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Cultura

El final de la pesadilla

El mariscal Keitel, que ha dejado sobre la mesa su bastón de mando, firma la rendición de Alemania.

“¡Francia entre los vencedores! ¿Y por qué no China?” En las situaciones más trágicas puede saltar la chispa del humor. Estamos en la ocasión más dramática de la vida de los que se reúnen ese 8 de mayo, y eso que todos han vivido terribles acontecimientos: le van a poner el punto final a la Segunda Guerra Mundial, la peor catástrofe que ha sufrido la humanidad. Entre ellos el que ha dejado caer ese sarcasmo es Andrei Vichinsky,  representante personal de Stalin en la rendición de Alemania, que ha pasado a la historia como un personaje infame, el fiscal en las purgas de la vieja guardia bolchevique.

Los aguafiestas dirán que la guerra no se acaba el 8 de mayo de 1945, que continúa en el Pacífico, pero eso es algo marginal, un asunto de los americanos que en tres meses lo liquidarán competentemente con la bomba atómica. Pero para Europa, que ha sufrido casi 50 millones de muertos, es la paz después de una primera mitad de siglo XX para olvidar.

Ha sido dificultoso dar por terminada oficialmente una tragedia como ésta. De hecho, la rendición formal de Alemania es la tercera que se produce. Ya hubo una el día 4 de mayo en el cuartel general de Montgomery en Luneburgo (Alemania), y otra el 7 en Reims (Francia), en la sede del comandante supremo aliado, Eisenhower, pero éste las ha rechazado por incompletas, porque los alemanes pretendían rendirse a los aliados occidentales, no a los rusos, de quiénes saben que no pueden esperar piedad, por el genocidio que los nazis han perpetrado en la Unión Soviética.

A la tercera va la vencida. La rendición que pasará a la historia será en Berlín, en el cuartel general del mariscal soviético Zukov, que puede presumir de ser el más victorioso caudillo de todos, el conquistador de Berlín, el que ha llevado a Hitler a la muerte. El lugar es, como si se buscara a propósito la humillación, un antiguo club de oficiales alemanes en el suburbio de  Karlhost, en realidad Zukov se ha instalado ahí porque es uno de los pocos edificios no arruinados por las bombas (actualmente es un museo). Los designados para  firmar el histórico documento por la parte vencedora son el propio Zukov y, en representación de Eisenhower, el mariscal del aire Sir Arthur Tedder, su adjunto británico en el Mando Supremo aliado. Como testigos lo hacen un general de aviación americano, Spatz, y el francés De Lattre de Tassigny.

La presencia de éste es la que ha provocado el sarcasmo del enviado de Stalin que citamos al principio, y también el desconcierto del plenipotenciairio alemán en la rendición, el mariscal Keitel, que dice al verlo: “¡Pero si Francia no ha ganado la guerra!”. Lleva razón, pero no está en situación de protestar, de hecho nada más llegar ha sufrido un desprecio.

El lacayo de Hitler

Keitel, luciendo monóculo en el ojo y el magnífico uniforme de mariscal alemán, saluda militarmente con su elegante bastón de mando, pero los oficiales aliados no le devuelven el saludo. Si hubieran ido a rendirse Von Runstedt, o Kesserling, o Guderian, los habrían tratado respetuosamente, como soldados vencidos pero honorables, pero Keitel es conocido –entre los propios generales alemanes- como “el lacayo de Hitler”. Ha figurado durante la guerra como jefe del OKW, el mando supremo de las fuerzas armadas alemanas de tierra, mar y aire, pero en realidad no ha sido más que la correa de transmisión de Hitler, plegándose servilmente a todos sus caprichos y maldades.

De hecho, cuando estampa su rúbrica en el documento de rendición, Keitel está firmando también su sentencia de muerte, se está poniendo literalmente al cuello la soga del ahorcado: será ejecutado en poco más de un año, tras el juicio de Núremberg.

Curiosamente ese acto que pone fin a la guerra en Europa el 8 de mayo de 1945, tiene lugar el día 9, porque una serie de complicaciones lo retrasan hasta después de la medianoche, en concreto hasta las 0.45 del 9 de mayo. Junto a Keitel firman el jefe de la marina alemana, almirante Von Frideburg, y el coronel-general Stumpff en nombre de la Luftwaffe.

Tras retirarse los alemanes, Zukov empieza la fiesta que tiene preparada para los vencedores, a base de caviar y champagne. Ya metidos en la madrugada Zukov levanta su copa -de vodka, naturalmente- para hacer el brindis del Día de la Victoria: “¡A la salud de Stalin, de la Rusia eterna, del Ejército Rojo; a la salud de la gran América, de la indomable Gran Bretaña y de Churchill, el león!”.

Y todos rompieron los vasos.

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