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Cultura

Antifa: la polémica punk que salpicó a España

El domingo pasado, Donald Trump se comprometió públicamente a incluir al grupo Antifa en el listado nacional de organizaciones terroristas. Si esto se confirma, sería la primera vez en la historia en que un colectivo político estadounidense es considerado, de manera oficial, grupo terrorista por su propio país. ¿Cómo se ha llegado a esta situación? “Estamos ante una etiqueta reservada a organizaciones extranjeras, hasta el punto de que la ley federal exige que existan vínculos internacionales. Lo ha recordado estos días Josh Campbell, corresponsal de CNN especializado en seguridad nacional. En realidad, Antifa es una entidad interna sin organización ni líderes, así que debemos entender este movimiento de Trump como lo que es: una descarado intento de cambiar la dirección de la culpa hacia la izquierda”, afirma en Rolling Stone el periodista Peter Wade. Un artículo similar en la prestigiosa web Político explica que el presidente republicano está usando Antifa como cabeza de turco para sus problemas actuales y futuros.

¿Qué es realmente Antifa? Se trata de una modesta organización informal, surgida en los ochenta en Minnesotta, con el objetivo de combatir en las calles a grupos de ‘skins’ de extrema derecha. Antes de llamarse Antifa, se les conocía como A.R.A., siglas de Acción Antirracista en inglés. Su actividad nace ligada a las escenas punk y hardcore, pero poco a poco se van expandiendo fuera de esos círculos subculturales. La referencia pop más conocida con la que se les puede relacionar es American History X (Tony Kaye, 1998), la película protagonizada por Edward Norton que narra la redención de un cabeza rapada fascista estadounidense. La relación de rechazo entre el presidente y los grupos antifascistas es larga, ya que se sospecha que Antifa estuvo detrás de decenas de pequeños actos de violencia en su toma de posesión.

El vicepresidente segundo de España, Pablo Iglesias, fue especialmente rápido en apuntarse a la polémica, escribiendo un tuit con la palabra "Antifa" y la imagen de la liberación de un campo de concentración nazi. Se trata de un movimiento parecido a cuando relacionó las caceroladas de Nuñez de Balboa con las de los opositores de Salvador Allende, previas al golpe de estado de Pinochet. También se apuntó a elevar la tensión política Iván Espinosa de los Monteros, que señaló que Podemos “anima y jalea” a Antifa en nuestro país. Durante la entrevista en Radio Nacional, Espinosa de Los Monteros declaró que la “alerta antifascista” de Unidas Podemos tras su fracaso en las elecciones andaluzas provocó actos vandálicos “bastante graves”, aunque menores de los provocados por Antifa en Estados Unidos. “¡Bien por Trump! En España el PSOE los sientan en el Consejo de Ministros y en el CNI”, tuiteó Abascal tras el anuncio del presidente de EE.UU. de que Antifa entraría en el listado de grupos terroristas.

Los intereses ocultos

El sociólogo Guillermo Fernández, experto en el auge de la extrema derecha en Europa, valora así el choque para Vozpópuli: “Me llama la atención que Vox entre tan de lleno a defender a Trump, cuando es alguien que siempre ha tenido mala prensa en España, y más ahora. Tengo la impresión de que en estos meses Vox ha intensificado sus relaciones estratégicas con Estados Unidos, de tal manera que se sienten en la obligación de defenderlo a capa y espada. Probablemente Vox sea un intermediario importante en los planes de la Casa Blanca sobre América Latina”, explica. “Por su parte, Podemos probablemente está interesado en subrayar lo que esa defensa de Trump pone de relieve en términos de ultraderechismo, falta de patriotismo español y sumisión a la agenda atlantista”, añade.

"Antifa es una estrategia pensada para actuar contra el mundo ‘skinhead’, pero resulta contraproducente para tratar con los partidos de la nueva derecha radical", opina el sociólogo Guillermo Fernández

Fernández ya analizó el actual conflicto antifascista durante una entrevista concedida a este medio hace ocho meses. “El mundo progresista se mueve en una especie de esquizofrenia: por un lado, se desestiman los mensajes y propuestas de la derecha radical como débiles e inservibles -una especie de chatarra intelectual-, mientras por otro se proclama la necesidad urgente de prohibir o como mínimo aislar estos mensajes, dando a entender que si la población los escucha, los creerá y se sumará a ellos. En un caso se considera a los portavoces de la extrema derecha como torpes, brutos, rústicos y sobre todo defensores de ideas endebles y anticuadas, y en el otro caso se les toma por genios del mal”, destacaba.

