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Cultura

Entrevista

Jano García: "El pasaporte covid es una licencia para contagiar"

Discípulo de Escohotado, con gran seguimiento en redes, el exitoso ensayista Jano García ha conectado con un público alérgico a las imposiciones colectivistas

El economista y escritor Jano García (Valencia, 1989) acaba de publicar libro. Se llama El rebaño (La esfera de los libros) y, según su editorial, ya ha vendido más de veinticinco mil ejemplares. Claro que después del éxito de su libro anterior, La gran manipulación, no es tan sorprendente: se ha convertido en un referente del pensamiento liberal en España y acumula aproximadamente un millón de seguidores en sus redes sociales. Vozpópuli le entrevistó en persona.

Pregunta: Escohotado jamás accedió a firmar un prólogo para un escritor vivo. ¿Por qué crees que aceptó escribir el de El rebaño? ¿Cómo era tu relación con él?

Respuesta: Yo creo que Escohotado me tenía en demasiada alta estima, y que era injustificado. Nos conocimos personalmente tarde, pero desde el primer momento nos llevamos muy bien. Entre otras cosas porque compartíamos la inquietud por saber y porque los dos defendíamos la libertad que tiene cada cual para vivir como crea oportuno. Él, de hecho, es un ejemplo muy claro: vivió siempre como quiso sin decir a los demás cómo tenían que vivir.

Hablábamos muchos días, casi todos los días, siempre por correo electrónico porque se marchó a Ibiza y, aunque utilizaba Twitter y YouTube, él no tenía WhatsApp ni teléfono móvil. Como los dos nos acostábamos tarde, muchas veces intercambiábamos correos desde las tres de la mañana hasta las cinco o seis: nos recomendábamos libros, opinábamos de ciertos temas... En fin, que tuve el privilegio de ser amigo del hombre más lúcido e inteligente que he conocido. Una pena que se haya ido tan pronto. Lo echo mucho de menos.

P: ¿Cuál fue el último libro que te recomendó?

R: Fue un libro suyo: Hitos del sentido. Y se disculpó cuando lo hizo —dijo: "aunque sea autocomplaciente..."—, pero tenía que ver con las últimas conversaciones que tuvimos. A mí me inquieta que haya tantas diferencias entre los países occidentales y los de Oriente medio o los asiáticos; concretamente, por qué nosotros respetamos más al individuo, al prójimo y, por ejemplo, no apedreamos adúlteras u odiamos al diferente (al menos desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta los noventa; después cambió todo y por eso he escrito este libro). Yo quería saber si el origen de esas diferencias es la moral cristiana o si vienen de la Antigua Grecia; por eso me exhortó a releerlo.

El postureo ético es tratar de colarnos la lucha contra el cambio climático y subir después a un jet privado

P: Has dicho que El rebaño responde a que a partir de los años noventa algo cambia. ¿Podríamos decir, usando tu terminología, que ese algo consiste en que empieza la alogocracia?

R: Totalmente. Yo nací en el 89, así que recuerdo el final de los noventa y el principio de los dos mil; y mi sensación durante los últimos diez años es que cada vez soy menos libre. Esta pérdida de libertad se nota desde dónde puede uno fumar hasta en lo que puede uno decir. ¡Si hay ciertas cosas que decirlas se considera delito de odio! Por eso, lo que me preocupa es que Occidente vuelva al principio del siglo XX, es decir, a que una idea, sólo por ser mayoritaria o popular, pueda aplastar como un rodillo todas las demás.

Eso es lo que estamos viviendo y lo vemos con el pasaporte covid, que es, por un lado, una licencia para contagiar y, por el otro, un certificado de buen o mal ciudadano. Es, en definitiva, el nuevo certificado ario, pero además temporal: de momento te lo dan con dos dosis; luego harán falta tres y después cuatro. Con lo que, al final, estamos al servicio de una élite burocrática que determina quién es un ciudadano libre y quién no. ¡Es delirante!

Eso es fundamentalmente el sistema alogocrático: un sistema que gobierna en función de sentimentalismos y que termina por imponer una dictadura. Y es precisamente esa dictadura la que, entre otras cosas, ha reducido los derechos, la dignidad y la libertad del ser humano a un código QR.

P: Otro concepto original que viertes en el libro es "postureo ético". ¿Qué quiere decir?

R: El postureo ético es tratar de colarnos la lucha contra el cambio climático y subir después a un jet privado. O asegurar que uno se vacuna por solidaridad cuando en realidad lo hace por intereses personales, para viajar o para que lo dejen en paz. O estar preocupado por la opresión racial y sumarse al movimiento Black Lives Matter sin renunciar a un teléfono móvil cuya batería está fabricada con el cobalto que extraen niños explotados en el Congo. En definitiva, el postureo ético es hipócrita: consiste en pontificar, en dar lecciones de moral y en culpar al blanquito occidental de todos los problemas.

P: En una de las entrevistas que te han hecho sobre El rebaño, el titular escogido por el periódico fue: "Si fuera ministro de Educación, eliminaría los colegios públicos". ¿Esto lo piensas de verdad o se te malinterpretó?

