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Cultura

Fernando Aramburu: “Hay quien piensa que he exagerado. Otros, que me he quedado corto”

Fernando Aramburu, en una foto de archivo.

Así comienza esta historia. Una mujer coloca una maceta en su ventana justo el día en que ETA anuncia el fin de su actividad. La mujer se llama Bittori. "Ahora que esos no matarán más, volverá al pueblo"; dice al ir a visitar a su marido, asesinado a disparos por la banda unos años atrás. Da igual que él no pueda oírla; ante su tumba, Bittori insiste. Es su pueblo, su casa. Ahora que puede, volverá. Un geranio rojo en la ventana del piso cerrado durante años anuncia su regreso. Nunca una maceta fue más clara. Así comienza Patria (Tusquets), la historia que Fernando Aramburu ha dedicado a los años del terrorismo en el País Vasco y que da pie a esta entrevista.

Aramburu cuenta la vida de dos familias de Guipúzcoa separadas por la enorme grieta que ETA ocasiona en sus vidas

Aclamada como la mejor novela de 2016, Patria (Tusquets) lleva más de nueve ediciones y sigue dando de qué hablar.  A lo largo de más de 500 páginas, Fernando Aramburu cuenta la vida de dos familias de Guipúzcoa separadas por la enorme grieta que ETA ocasiona en sus vidas. Una novela compleja, incómoda, un espejo en el que algunos lectores dicen no sentirse reflejados –muchos lectores vascos lo afirman- y en el que otros, sencillamente, preferirían no verse retratados. Su próxima adaptación televisiva alarga todavía más la presencia mediática de este libro. "Yo no puedo entrar a hablar sobre las interpretaciones de los lectores", asegura Fernando Aramburu, trazando esa raya roja con la que delimita el comienzo de casi todas sus entrevistas, incluyendo ésta.

No es el primer libro que Aramburu dedica al terror de ETA, pero sí su primera novela

Aunque no es el primer libro de Aramburu sobre el tema –lo preceden Los peces de la amargura y Años lentos–, sí es la primera novela que dedica enteramente a aquel infierno. En medio de la tragedia social ocurren las individuales, esas que cobran vida en la historia de sus nueve personajes, desplegados en una estructura coral. Bittori y Miren son las columnas de esta ficción. Se conocen desde niñas. Se casaron el mismo día. Sus maridos y sus hijos crecieron mezclándose en una misma familia. Todo había sido así hasta que ocurren, al mismo tiempo, dos episodios: Txato, el marido de Bittori, comienza a ser objeto de extorsión y acoso; y uno de los hijos de Miren, Joxe Mari, se mete de lleno en la lucha armada. ETA es el punto de fuga: el comienzo y el final de todo.

Aramburu nació el mismo año en que se fundó ETA. Y aunque la vocación literaria existe en él desde muy pronto, ha tenido que pasar una vida entera para poder contar esta historia

Hay reparo y paradoja en todo este asunto. Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) nació el mismo año en que se fundó ETA. Y aunque la vocación literaria existe en él desde muy pronto, ha  tenido que pasar una vida entera para poder contar esta historia: la suya y la de más de ochocientas personas asesinadas por la banda terrorista; pero también la de los hombres y mujeres despojados, incluso, del derecho a mirar a los ojos a sus verdugos o del pésame de quienes, para no retratarse,  hacen la vista gorda con su dolor. Esas son algunas situaciones que aparecen en Patria, esa esclusa que Aramburu abrió, a pesar o precisamente, gracias a la distancia: vive en Alemania desde 1985. Y aunque él insista en que se marchó por amor y no por razones políticas, al partir y al volver, algo siempre se rompe. Siempre.

-Patria produce rechazo en algunos lectores vascos. ¿Duele tanto lo ocurrido como para apartar un libro que intenta retratarla?

-Para empezar, considero razonable que un libro, por motivos variados, suscite el beneplácito de unos y  el desagrado de otros. A menudo el que no gusta es el autor y, consecuentemente, cualquier cosa que este diga o haga. En el caso de Patria, yo sabía desde antes de escribir la primera línea el tipo de crítica adversa que ciertos paisanos míos expresarían, con poco sentido del ridículo, digamos literario en algunos casos. Esto no tiene ninguna importancia para mí. Me faltan tiempo y energía para dedicarme al comentario de comentarios. A algunos la historia sangrienta que hemos tenido durante décadas nos llevaba doliendo desde hace largo tiempo. De dicho dolor se alimentan las historias incluidas en mi novela, que, por cierto, no deja de ser eso, una novela.

"En el caso de Patria, yo sabía desde antes de escribir la primera línea el tipo de crítica adversa que ciertos paisanos míos expresarían"

-Usted nació el año en que surgió ETA. Tuvieron que pasar más de 30 años para poder escribir esta historia. ¿Cómo ve el anuncio de un final para la banda terrorista?

