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Cultura

Así eran las mujeres que forjaron la Historia de Francia

Madame de Pompadour en un retrato por François Boucher (Wikimedia Commons).

Hace ya algún tiempo y en una reunión mixta de amigos, en la pequeña pantalla se veía una delgadísima modelo anunciando una colonia de caballero y terminaba diciendo: “soy una mujer y lo quiero todo”. Ni que decir tiene que la frasecita publicitaria suscitó de inmediato variados comentarios, entre los risueños masculinos y los adhesivos femeninos. Pero aquello derivó pronto a una disparidad de opiniones peligrosa puesto que, ante la sorpresa masculina, las féminas afirmaban, sin rubor alguno, que la frase tenía un contenido lógico. De ahí a empezar a sonar por doquier los términos “feminismo” y “machismo” no pasó ni un minuto y el tono subió hasta que el género masculino se batió en retirada ante los cada vez mas feroces ataques del bando femenino, con la consciencia de que, en efecto, ¡éramos el enemigo a batir! Y uno, mientras se batía en retirada citaba, muda y mentalmente, a nuestro insigne Ortega, “no es esto, no es esto”.

Pues bien, aquella reunión y su fatal resultado se me vinieron a la mente cuando rebuscando en mi biblioteca, en segunda fila, me he vuelto a encontrar con una obra divertidísima e ilustrativa: Historias de Amor de la Historia de Francia, de Guy Breton, periodista e historiador francés. Mi edición tiene 10 tomos (en edición de bolsillo de Bruguera). El autor galo desarrolla, como indica su título, la Historia de nuestro país vecino a través de las historias de amor de su gobernantes. Y asusta. Y si no vean a continuación algunos ejemplos.

Nos remontamos, de la mano de Breton, nada menos que a Clodoveo, merovingio (o sicambrio) que allá por el año 492 d.C. se casa con Clotilde, también goda y, al parecer, guapísima. Pues el bueno de Clodoveo, que era arriano, tras mucho insistir su bella consorte, se convierte al catolicismo, bautizándose en el año del Señor de 496... y con él tres mil de sus guerreros. Así fue aceptado como rey por los galo-romanos que poblaban la Galia y con el apoyo de los obispos conquistó a los visigodos todo el territorio que llegaba hasta los Pirineos. ¡Lo que unos ojos verdes pueden hacer!

Hildegarda y Carlomagno

Saltamos en el tiempo hasta el gran Carlomagno, coronado emperador de Occidente allá por el año 800 d.C. El emperador tuvo cinco esposas legítimas y otras cuatro… menos. Las dos primeras legítimas no significaron mucho en su vida, pues las repudió a las dos, pero la tercera fue harina de otro costal: Hildegarda. El autor sostiene que fue la que “forjó” a Carlomagno, a quien acompañaba no solo en la Corte, sino también en sus batallas y, entre col y col, le dio nueve hijos. Es decir, que era una mujer muy rara: ejercía el poder sobre su marido, pero le apoyaba en cada paso y además le daba un equipo de futuros reyes.

A su muerte Carlomagno se volvió a casar y se equivocó. Faltradis fue envidiosa, celosa e influyó negativamente en su marido organizando destinos a su antojo (todo está inventado, como ven), lo que originó una sublevación que fue vencida por Carlomagno, quien estaba dispuesto a tirar pelillos a la mar. Pero su esposa ideó una maniobra cruel: les dijo a los nobles sublevados que acudieran a la iglesia a rezar pues así, después de orar, no volverían a ver al emperador enojado. Y tanto, a la salida, sus soldados los esperaban para sacarles los ojos. También murió Faltradis y se volvió a casar el emperador con Liutgarda, que dio tranquilidad al rey y paz en el Gobierno.

Otro salto en el tiempo. Hasta Luis El Testarudo, X de Francia y I de Navarra. Su esposa, Margarita de Borgoña, tuvo una vida tan licenciosa que hizo que en Francia se adoptara la Ley Sálica, por lo que las mujeres quedaban apartadas de la Corona. Así, su hija no pudo reinar y por azares del destino los sucesores de Luis (Felipe V y Carlos IV) o no tuvieron hijos, o solo hijas, por lo que a la muerte de Carlos IV se extinguió la dinastía de los Capetos… y se originó la Guerra de los Cien Años por la reivindicación del rey de Inglaterra a la corona francesa.

Y Enrique IV (Le vert galant) que conquista Chartres para lograr los favores de la hija del Gobernador de la Fére, aunque luego ella le hiciera convertirse al catolicismo en 1593; y el Rey Sol con sus devaneos con Mme. de Montespan y con Mme. de Maintenon, quien hizo revocar el Edicto de Nantes firmado por Enrique IV en 1598 por el que se autorizaba una cierta libertad de culto; Y Mme. de Pompadour (cuyo palacio es hoy… el del Elíseo), que hizo devolver a su real amante, Luis XV, mediante el Tratado de Aquisgrán, todo lo conquistado a los holandeses (tras la caída de Maastricht, donde murió el verdadero DÁrtagnan, Francia era dueña de los Países Bajos); y etc. etc. etc.

Líbreme Dios de decir nada en contra (ni a favor) del feminismo. Pero a mi me parece mejor, o cuando menos más inteligente, considerar al esposo, al amante, al compañero, al amigo, alguien con quien estar a todo, a las duras, a las maduras, para intentar hacer algo común. Y que conste que no es una moralina pues a mí, como al Sabina, me hacen vomitar. Simplemente a la Historia me remito (y que conste que hay también una muy interesante serie de Historias de Amor de la Historia de España) y en ella vemos, y de ella debemos aprender, que es mejor una gota de miel que muchas de hiel.

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