Cultura

Reseña

Proteger a la familia contra las amenazas posmodernas

Roberto Esteban Duque publica ‘Genitales culturales’, un sólido ensayo que denuncia el abandono de las familias en España

Proteger a la familia contra las amenazas posmodernos
Portada del ensayo de Roberto Esteban Duque.

Hay que celebrar la publicación de este ensayo que no encaja precisamente en la ideología dominante, ese pseudoprogresismo que emana de tierras estadounidenses, según el cual el relato mental se impone a los datos y hechos materiales. Se trata de una obra del párroco Roberto Esteban Duque, profesor de Ética y Bioética en la Universidad Francisco de Vitoria, además de colaborador de Vozpópuli. El libro en cuestión viene a titularse Genitales culturales. La necesidad de preservar y rehacer la familia (2021) y ha sido publicado por editorial Sindéresis.

El profesor Duque aboga por una visión antropológica que comparto, a pesar de la multitud cosas de las que dice con las que me hallo en desacuerdo. Pero me parece fundamental defender esa misma posición, que por extraño que parezca es la misma que defenderían Karl Marx, el feminismo radical de los setenta y el derechista de turno. Se trata, en realidad, de una cosmovisión en la que todos creemos, aunque solo sea en nuestro fuero interno, aunque no siempre nos atrevamos a verbalizarla por miedo a las sanciones sociales.

Es cierto que la interpretación de la genitalidad puede ser cultural, pero los genitales no son culturales. De hecho, estaban ahí mucho antes de que existiese cultura alguna, siendo esta la que surge del genital, en última instancia, y no a la inversa. Partiendo de esta base, Duque aboga por un revalidar y reformular la familia, tan denostada por el capitalismo tardío, que emplea las políticas de la identidad —típicamente estadounidenses— a modo de simulacros izquierdistas para devaluar su valor. Las familias no son perfectas, como todos sabemos, pero tampoco son ese nido de opresión y maltrato que algunos pretenden vender. Según Duque, “si conseguimos separar al hombre de su familia, entonces tendremos un hombre aislado y manipulable, narcisista y rendido al pan y circo de nuestros días”.

Fantasías posmodernas

Las políticas de la identidad no tienen nada de antisistema: son una emanación del substrato económico del capitalismo tardío. La noción estadounidense de autodeterminación me recuerda siempre a una anécdota narrada por mi antiguo profesor de Antropología Filosófica, Tomás Pollán, que encarna a las mil maravillas el volksgeist neoliberal que ha cooptado las tradicionales corrientes contestatarias. Al parecer, varios intelectuales fueron a un congreso en Estados Unidos, y cuando llegaron a una casa a la que habían sido invitados, propiedad de una mujer adinerada, lo primero que les dijo su anfitriona fue esto: “Disculpad, pero mi hija tiene problemas de autoestima. Cuando la vean por favor díganle lo guapa e inteligente que es, para así fortalecer su autoimagen”. La estima de uno mismo no se fortalece de ese modo. Son las acciones sustanciales las que nos permiten consolidar nuestra identidad y ganarnos individualmente el respeto de los demás, no las palabras hueras de otros que se ven obligados a decirnos de nosotros mismos aquello que deseamos oír.

El Estado impone la autopercepción subjetiva —por alucinada que puede ser— como realidad objetiva al conjunto de la sociedad. El gobierno nos asesta una gramática y una antropología”, denuncia Roberto Esteban Duque

El párroco se apoya en alguna de las sentencias proféticas de Chesterton como, por ejemplo, cuando este dijo que “para corromper a un individuo basta con enseñarle a llamar ‘derechos’ a sus anhelos personales y ‘abusos’ a los derechos de los demás”. Chesterton vislumbraba ya esta nueva y absurda ética del deseo, según la cual, mis deseos se convierten por arte de magia en hechos y, en el seno de la cual, si otros se niegan a darme la razón o a ver en mí lo que yo quiero que vean me veré legitimado para afirmar que me discriminan. Habría que aclarar de antemano para los ilusos que una cosa es la discriminación, el maltrato y la marginación, que han de ser siempre combatidas, y otra elegir o dejar de elegir quién soy. Nadie elige ni puede elegir lo que es. El hecho de que otros no reconozcan en mí lo que yo deseo que reconozcan, no es ninguna discriminación, sino un hecho de la vida al que estamos todos sujetos.

