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Cultura

'La Gran Belleza', una oda a la nostalgia y el cinismo que nos cambió para siempre

En el décimo aniversario de su estreno, recordamos las virtudes, miserias y enseñanzas que la maravillosa cinta de Paolo Sorrentino dejó en todos nosotros

Imagen de 'La Gran Belleza'

Diciembre de 2013. Un muchacho de 18 años recién cumplidos, imberbe estudiante de periodismo, entra en los cines Renoir de Madrid para ver La Gran Belleza. La dirige Paolo Sorrentino, de quien únicamente ha visto Un lugar donde quedarse, la cual tampoco le fascinó. Como cientos de jóvenes de su generación, vive entre la incertidumbre y el inexorable empuje de la vida adulta que ya asoma a la vuelta de la esquina.

Ese vacío se materializa sobremanera cuando empiezas a vivir en primera persona la majestuosa oferta de ocio nocturno que reina en la capital, la cual te aparta casi por completo de ese don divino que es la sensibilidad. Crees que estás solo, que nadie más siente o ha sentido lo mismo que tú. Ese pensamiento se desvanece cuando empieza la película, una que, sin saberlo, le va a cambiar para siempre.

La primera imagen es una declaración de intenciones. Un hombre observa la inscripción del monumento a Giuseppe Garibaldi en el Gianicolo que dice Roma o morte. Nadie puede escapar de la ciudad eterna, no sin renunciar a una gran parte de su ser. Rostros anónimos nos acompañan hasta llegar a la Fontana dell’Acqua Paola, donde un grupo de coristas cantan mientras un puñado de personas observan cómo cae fulminado un turista asiático, posiblemente de síndrome de Stendhal, abrumado por la inmensidad que contemplan sus ojos.

La muerte, la primera de varias que veremos en el film, deja paso a una enorme fiesta donde tenemos una de las mejores escenas de presentación en la historia del cine. El remix de Far L'Amore de Raffaella Carra cincelado por Bob Sinclar retumba en una azotea repleta de personajes de toda índole. Adinerados, frikis, artistas y salidos, un cóctel que define a la perfección la alta sociedad a la que Sorrentino critica sin parar.

Se está celebrando algo, pero no sabemos qué es hasta que una vedette en horas bajas sale de una tarta para cantar el cumpleaños feliz a Jep Gambardella. Escritor y celebridad de una Roma intelectualmente destruida, Gambardella descubre a los 65 años que ha desperdiciado su vida. O mejor dicho, asimila que ha infrautilizado su talento.

Vive entre el cinismo y la complacencia. Impulsado al éxito por una ciudad que no entiende de nombres, Jep saltó a la primera línea de la cultura con la publicación de su única novela, El Aparato Humano, a los veinte años de edad. Desde entonces, alimenta las ansias del papel cuché y los anhelos de neófito que buscan entre las páginas de su periódico un océano de sabiduría con un milímetro de profundidad.

Los amigos de Jep son como él, vividores y caraduras. La diferencia es que Gambardella sabe que lo es. Lo asume. Entiende que es el precio a pagar por las noches de desenfreno y la incoherencia entre sus pensamientos y sus actos. Solo hay dos cosas a las que aún no ha renunciado, la elegancia en el vestir y una caballerosidad de la que siempre presume. Es consciente de que es parte del problema, igual que su pandilla. Hasta llega a decir que los mejores ciudadanos de Roma son los turistas, que es algo que podría extrapolarse a casi cualquier ciudad de Europa.

Entre reflexión y reflexión, la película se asienta en una fotografía y una dirección impecable. La carta de amor de Sorrentino a Roma, al maestro Fellini y a La Dolce Vita queda patente en cada instantánea. Lugares de cuento pasan ante nuestros ojos. Piazza Navona, el Palazzo Sacchetti, el pórtico de Santa Sabina, vía Veneto, las paredes del Tíber, el cementerio monumental de verano, las termas de Caracalla, el jardín de los naranjos, Santa Maria del Priorato, el restaurante La Veranda, los museos capitolinos o la Villa Medici, entre muchos más. Todos ellos seleccionados con un propósito, precisamente el que Jep ha perdido.

