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Cultura

La increíble historia de los hombres que viajaron al fin del mundo

Roald Amundsen en Svalbard en 1925 (Imagen: Wikipedia)

El ser humano atesora, incluso antes de la cólera del Pélida Aquiles, el afán de explorar y descubrir: desde los océanos más profundos o las montañas más altas hasta las llanuras extremas de la tierra. Sin embargo, una obsesión se ha impuesto sobre el resto con más escarmientos: los polos, esos lugares que rematan y distribuyen la tierra en una cartografía que va del Norte al Sur.

Ese es el tema que aborda La Conquista de los Polos (Nórdica), un libro escrito por el periodista y escritor Jesús Marchamalo con lustraciones de Agustín Comotto, una primorosa edición de Nórdica, un sello que se distingue por la belleza y esmero de sus ediciones. A lo largo de sus 152 páginas, La conquista de los polos ofrece un viaje apasionante por todas las expediciones que exploraron estos confines del mundo en lo últimos doscientos años.

Esta historia comienza entre los siglos XVIIl y XIX. Hasta entonces, los polos suponían un territorio inexplorado, en gran parte por el frío intenso que ocasionó la muerte de los marineros que se atrevían a descubrir la ruta para llegar hasta ellos. Muchos no pudieron regresar para contarlo y los que vivieron tuvieron que pagar el oneroso tributo del congelamiento de los dedos, el indeseable escorbuto, las quemaduras en la piel e incluso la ceguera por la intensa refracción de la luz sobre la nieve.

A ese paisaje de devastación que describe Marchamalo siguen otros infiernos frigoríficos, un campo de batalla del espíritu que aprisiona en su cementerio a los barcos encallados entre placas congeladas: marineros y expedicionarios que viajaron hacia la muerte amortajados en hielo. Las quillas de aquellos barcos no conseguían, como el hacha de Kafka, romper el mar helado del corazón de quienes murieron intentando llegar al fin del mundo.

El hielo y el siglo XIX

La Conquista de los Polos comienza con la expedición de John Ross, en 1818.  El explorador escocés partió animado por la recompensa ofrecida por el Parlamento Británico y que sería concedida a aquel marino que encontrara un paso entre el océano Pacífico y el Atlántico. La travesía exigió de Ross y los suyos valor suficiente para navegar la región del extremo nororiental de la costa del continente americano que conducía al estrecho de Bering, hasta llegar al Estrecho de Davis y Bahía Baffin.

Jesús Marchamalo describe con lujo de detalles cada expedición: las características de los barcos, los víveres que llevaban, las innumerables dificultades sufridas en el trayecto, que en ocasiones acabó en un trágico final. Cobran especial vistosidad las historias del explorador noruego Roald Amundsen, quien en 1901 descubrió el paso hacia el Noroeste en la Antártida, algo que lo obsesionó desde su juventud, convirtiéndose gracias a esto en el primer hombre que navegó por el pacifico desde el Atlántico Norte. Era tal la pasión del noruego por el hielo, que se dice que desde los ocho años dormía con la ventana de su habitación abierta, para acostumbrarse al frío.

Un año después, en 1902, el capitán Robert Falcon Scott lideró la primera expedición británica a la Antártida, convirtiéndose así en el primer ser humano en sobrevolar este territorio en un globo aerostático. El oficial recorrió 1000 kilómetros de planicies de hielo usando trineos tirados por perros. Noventa días después,  y luego de padecer penurias y hambre, consiguió regresar Inglaterra a bordo del Discovery. No contento con aquella hazaña, Scott se decidió cruzar el Hades, otra vez. ¿Por qué lo hizo? La explicación,  y perdone la redundancia lector, es tan trágica como humana.

El británico Scott y el noruego Amundsen se enfrascaron en una competencia por la conquista del Polo Sur. La contienda terminó con la trágica muerte de Scott y su tripulación. Murieron congelados, sin alimentos, con escorbuto y ceguera, como puede deducirse de los diarios del capitán de marina británico. El relato acabó con la gloria para Amundsen, quien se convirtió en la primera persona en llegar a ambos polos. 

De eso habla La conquista de los polos: de un viaje en el tiempo hacia la época donde sin tecnología, ni GPS, ni helicópteros, unos valientes -o enloquecidos- hombres arriesgaron su vida con la única intención de satisfacer su necesidad de explorar y descubrir, ese afán de alcanzar lo desconocido, de llegar al límite, algo que ha movido al ser humano y que seguirá guiándolo por la senda de las exploraciones. ¿Y qué es, pues, una lectura, sino una conquista, una expedición? He aquí la prueba.

 Un detalle de la portada del libro, publicado por Nórdica.

 

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