Roberto Esteban Duque pone de relieve ideas interesantes sobre el diseño ideológico de la realidad; un diseño que parece a menudo forzado: “Todo esto lleva a que el Estado impone la autopercepción subjetiva —por alucinada que puede ser— como realidad objetiva al conjunto de la sociedad. El gobierno nos asesta una gramática y una antropología”. Tratándose de una gramática y antropología con la que la mayoría de la población no está de acuerdo en su fuero interno (y no tan interno). Según nuestro autor, da la impresión de que la realidad estorba al poder. Duque pone como contraejemplo de Chesterton a la antropóloga mexicana feminista Marta Lamas, que afirma que “la identidad se escoge”.

Roberto Esteban Duque

¿En qué puede basarse una afirmación así? Duque desmiente esta fantasía: “Aquí se muestra un anticientificismo al máximo. Se censura toda dimensión objetiva. La verdad interna constata deseos… La libertad es la proclamación. La libertad desligada de la verdad. El absoluto de la voluntad de la tarea de buscar la verdad. La verdad no existe”, destaca. De este modo, la voluntad trata de sobreponerse a la verdad, algo que la voluntad habrá de pagar con creces a largo plazo, pues la verdad reina sobre la voluntad.

Por otro lado, es curioso ese anticientificismo de algunas izquierdas que solo es tal en todo lo relativo a las identidades sexuales. No ocurre lo mismo con la ecología. Estas corrientes afirman que la biología, como ciencia, es un constructo cultural heteropatriarcal, pero la ciencia que explica el cambio climático es racional, sensata y veraz. Duque habla tangencialmente de ello: “Para el pensamiento de género la realidad es una convención social. A partir de ahí se considera que el lenguaje posee un sentido plástico, capaz de transformar los fenómenos de la sociedad y la apropiación social de la naturaleza por medio del sentido que se da a las palabras”.

Luchas políticas virtuales

Genitales culturales no solo lleva a cabo una defensa de la familia en términos tradicionales —típicos de la Iglesia católica—, sino que pone de relieve la problemática económica y social promovida por la baja natalidad y la falta de apoyo estatal a la familia y la crianza de hijos. Como afirma el texto: “Una familia de dos hijos y sin restricciones de renta recibe en Luxemburgo una prestación de 587 euros al mes, en Alemania 384 y en Bélgica 318. Por el contrario, esa misma familia en España recibiría una ayuda de 48,5 euros al mes siempre y cuando su renta no supere 14.159,95 euros”.

España es el quinto país del mundo con menor índice de natalidad y el que menos de la Unión Europea junto con Italia

Por otro lado, España es el quinto país del mundo con menor índice de natalidad y el que menos de la Unión Europea junto con Italia. Y en el seno de esta crisis, y en un país en el que las familias —a pesar de sus defectos— han sido el soporte de muchísimas personas durante esta crisis interminable que se inició en 2008 y que quizás nunca termine, el discurso mediático de la moral pública —siempre falso e hipócrita— no hace sino criminalizar a la familia en pos de disparates como la autopareja, el solipsismo y la autoficción.

Duque pone de relieve cómo a día de hoy la naturaleza estorba, al igual que estorba todo referente material. En este sentido, Duque conecta dicha supresión del objeto recurriendo a la tradición sociológica del marxismo (aunque en realidad Marx nunca negase la naturaleza, sino al contrario): ”El neomarxista Herbert Marcuse, líder intelectual del 68, afirmó que ‘la historia es la negación de la naturaleza’. La historia, piensa Marcuse, destruirá la naturaleza a fuerza de negarla, perdiendo también su razón de ser”.

Hoy la lucha política es una lucha por lo virtual, por la representación. Y si eso no fuera suficientemente ridículo, impera además una lucha por la autorepresentación, como si mirarse el ombligo y creerse cada cual sus propias fantasías en torno a sí mismo fuese el objeto último de nuestras demandas como sociedad.

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