El antifascismo tampoco destaca por su eficacia política. “Creo que es una estrategia pensada para actuar contra el mundo ‘skinhead’ o grupúsculos de extrema derecha. Sin embargo, no funciona e incluso resulta contraproducente para tratar con los partidos de la nueva derecha radical. En primer lugar, porque da credibilidad al relato de estos partidos cuando acusan a la izquierda de liberticida. También les regala la posición ventajosa de ‘outsiders’ y ‘antiestablishment’ en un momento en que esas dos etiquetas, aunque no permiten ganar, sí permiten erigirse como la verdadera oposición. Además está el resultado estético: se ve a un grupo de personas -normalmente encapuchadas- impidiendo que tomen la palabra intelectuales o dirigentes políticos que han sido elegidos por millones de personas. Por último, cabe preguntarse quién diablos les ofrece la legitimidad moral para hacer algo así.”, señalaba.

Acciones violentas

El último referente intelectual de este tipo de antifascismo es el historiador Mark Bray, autor de Antifa: el manual antifascista (Capitán Swing, 2018). Hace unos días fue entrevistado por Radio Nacional para explicar su visión de la batalla. En la charla, reconocía que una minoría de miembros de Antifa recurren a acciones violentas, pero seguía defendiendo las tácticas de acción directa por las que se han hecho conocidos. “En mi opinión, la acción directa es una forma de solucionar problemas sin pedir ayuda a nadie relacionado con el Estado ni que sea parte del problema directamente. Puede ser violenta o no violenta. En Estados Unidos hay mucha rabia a causa de las matanzas de gente negra, por eso hay miles de personas quemando edificios y luchando contra la policía. Algunos son miembros de grupos Antifa, pero esta rebelión es mucho más amplia”, explicaba.

Portada de 'Antifa'

“La insurgencia que estamos viviendo ahora en Estados Unidos es la mayor desde los años setenta. Los motivos son el racismo y la brutalidad policial, pero Trump no quiere hablar de las raíces del problema. El presidente quiere hacer ver que no es una rebelión de la comunidad negra, sino cosa de un grupito de blancos, aunque en realidad también haya negros en Antifa”, remataba.

"Antifa está asociada con sectores que han iniciado acciones de uso de la fuerza que son totalmente inaceptables y que constituyen un regalo bienvenido para las fuerzas represivas del Estado", denuncia Choms

La actividad de grupos Antifa no solo ha sido criticada por sectores republicanos, sino también por una figura clave de la izquierda global como Noam Chomsky. El respetado activista antisistema considera en una entrevista con The Independent que Antifa "está asociada con sectores que han iniciado acciones de uso de la fuerza que son totalmente inaceptables y que constituyen un regalo bienvenido para las fuerzas represivas del Estado, además de proveer justificación para la absurda noción de que tienen un tamaño comparable a las organizaciones de extrema derecha”, concluyó.

Rechazo transversal

Las enmiendas al movimiento Antifa han llegado desde los lugares más diversos. Diego Fusaro, un discípulo de Hegel y Marx próximo a la Lega de Matteo Salvini lo ve como un movimiento de estudiantes pijos demasiado narcisistas como para cuestionar sus propios privilegios económicos. “Hoy en día la categoría 'fascismo' se usa de manera completamente deshistorizada y descontextualizada, para demonizar simplemente al interlocutor. Solo sirve para ocultar el verdadero rostro de lo que Pasolini ya había identificado como el verdadero fascismo de hoy: el de la sociedad de mercado, el totalitarismo de los mercados y de las bolsas de valores especulativas. Muchos tontos que se hacen llamar 'de izquierda' luchan contra el fascismo, que ya no existe, para aceptar plenamente el totalitarismo del mercado”, señalaba en una entrevista del verano pasado.

"El antifascismo ya no es un combate contra el fascismo, sino una retórica que es un arma de clase para protegerse de las reivindicaciones sociales de la clase trabajadora”, denuncia Guilluy

El geógrafo francés Christophe Guilluy, un académico antielitista, lo explicaba de manera igualmente rotunda: “La nueva burguesía ha utilizado el arma del antifascismo para desestimar toda reivindicación social. Pensemos en los chalecos amarillos. Cuando surgieron, enseguida se decía: son fascistas, son antisemitas… Era una técnica retórica que permite deslegitimar toda reivindicación total, permite que la burguesía se proteja. Por eso digo que en la actualidad el antifascismo no es un combate contra el fascismo, sino una retórica que es un arma de clase para protegerse de las reivindicaciones sociales de la clase trabajadora”, denuncia en una entrevista con Letras Libres.

En una reseña demoledora, el columnista liberal Simon Heffer señalaba que el libro de Mark Bray maneja una definición inarticulada del fascismo, que permite a cualquiera arremeter contra sus enemigos políticos predilectos. Además reprocha por injustificadas algunas ideas, como que “históricamente, el fascismo y las ideas fascistas han florecido en lugares con gran libertad de expresión” o que “es evidente que los antifascistas defienden una libertad de expresión más amplia que los liberales”. El propio Bray aprobó públicamente en 2017 un boicot en Berkeley al icono derechista alternativo Milo Yiannopoulos. Y siguió apoyando cuando los organizadores declararon que “el uso de la violencia es totalmente aceptable porque estamos seguros al cien por cien de que ellos planean utilizarla contra nosotros”.

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