Lo añora desde hace décadas, desde un verano maravilloso donde conoció y amó a Elisa de Santis, su único y verdadero amor, el que infundió en su alma la suficiente fuerza para escribir su gran éxito literario. Finalizado el estío y la pasión, el Gambardella adolescente dejó paso al adulto arrepentido que ahora vemos, que acude a los mejores saraos y fiestas de forma autómata.

Una mañana de resaca, al encuentro de Jep acude el viudo de Elisa de Santis, quien le comunica la trágica noticia de su muerte, lo que prende en nuestro protagonista la llama de la escritura, otrora incandescente.

Al margen de Gambardella, el desfile de personalidades es sobresaliente. Destacan Romano, mejor amigo de Jep y pesimista existencial, y Stefania, garante del compromiso social, amoroso y político, quien deja dos de las mejores escenas de la película.

La primera, la discusión en la terraza de Jep, donde Gambardella desnuda todas las falsedades de Stefania, reprochándole que su discurso atrevido y moderno no es más que una máscara para disfrazar su propia mezquindad. Pero, como en toda discusión amistosa, solo cabe esperar la reconciliación. Esta queda sellada con un cariñoso baile entre ambos, donde Gambardella le susurra que el futuro es maravilloso.

La nostalgia y la belleza son dos de los pilares fundamentales de la película. La primera, como bien recita Romano en su obra de teatro, es la única distracción posible para quien no cree en el futuro. La belleza, sin embargo, nos acompaña a lo largo de toda nuestra existencia. Nos deslumbra de jóvenes, nos guía de adultos y nos reconforta en la senectud. No es inmutable ni única, a cada cual se nos aparece de formas distintas.

Gambardella, hastiado de citas y catres caducos, se cruza con Ramona, la hija de un viejo amigo que se dedica a hacer bailes eróticos en un local de mala muerte. Imponente, pero insegura, despertará en Jep el interés en desentrañar su misticismo. Finalmente, ella accede a tener un encuentro con él. Pronto se dan cuenta de que buscan lo mismo, autenticidad y tranquilidad.

Quererse y cuidarse, sin más compromiso que el día siguiente. Sorrentino plasma en ellos una de las relaciones más bonitas y diferentes que hemos podido ver en pantalla. Un dúo con corta vida, pues Ramona fallece a las pocas semanas de su primer encuentro a causa de una enfermedad sin solución. Antes, asisten al funeral de Andrea, hijo de su amiga Viola, quien se suicida tras una vida de tristeza y pesar existencial. Un adiós que termina de licuar el alma de Gambardella.

Romano abandona Roma, cansado de fracasar en una urbe que no perdona a los débiles. Sitiado por las ausencias y la propia culpabilidad, Jep tiene un encuentro con una santa, la cual le pregunta por qué nunca ha vuelto a escribir un libro, a lo que Gambardella contesta "buscaba la gran belleza, pero no la he encontrado".

¿Qué es la gran belleza?

La gran belleza no es algo etéreo o intangible, es un sentimiento de pertenencia a algo o alguien, un empuje a entregarnos a una causa mayor que nosotros mismos. Buscando en sus recuerdos, Jep viaja hasta la costa, donde conoció a Elisa de Santis en su juventud. Centrado únicamente en su prosa, la película termina con las primeras líneas de la que, presumiblemente, será la nueva novela de Gambardella. Un cierre indescriptible.

El mancebo de las primeras líneas abandona la sala mientras trata de procesar lo que sus ojos han visto. Cree haber encontrado respuestas a las preguntas que nadie le contestaba. Por fin, entiende que hay que convivir con la decepción y el hastío, que son dos constantes en la ecuación de la vida. No está mal, ni es incorrecto ser diferente a los demás, ni abrazar la sensibilidad. Diez años después de aquel momento, aún revisita la película en busca de inspiración, una que ha ido variando de forma en todo este tiempo. El futuro, querido lector, sigue siendo maravilloso. Nunca dejen de abrazar la belleza.

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  • C
    costilladeadan

    Grandísima belleza que, también a mí, me marcó.