cosas a partir de las cuales formar nuevas realidades, es desde el s. XVI la base de las dos grandes plataformas de ejercicio y reivindicación de la experiencia como fuente de desafío a los dogmas de la tradición: la literatura y la ciencia (filosofía natural). Pinciano defenderá que la literatura es la forma suprema del conocimiento porque permite, siguiendo la máxima horaciana, conocer las causas de las cosas a todos los niveles. Hablando en plata, la literatura permite, mediante el ingenio, hacer visible lo invisible al tomar en cuenta aspectos ignorados o raramente enunciados con anterioridad que, una vez explorados, adquieren siempre valor político (sea porque describen un estado de cosas o porque en clave utópica/distópica nos hablan de lo que podría acontecer). La inteligencia artificial no solo no tiene manera de llevar a cabo una labor de indagación de la realidad no visible ni enunciado como esta, sino que tiene la tendencia a perpetuar un statu quo mediante la conversión de sesgos en “realidades naturales”.

En tercer lugar, la literatura es una plataforma de impugnación de la moral reinante y de creación de un nuevo régimen ético mediante la puesta en marcha de una ética maquiavélica que, en lugar de dividir maniqueamente la realidad entre el bien y el mal, analiza de manera singular cada situación sin atarse a los prejuicios del presente. La literatura es enemiga del puritanismo y solo cobra sentido si se propone sondear los aspectos más oscuros y vetados de la realidad. Ni la inteligencia artificial, ni las reescrituras woke de clásicos populares como Roald Dahl o Ian Fleming que trabajan al servicio de la moral inhumana que esta propone, podrán sustituir el trabajo ético que, mediante el ingenio (insistimos, la capacidad desalienadora de establecer relaciones no obvias entre distintos aspectos de la realidad) la literatura lleva a cabo.

Estas tres funciones, fundamentales para la pervivencia de nuestra concepción republicano-democrática de la libertad, atraviesan la ideología del Humanismo como muestra, por ejemplo, El Criticón de Baltasar Gracián, en donde Artemia, personificación de la cultura, es capaz no solo de “desencantar” (desalienar) a los hombres del estado animal en el que los dejó Circe, sino incluso de transformar un tronco de madera en un hombre. Este mito civilizador del humanismo será el que haga que un Lucio Marino Sículo pase de ser un pastor analfabeto a los 25 años a convertirse, quince años después, en uno de los mayores intelectuales de Europa y a ser el introductor del humanismo en España. Esta realidad subversiva será domada y puesta al servicio de la Revolución Industrial por la Ilustración a partir del s. XVIII, quien intentará convertir la literatura en alta cultura para extirparle su naturaleza plebeya y convertirá la educación en un instrumento de control estatal que, poco a poco, irá minando el potencial liberador de esta como ha mostrado Ivan Illich en La sociedad desescolarizada. Es en estas coordenadas de progresiva tecnificación del mundo de la vida en donde hay que situar el afán de la inteligencia artificial por expropiarnos, no solo la capacidad de escritura, sino la conciencia de nuestra humanidad para así desactivar de antemano toda posible resistencia a los delirantes planes del posthumanismo.

La extirpación de la conciencia (o la falsa deificación del ser humano)

El mundo feliz que el posthumanismo promueve es una sádica parodia del estado del bienestar en donde este se convierte en pesadilla. En esta distopía tecnólatra, las principales funciones de la vida humana (nunca la de usuarios de la red) son expropiadas por la inteligencia artificial, que sume a la existencia en un falso estado divino, aparentemente autosuficiente, en el que ser es bien estar, es decir, permanecer anclado y anestesiado en la posición que el poder determine. 