-La primera sensación es de alivio, particularmente si uno formaba parte de las piezas del tablero que el terrorismo se proponía eliminar. Reconozco en mí una propensión a la suspicacia. O sea, que no es lo mismo el anuncio de un final que el final. Así y todo, parece que vamos por el buen camino y que se están abriendo posibilidades para la esperanza y para la paulatina y no fácil recomposición de los lazos sociales. Yo les deseo de todo corazón a los niños y jóvenes vascos de ahora que no tengan que vivir lo mismo que los jóvenes de mi generación.

"Lo que yo me propuse fue servirme de la ficción para contar historias de gentes comunes en un paisaje cotidiano y en una determinada época del País Vasco. Un ojo lo tenía puesto en los personajes, el otro en la realidad colectiva"

-Patria propone un retablo. Sus personajes viven a la vez una tragedia personal y una colectiva. ¿Hubo algún sitio donde la violencia no se abriera paso en la sociedad vasca?

-Empezaré por una confesión. Soy reacio a interpretar mi libro. No por nada, sino porque mi relación con su contenido no es la del lector que lo ha transitado de principio a final. Lo que yo me propuse fue servirme de la ficción para contar historias de gentes comunes en un paisaje cotidiano y en una determinada época del País Vasco. Un ojo lo tenía puesto en los personajes, el otro en la realidad colectiva que hemos tenido, pero siempre poniendo ésta al servicio de la construcción literaria. La imagen general que salió de todo ello supongo que se asemeja a la que yo albergo como ciudadano, aunque por el camino aprendí cosas que antes desconocía. Hay quien piensa que he exagerado. También, no pocos, que consideran que me he quedado corto. El propio desenlace ha merecido lecturas contrapuestas y yo mismo me encuentro con que un día me causa una impresión y otro día me evoca otra.

"La crítica débil opina que uno sólo está preparado para narrar las peripecias de aquellos personajes de su onda emocional o ideológica. O que por vivir en un sitio no se puede escribir bien sobre otro. Crasa simplicidad"

-Entre La Carta, de Raúl Guerra Garrido y Cien metros, de Ramón Saizarbitoria, ¿dónde se ubica Patria?

-Estos dos escritores son pioneros en el tratamiento literario de nuestra historia reciente. Leí en un estudio perspicaz que con ellos se establecen las dos focalizaciones que han predominado en la literatura vasca que se ha ocupado del terrorismo. Guerra Garrido, en sus novelas, favoreció la perspectiva del personaje que sufre persecución; Saizarbitoria, la perspectiva del agresor actual o pasado, con todas las derivaciones introspectivas a que esto conduce. Yo me propuse reunir en un texto ambas perspectivas en sus muy diversas graduaciones, evolución y cambios, de tal forma además que una no predominara sobre la otra o no la pusiera a su servicio. La crítica débil opina que uno sólo está preparado para narrar las peripecias de aquellos personajes de su onda emocional o ideológica. O que por vivir en un sitio no se puede escribir bien sobre otro. Crasa simplicidad.

-A su manera usted posee algo de Gorka. ¿La literatura lo salvó de la violencia, lo despertó de ese hechizo que actuó sobre los jóvenes de su generación?

-Mi peripecia vital no se parece nada a la de Gorka, salvo en lo relativo al amor a la literatura y los libros. Yo le debo a la literatura el que me pusiera ante la vista, a edad temprana, horizontes incompatibles con el ejercicio social del odio. Me libró además de delegar en el discurso político la comprensión de la realidad. A diferencia de Gorka, yo no estaba solo con mi vocación y mis sueños. En cuanto tuve ocasión me subí a un tren.

"Cualquier sociedad que se rija por criterios de separación y discriminación instalará un grave conflicto"

-En Patria usted retrata una sociedad con rasgos clasistas, con una verticalidad abrumadora y un tanto xenófoba.

-Sí, pero esto no es privativo de la sociedad vasca, sino el resultado natural de aplicar un filtro por cuyos orificios sólo deben pasar los genuinos. Esta circunstancia se da allí donde se establecen dicotomías del tipo los de aquí / los de fuera, los nativos / los extranjeros, los independentistas / los unionistas, etc. Cualquier sociedad que se rija por criterios de separación y discriminación instalará un grave conflicto en el centro de la plaza, y hará infelices a muchos de sus ciudadanos. La historia de la humanidad está cuajada de ejemplos.

-Usted vive en Alemania, pero dice que de El País Vasco se llevó el dolor y la necesidad de incidir, ahora que lo ha conseguido, ¿qué siente?

-Pues verá. A pesar del torbellino de entrevistas y actuaciones en que he estado metido durante los últimos seis meses, he conservado algo que me ha costado mucho conseguir en la vida: la serenidad. No albergo sentimientos excesivos. No espero, en el terreno de la satisfacción personal, nada más allá de la confirmación de que mi trabajo acaso haya sido significativo o consolador para algunos de mis semejantes.

 Un detalle de la portada de la novela 'Patria', de Aramburu.

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