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Cultura

5 errores que Hemingway no habría cometido en Sanfermines

Llegó por primera vez a Pamplona el 6 de julio de 1923. Ernest Hemingway tenía 24 años, poco dinero y la fanfarronería natural de quienes les gusta fotografiarse con trofeos de caza. Después de ese primer viaje, ya no pudo remediarlo. Sintió por España y los toros lo que por el vino: un amor expansivo y desaforado. Volvería durante al menos tres veranos más hasta 1930, y después durante la década de los cincuenta. Su encuentro con las Fiestas de San Fermín fueron el germen de Fiesta (1927) y de su conocida Muerte en la tarde (1932), libro escrito cinco años después y que hoy se considera uno de los mejores volúmenes que sobre toros se ha escrito en inglés.

En una época en la que abundan los turistas –pero escasean los viajeros-, le da a uno por fantasear con un Hemingway a bordo de un vuelo de Ryan Air. Algo así como un rubio y bigotudo guiri acodado en una esquina con un mini de cerveza o calimocho. ¿Podría alguien imaginar, por un momento, a un  Hemingway all included  bajando del  bus turístico? He aquí un ejercicio, mejor dicho, algo parecido a una anti-guía sobre una de las fiestas que más fascinación causó en los entonces corresponsales de guerra y escritores: desde Hem hasta George Orwell.

1.Coñac en lugar de Don Simón de brick. Para alguien como Hemingway, las cosas o se hacían con furia o no se hacían, mucho más después de las juergas que el norteamericano había tenido en París, poquísimos meses atrás, en compañía de Ezra Pound, o de las tardes con champaña junto a Scott Fiztgerald. El entonces joven reportero del Toronto Star estaba  lo suficiente entrenado en los gustos del buen beber como para  conformarse con un vino de mesa rebajado con gaseosa. Enamorado de la gastronomía navarra, aprendió recetas tan típicas como el ajoarriero y disfrutó de sus vinos y las tertulias en las que nunca faltaba una copa de coñac, especialmente en la terraza del Iruña, en la Plaza del Castillo de Pamplona.

A causa del desorden provocado en una discusión entre intelectuales y diestros en la que Hemingway participaba, el matador Antonio Ordóñez fue apresado. Toreaba esa misma tarde.

2.¿Por qué correr borracho junto al toro, cuando se puede hacer apresar al torero? Esto ocurrió, dicen, en los Sanfermines de 1953.  El escritor y político Ignacio Baleztena, Javier Goyena, Carlos Manrique, el matador de toros Antonio Ordóñez y el escritor Ernest Hemingway bebían copiosa e ininterrumpidamente mientras discutían a causa de una pitillera de plata. Javier Goyena, contrariado y más encendido de lo conveniente, dio un fuerte golpe con un sifón y rompió la mesa del velador del café del Iruña, donde, para variar, pasaban la tarde. Tal fue el escándalo que acabaron todos detenidos. A falta de dos horas para empezar la corrida de la tarde, Antonio Ordóñez todavía estaba declarando en comisaría.

3.¿Para qué mentir en Facebook cuando se puede llevar una esposa y una amante a un mismo viaje? En su primera visita a Pamplona, en 1923, a Hemingway le acompañaba su primera esposa: Hadley Richardson, una chica pelirroja y ocho años mayor que él, a la que había conocido en Chicago. Desde ese entonces, Hemingway  regresó varias veces a Pamplona en compañía de Hadley. El tercer –y último- viaje juntos fue en junio de 1925. Ese año, con Los Hemingway viajaba un grupo de expatriados estadounidenses y británicos en el que se encontraba la que ya era la amante del escritor: Pat Guthrie. Todavía se conservan imágenes de los tres -esposos y amante- sentados en la misma mesa del café Iruña. Valga decir que Hadley se separó del escritor en los meses siguientes.

Cuando visitó Pamplona por primera vez, Hemingway no pudo pagar el precio de la habitación del Hotel la Perla. Dos décadas después, convertido en gran novelista, se alojó en su habitación 217.

4.¿Para qué tuitearlo todo cuando se puede escribir una primera novela?  Pocos días después de que terminaran los San Fermines de 1925, el día de su cumpleaños (21 de julio), Hemingway comenzó a escribir el borrador de Fiesta, su primera novela. La terminó ocho semanas después. Justamente en las páginas de ese libro, el norteamericano vuelca su fascinación por los festejos que se celebran en Pamplona, así como por el tipo de vida en la ciudad. En sus páginas quedan retratados lugares como el café Iruña –que menciona 14 veces-, el bar Txoko o el Café Suizo.

5.Ver los toros desde la barrera (o el balcón de la suite 217). El 6 de julio de 1923, Ernest Hemingway y su esposa fueron desde la Estación del Norte hasta la Plaza del Castillo. Tocaron a la puerta del Gran Hotel de La Perla, donde el matrimonio norteamericano tenía ya reservada su habitación.  Enterados del precio que tenía la estancia allí, explicaron a su dueña,  Ignacia Erro, que debían marcharse: no podían pagar ese precio. La propia Ignacia buscó un lugar mucho más barato en el número 5 de la calle Eslava para ellos. Sin embargo, Hemingway volvió a La Perla en los días siguientes, invitado por amigos y toreros, desde cuya habitación número 217 vio varios encierros. Décadas después, en los años 1953 y 1959, ya económicamente más próspero, Hemingway se alojó justo en ésa habitación, la 217 (hoy es la 210), en compañía de Mary, su cuarta y última esposa.

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