Este proceso de doma, que tiene lugar mediante la promesa de superar el imperfecto estadio humano, nos sitúa, en realidad, en un camino de regresión evolutiva. En este momento-cangrejo del homo sapiens, todas las conquistas que, según la mitología progresista, hemos hecho en los últimos quinientos años al adquirir conciencia de nuestra finitud e insignificancia (el heliocentrismo, el darwinismo, el descubrimiento del inconsciente, etc.) saltan por los aires. Es más, en lugar de permitirnos asumir nuestra finitud, el posthumanismo nos asegura que, asistidos por la inteligencia artificial, nos convertiremos en dioses que impondrán orden a lo que Kurzweil, jefe de ingeniería de Google, denomina, como “las leyes del torpe y estúpido universo". 

Según este gurú posthumano, en apenas unos años, “una vez que los científicos sean un millón de veces más inteligentes e investiguen un millón de veces más rápido, una hora resultará en un siglo de progreso de acuerdo a los parámetros actuales”. La creencia en un crecimiento ininterrumpidamente exponencial de la inteligencia defendida por Kurzweil mediante la denominada “ley de rendimientos acelerados” ha sido rebatida ya por numerosos artículos, y no es más que una burda sustitución de la historia de la evolución por la historia del capitalismo. Sin embargo, la deificación del ser humano que esta ideología promueve, llegando al delirio de asegurar que seremos capaces de determinar nuestros deseos, eliminar toda frustración y alcanzar una inmortalidad relativa, nos sitúa ante una paradoja histórica que huele a tragedia. 

En este nuevo escenario, el evolucionismo en el que se basó la secular modernidad pasa a convertirse en una ideología creacionista según la cual el ser humano, en su estado de transición a lo posthumano, estaría al margen de cualquier peligro de involución o extinción gracias a la protección de un misterioso dios de secreto ADN capitalista. Esta concepción providencialista del ser humano como una especie elegida solo es posible mediante un proceso de anulación de la conciencia humana, que pasa de asumir su naturaleza finita pero trascendental, a creerse superior a las fuerzas ignotas que determinan el universo.

En este sentido, es incomprensible que no se haya declarado ilegal la agenda oficial del posthumanismo y procesado a algunos de sus líderes por delitos contra de la humanidad. Si Kevin Warwick asegura que quien no acepte fundirse con la inteligencia artificial quedará relegado a ser, en tanto que humano, una especie inferior similar a los simios actuales, Klaus Schawb, presidente del Foro Económico Mundial, alerta en La Cuarta Revolución Industrial de que quienes muestren resistencia a la agenda posthumana deberán ser (justamente) marginalizados.

El secreto para derrotar a las siniestras fuerzas posthumanas quizás no sea otro que el de vivir nuestra vida cotidiana humanamente, como fanáticos militantes de la humanidad

El intento de la inteligencia artificial de hacerse con nuestra capacidad de escritura es parte de este delirante proyecto de naturaleza eugenésica. El posthumanismo, aunque sea desconocido para gran parte de la población, ya se ha hecho hegemónico como dispositivo de control social: a nivel político ha conseguido que la gente parezca aceptar sin mayor problema el paso de la democracia a la tecnocracia, mientras que a nivel cultural nos ha hecho creer que ya no somos frágiles seres sociales, sino entidades divinas autosuficientes. Hemos, por eso, dejado de vivir en una cultura neoliberal para pasar a vivir regidos por un inquietante ethos posthumano. Prueba de esto lo encontramos en el feminismo woke de Podemos, que no solo defiende que una mujer es autosuficiente y no necesita a nadie para ser libre, sino que lanza una yihad contra las relaciones sexuales entre dos personas (no vaya a ser que se establezca una alianza) como muestran las recientes declaraciones de Ángela Rodríguez PAM, mostrándose preocupada porque el 75% de las jóvenes prefiera, ¡oh!, la penetración a la automasturbación.    

La historia se repite con tozudez y todo parece indicar que, como en todo tiempo oscuro, follar, escribir y leer se convertirán en auténticos actos de resistencia política. El secreto para derrotar a las siniestras fuerzas posthumanas quizás no sea otro que el de vivir nuestra vida cotidiana humanamente, como fanáticos militantes de la humanidad.

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