Quantcast

Cultura

Jazz

Una experiencia religiosa llamada 'A love supreme: live in Seattle'

Con más de medio siglo de retraso emerge una grabación en directo de este clásico, que John Coltrane consideró demasiado excelso para una gira de clubes

Durante décadas se creyó que el único registro en vivo que existía de A love supreme era la de julio de 1965, en el Festival Jazz d'Antibes, Francia. Los amantes de la obra de John Coltrane se han aferrado a este álbum como una de las pocas muestras de lo que podía ofrecer el saxofonista en el que tal vez sea el mejor año de su carrera (recordemos que es también la temporada en que se graba Ascencion). Así que es comprensible la exaltación extrema con la que se ha recibido la noticia de que A love supreme: live in Seattle vería la luz este 2021, como parte de las celebraciones por los sesenta años del sello Impulse, que en esta cuerda ha lanzado otras joyas y rarezas como el feroz concierto del cuarteto de Thelonius Monk en Palo Alto, en 1968, y las grabaciones de Alice Coltrane de los años ochenta contenidas en Kirtan: Turiya Sing.

Esta gema estuvo enterrada durante 55 años años en los archivos de Joe Brazil, un músico y profesor de jazz radicado en Seattle que participó como flautista en las grabaciones de OM, uno de los discos con peor fortuna de John Coltrane. En 2013, a cinco años de la muerte de Brazil, su amigo el saxofonista Steve Griggs se topó con estas cintas realizadas con una grabadora Akai y dos micrófonos en el Club Penthouse de Seattle, a comienzos de octubre de 1965.

Contexto: para quien no conozca la obra de John Coltrane, estamos hablando de un disco que es mucho más que un disco. A love supreme es una detallista suite compuesta en cuatro partes que funciona a la vez como declaración espiritual y símbolo de una época, y que devino una de las obras más influyentes de la música del siglo XX. Sus temas ("Acknowledgement", "Resolution", "Pursuance", y "Psalm"), llenos de regodeos y meditaciones sonoras, trazan un camino de redención y liberación que el propio Coltrane se encargó de explicitar, y han convertido a este álbum en una pieza de culto que trasciende el ámbito del jazz y se instaura como piedra de toque del zeitgeist.

En la presentación de Seattle, en lugar del cuarteto clásico de Coltrane encontramos a una agrupación extendida que además de McCoy Tyner (piano), Elvis Jones (batería) y Jimmy Garrison, incluye al bajista Donald Garrett, y a los saxofonistas Pharoah Sanders y Carlos Ward. Esta ampliación de la banda refuerza el sentido de libertad que se percibe a lo largo del concierto.

Expansión espiritual

Los seguidores más devotos de la grabación original pueden tener problemas para digerir este disco. Desde la larga y atípica versión de "Acknowledgement" (dura casi tres veces lo que la original), con el intercambio inicial entre los bajos de Garrett, quien utiliza un arco, y Garrison, y los contrapunteos entre las notas de Tyner y los redobles de Jones, pasando por los cuatro interludios improvisados, queda bastante claro que esta no es una interpretación al uso de las piezas de A love supreme, algo que por demás se agradece, porque la grabación de 1964 en el estudio de Rudy Van Gelder es absolutamente insuperable.

Sí, es imposible no fijarse en las diferencias en la ejecución, ya que se trata de una grabación icónica de la que apenas se tienen registros. Los fans hemos repasado hasta el delirio esas notas, con el mismo fervor que los judíos el Talmud. No obstante, aunque uno pueda extrañar ciertos momentos distintivos —como el canto en la primera parte— y las referencias más evidentes a las composiciones originales hay que cazarlas con atención, es en el manto de espiritualidad que despliegan los músicos donde hay que buscar la conexión esencial con A Love Supreme.

Cuando todo se tambalea viene Coltrane a rescatarnos, a decirnos que hay un amor supremo más allá de todo quiebre

El sonido de este disco tiene una cualidad material. En la medida en que las canciones se suceden, uno percibe cómo ese universo de escaramuzas sonoras se va adueñando de toda la sala, cómo se va expandiendo, literalmente, hasta no dejar espacio para otro objeto, otro pensamiento.

Los lances furiosos de Sanders, los duelos de contrabajo entre Garrison y Jones, y las escapadas cromáticas de Tyner, comandados de manera cuasi telepática por la sombra de un Coltrane que no necesita hacer un solo para imponer su presencia sobre ese mar embravecido de acordes, todo contribuye a recrear el estado de hipnosis al que suele inducir A love supreme, y resultan elementos más que suficientes para hacer de esta ejecución una interpretación memorable, a la altura de su legado.

Cincuenta y seis años más tarde, la energía mística de esa ejecución en directo llega a nuestros oídos con la misma vitalidad del primer día (si algo se pudiera lamentar de la grabación es la falta de entusiasmo de las reacciones del público, tal vez demasiado abrumado con lo que le cayó encima sin previo aviso). Resulta particularmente oportuno e inquietante escuchar A love supreme en los tiempos que corren. Al igual que en los sesenta, estamos viviendo una era convulsa en la que de la mano de movimientos como el de los ecologistas, el pensamiento decolonial y las disidencias sexuales se rearticulan las ideologías en el nuevo milenio.

Para los miembros de la iglesia de Coltrane (en un sentido figurado, no confundir con los feligreses de la Iglesia St. John Coltrane Church de San Francisco), la llegada de este álbum es una confirmación del sentido litúrgico de A love supreme. En estos tiempos de valores convulsos, resulta una bendición poder aferrarse a una música que a nadie puede dejar indiferente con su mensaje tan iluminador como universal. Ahí cuando todo se tambalea, viene Coltrane a rescatarnos, a decirnos que hay un amor supremo más allá de todo quiebre.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.