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Cultura

Felipe V contra Carlos III

Retrato del arquiduque Carlos (Wikimedia Commons).

Había desde asuntos económicos involucrados (como la competencia del sector textil francés), el miedo a un rey educado en la monarquía más absoluta del momento (recordemos que es el tiempo esplendoroso del ‘Rey Sol’), así como las repercusiones que en su régimen pactista medieval pudieran tener los nuevos conceptos monárquicos del otro lado de los Pirineos, pasando por su reciente memoria histórica de cómo se las gastaban los franceses.

Los soldados franceses trataron a Cataluña como lo que era para ellos: territorio conquistado.

Pues hay que hacer un paréntesis y recordar que en los sucesos acaecidos como consecuencia del llamado Corpus de Sangre y las revueltas de Els Segadors de junio de 1640, y del que daremos cumplida cuenta en otra ocasión, Cataluña, separándose de la Corona de España, pidió la protección de Francia mediante el Pacto de Ceret de 7 de septiembre de 1640. Como en él se contemplaba el apoyo militar, el rey de Francia, ante tal oportunidad de continuar su expansión hacia el sur, envió a sus tropas a Cataluña empezando a soñar con Valencia y Aragón.

Los soldados franceses trataron a Cataluña como lo que era para ellos: territorio conquistado. El brutal comportamiento con los catalanes hizo que éstos desearan el regreso de las antes rechazadas tropas “castellanas” para que les defendieran de aquellos extranjeros. Sólo así fue dando la vuelta a la situación hasta el fin de la guerra y la retirada de las tropas francesas en 1652. En Cataluña, aquella experiencia con los franceses como “protectores” dejó muy mal recuerdo.

Austracistas contra borbónicos en Cataluña

Pero volvamos a este momento del Quinto Felipe. Nos encontramos con la nobleza castellana en el exilio al que se vio obligada por apoyar al archiduque Carlos, con el almirante de Castilla al frente y malmetiendo en el extranjero contra el Borbón. Mientras, en Cataluña, austracistas y borbónicos empiezan su particular enfrentamiento. El cambio de fidelidad empieza a producirse: dos años después de aquellos fastos reales, juramento de fuero y constituciones incluidos, con ese reconocimiento expreso como soberano de Cataluña de Felipe en Barcelona que contáramos en el anterior artículo, el 27 de mayo de 1704 una escuadra de 30 barcos ingleses y 18 holandeses, comandados por el almirante George Rooke, y con Jorge de Darmstadt (que había sido un estimado virrey de Cataluña con Carlos II, y que fuera sin embargo destituido por Felipe V nada más llegar al trono) al frente, se presentó ante Barcelona a la espera de que se produjera el alzamiento austracista de la ciudad. Alzamiento que nunca se produjo pese a que el ex virrey ordenara el bombardeo de la ciudad (lo que quiere decir que, tras los últimos bombardeos sufridos por Barcelona, aquellos franceses de hacía más de medio siglo, ahora lo sufrían de sus mismos aliados anglo-holandeses), añadiendo el desembarco de 2.600 soldados en la desembocadura del río Besós.

La represión del virrey Francisco de Velasco fomentó aún más el fervor hacia el austriaco.

Aún así, la ciudad, que se debatía entre la fidelidad debida a su rey Felipe V, las simpatías por el archiduque Carlos (por los intereses económicos y el miedo al nuevo absolutismo de corte francés), junto con el buen recuerdo que se tenía de Darmstadt, no se alzó, teniendo que levantar por tanto el sitio la escuadra aliada. La torpe represión que a partir de ese momento realizó el entonces virrey Francisco de Velasco, que ya había protagonizado serios enfrentamientos con los poderes catalanes con anterioridad, con detenciones indiscriminadas que suponían incumplimiento de las leyes propias catalanas, fomentó aún más el favor hacia el austriaco.

En ese terrible clima, el 20 de junio de 1705 se firma el Pacto de Génova entre los austracistas catalanes e Inglaterra (esta vez en lugar de Francia, por imposibilidad manifiesta, Cataluña elige Inglaterra para aliarse). Según los términos del acuerdo, Inglaterra desembarcaría tropas militares en Cataluña que, unidas a las fuerzas catalanas, lucharían en favor del pretendiente al trono español, Carlos de Austria, contra los ejércitos de Felipe V, comprometiéndose asimismo a mantener las leyes e instituciones propias catalanas.

“Carlos III de España”

En octubre de ese mismo año de 1705, las tropas austracistas tomarán Barcelona al asalto siendo aclamadas por la Generalitat y los consellers de Barcelona como libertadoras. Días más tarde, el archiduque de Austria era proclamado, ¡ojo al dato y al concepto! como legítimo rey Carlos III de España, jurando respetar este nuevo soberano las constituciones catalanas.

El cerco de Barcelona se ha producido. No sólo con el sitio por mar, sino con la toma de la ciudad al asalto. Pero lo hacen los aliados de los catalanes, esto es, por los austracistas con su pretendiente al frente.

En 1706, “reinando Carlos III”, las Cortes catalanas anulan los acuerdos anteriores con Felipe V.

En el breve lapso de tres años se producen dos juramentos de distinto signo y en distinto ambiente. El primero, el mutuo entre Felipe V y los catalanes, en un ambiente feliz y de fastos regios. El segundo, con los cañones de las armas  aún humeantes y con las bayonetas aún impregnadas de sangre española y, a más a más, catalana, proclamando, y no está de más repetirlo, proclamando a un rey de España.

En 1706, “reinando Carlos III”, las Cortes catalanas anulan los acuerdos anteriores con Felipe V. La Guerra Civil catalana está servida. Porque en Cataluña hubo también leales a su rey legítimo, el Borbón. Y no solo personas, sino ciudades enteras. Así, Cervera fue felipista y sus rivales, Anglesola, Guisona y Agramunt, fueron austracistas. Fraga fue felipista contra Lérida y Monzón. Berga y Mora del Ebro, rivales en casi todo, lo fueron también en la guerra: la primera se proclamó a favor de Felipe V y la segunda del archiduque. En suma, una guerra civil catalana dentro de una Guerra de Sucesión a un trono. Uno sólo. Todo ello por un rey que todos querían que lo fuese… ¡de España!

Pues por España lucharon tales catalanes. Luego llegaría el cruel pago que Felipe V hizo a la que consideró, y realmente así fue, traidora al juramento dado, como lo fue Barcelona. Pero esa es otra historia. Que ya sabemos desde Viriato, cómo paga Roma a los traidores. 

Este artículo es la continuación de “Felipe V, rey de Cataluña”, publicado en Marabilias el pasado sábado.

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