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Cultura

La 'espantá' del príncipe Harry

María Ana Fitzherbert, esposa clandestina de Jorge IV, por Sir Joshua Reynolds

La Pavana para una infanta difunta, en la que Ravel quiso reflejar la elegancia de una infanta española, podría interpretarse como música funeraria para doña Pilar de Borbón, hermana mayor de don Juan Carlos, que nunca dio un problema ni provocó un escándalo, y fue una digna representante de España en el Comité Olímpico y en la Federación Ecuestre Internacional. Su pérdida por defunción ha coincidido con la pérdida por “espantá” que ha sufrido la Familia Real inglesa: la del príncipe Harry.

Cuando el benjamín de Carlos y Diana, tercero en la línea de sucesión de la corona hasta que su hermano Guillermo empezara a tener hijos, se casó con una actriz norteamericana, los tradicionalistas torcieron el gesto. Hace mucho que todas las casas reales de Europa han abandonado el concepto de “matrimonio desigual”, que hacía perder los derechos hereditarios como si fuese un terrible crimen, pero lo cierto es que la actriz de Hollywood no ha aguantado ni dos años en su papel de royal. Presionado por Megan, Harry ha renunciado a sus obligaciones y a los 5 o 6 millones de euros que recibía anualmente por ello, aunque no van a tener problemas económicos puesto que la pareja posee unos 30 millones de capital.

Ha habido otros casos tremendos en la monarquía británica, aunque por ser más antiguos no tuviesen tanta repercusión mediática

Con periodística mala idea, la prensa inglesa, que carece del vocablo “espantá”, ha bautizado la decisión de Harry de “Megxit” (Megan-Brexit). Pero tampoco deberíamos ensañarnos con Harry por su rechazo de las obligaciones dinásticas, es una constante de la monarquía inglesa en los últimos dos siglos. El caso que inmediatamente han citado todos los medios es el del rey Eduardo VIII, que renunció a la corona y se convirtió en duque de Windsor para casarse con una plebeya norteamericana que no sólo era divorciada, sino que tenía mala fama (véase Príncipes cumplidores, reyes traidores, del 15 de diciembre pasado). Pero ha habido otros casos tremendos, aunque por ser más antiguos no tuviesen tanta repercusión mediática.

El primero es el de Jorge IV, que por la locura de su padre, Jorge III, reinó primero como regente (1811-1820) y luego como soberano titular (1820-1830). Según la obra de referencia inglesa Dictionary of National Biography era “un disoluto, un petimetre borracho, un caprichoso manirroto, un irresponsable jugador, un mal hijo, un mal padre, un mal marido, un mal ciudadano, cobarde y mentiroso”. Quizá lo más noble que hizo en su vida fue enamorarse sinceramente de Maria Ana Fitzherbert y empeñarse en llevarla al altar. Por desgracia ella era católica, y las leyes dinásticas inglesas decían que casarse con alguien de esa religión suponía perder los derechos hereditarios. Pese a ello, Jorge se jugó el trono casándose con María Ana cuando tenía 22 años, aunque de forma clandestina y secreta. Diez años después, por presión familiar, se casó de forma oficial con la princesa Carolina de Brunswick, convirtiéndose en bígamo. El secreto de su primera boda fue rompiéndose y hubo incluso debates parlamentarios sobre el matrimonio ilegal. Jorge despreció desde el primer día a su esposa oficial, Carolina de Brunswick, que se vengó viajando por el extranjero y teniendo numerosos amantes, aunque pese a ello logró una gran popularidad entre los ingleses.

El paralelismo de las relaciones triangulares entre Jorge/María Ana/Carolina y Carlos/Camilla/Diana, es extraordinario. Para culminar esa sensación de dejà vu, a Jorge le acusaron de asesinar a la reina Carolina con veneno, de la misma forma que corrió el rumor de que el accidente mortal de la princesa Diana había sido provocado por la Familia Real, por los “agentes 007 con licencia para matar”. El millonario padre del amante de Diana muerto en el mismo accidente, Al Fayed, incluso llevó la sospecha a un proceso judicial.

Lobotomía para la esposa

Aún más morboso es el caso del príncipe Alberto Víctor, que como Harry era hijo de un talludo príncipe de Gales y nieto de la reina (en este caso la reina Victoria). Alberto Víctor era algo retrasado mental y lo que los victorianos llamaban “invertido”, o sea, homosexual, lo que estaba visto como una monstruosidad de la naturaleza. Aunque naturalmente esto se mantenía en secreto, era evidente y le llamaban Prince Cuffs & Collars (Príncipe Cuellos y Puños), por su afición a exhibir puntillas y encajes. Además se vio envuelto en el llamado escándalo del 19 Cleveland Street, un famoso prostíbulo masculino para caballeros gays frecuentado por el príncipe.

Según una hipótesis histórica no probada, el asunto se complicó aún más cuando Alberto Víctor se enamoró de la dependienta del estanco que había frente al prostíbulo gay. Tenía en ese momento 20 años, lo que hace pensar que su sexualidad no estaba todavía definida, y el caso es que, como Jorge IV, se empeñó en casarse con la chica, llamada Annie Crook, y lo hizo también de forma clandestina. Para extremar el paralelismo con la historia de Jorge IV, Annie no sólo era de clase popular, sino católica como Maria Ana Fitzherbert. Por cierto, Camilla también es católica, la fe romana parece un afrodisíaco para los príncipes anglicanos.

El matrimonio clandestino habría tenido una hija llamada Alice, pero no fueron felices ni comieron perdices: Albert Víctor murió en 1892, con sólo 28 años, y unos años después Annie Crock fue internada en un manicomio, donde pasó 22 años hasta su muerte en 1920. La leyenda dice que la volvieron demente al practicarle una lobotomía el Dr. William Gull, médico de la Familia Real. Y aún hay más, una serie de escritores y estudiosos de Jack el Destripador, el más famoso asesino en serie de la Historia, mantiene que una de sus víctimas, Mary Kelly, había sido testigo de la boda del príncipe y Annie, y fue eliminada porque intentó hacer chantaje a la Familia Real. Las otras mujeres asesinadas serían amigas de Mary Kelly a las que ésta les había contado lo de la boda, y naturalmente, Jack el Destripador sería otro “007 con licencia para matar”, como el que provocó el accidente de Diana.

Todo eso es leyenda, pero realmente, con todos los antecedentes citados, ¿quién podría criticar al príncipe Harry por su espantá?

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