R: Yo hablaba de la educación estatal y desde luego que la eliminaría, porque la educación es fundamental y en España no existe más que el adoctrinamiento. De todos modos, yo no afirmo que se tenga que restringir la educación y privar de ella a todo aquel que no pueda pagarla; lo que yo haría es instituir el cheque escolar para que cada cual pueda elegir dónde educar a sus hijos. Esto se lo expliqué al periodista que me entrevistó, pero por algún motivo decidió no ponerlo. Claro que uno no puede esperar nada del periodismo: en cuanto a corrupción y mediocridad es igual que la clase política.

P: ¿Está de moda ser liberal?

R: El problema es que las etiquetas han dejado de tener sentido. Ni "liberal", ni "fascista", ni "comunista": todos esos significados se han prostituido. El PP, por ejemplo, asegura que es un partido liberal cuando en algunas de las comunidades en las que gobierna prohíbe tomar una cerveza a todo aquel que no se haya inoculado un cierto número de dosis, y eso no es propio de un liberal. Así que yo no diría que ser liberal está de moda; diría, en todo caso, que hay una especie de movimiento en contra de este sistema; una especie de oposición a este Estado omnipresente que en cierto modo incorpora elementos liberales, como exigir un aumento de la libertad económica y personal o una disminución de tasas impositivas.

P: ¿Encuentra Jano García en ese movimiento motivos para esperanzarse?

R: Yo suelo ser pesimista, pero en este caso no, porque el enemigo de la alogocracia es la realidad. Y la realidad se puede ignorar, deformar, negar, pero no se puede cambiar: en algún momento llama a la puerta. Nos está sucediendo ahora, de hecho, con la energía. Estamos pagando una fortuna en la factura de la luz porque decidimos que éramos ecofriendly, que íbamos a salvar nosotros solos el planeta... En el fondo es una cuestión de soberbia, de egocentrismo, de jugar a ser Dios. Es fascinante que alguien salga de una cumbre y afirme que ha fijado la temperatura del planeta en un grado y medio, como si el planeta fuese a someterse a los que se escribe en un papel.

Por otro lado, es incomprensible que la izquierda se pronuncie a favor de las políticas medioambientales cuando es evidente que perjudican a los que menos tienen. El que es rico va a seguir poniendo la calefacción y encendiendo la luz cuando le plazca aunque suba el precio; el que es rico puede comprarse un coche nuevo que contamine menos, o un coche eléctrico, y entrar en Madrid central siempre que quiera. El que tiene menos poder adquisitivo, en cambio, no puede comprar otro coche y, en el mejor de los casos, se ve abocado a planificar las horas en las que enciende la luz o pone la calefacción.

En definitiva, jugar a salvar el planeta está fenomenal cuando uno es rico, pero cuando uno no puede pagar la hipoteca o el colegio de sus hijos la cosa cambia, claro. Y mucha gente se está dando cuenta.

Creo que hay gente que me sigue porque sabe que digo lo que pienso sin valorar si es popular o impopular

P: ¿Puede ser la democracia un medio para terminar con la alogocracia?

R: Pues depende. Puede existir una monarquía absolutista que respete más la libertad individual que una democracia, por ejemplo. Además, la historia nos demuestra que en muchas ocasiones el pueblo vota en contra de sus propios intereses; en contra de sus derechos y sus libertades. De hecho, los cambios que está padeciendo Occidente están siendo instaurados o refrendados en las urnas. Como en Suiza, que hace poco votaron en referéndum sobre el pasaporte covid y un 62% de los suizos ha sometido al 38% restante.

La democracia no es el paraíso que nos han vendido y tiene muchísimos defectos, pero en realidad no es una cuestión de democracia o tiranía; depende mucho más de la educación que tenga el pueblo y de qué ideas se acepten en una sociedad. Quizá lo más importante sea la manera en la que se perciben los derechos y las libertades: a mi juicio son algo propio, connatural al ser humano, y no algo otorgado por un tercero.

P: ¿Quiénes son tus referentes?

R: Sócrates, Escohotado, Bastiat y Zweig. Los dos primeros por su espíritu y su amor por el saber. A mí, de hecho, lo único que me molesta de morirme es la certeza de que hay muchas cosas que moriré sin conocer. Bastiat y Zweig por lo bien que escriben. A pesar de que casi no leo novelas, tengo la obra completa de Zweig en casa y lo leo con fruición. ¡Qué pluma tan fina!

P: ¿Un escritor que no lee novelas?

R: Es que yo no leo para divertirme; leo para aprender. Prefiero leer cosas que enseñen algo, que transmitan un conocimiento. Tampoco suelo ver series o películas, por ejemplo. En general tengo poco tiempo libre y el que tengo lo dedico al estudio, no al entretenimiento. Lo más que hago en ese sentido es jugar de vez en cuando al FIFA para entretenerme o ver el mejor programa de la televisión: "El chiringuito de jugones".

P: ¿Por qué tienes éxito?

R: No lo comprendo del todo. Creo que hay gente que me sigue porque sabe que digo lo que pienso sin valorar si es popular o impopular. Bueno, y porque sabe que lo que digo lo fundamento en una serie de datos y hechos; que yo no opino, que yo no creo. Creer sólo creo en Dios: en el resto de las cosas sé o no sé. Y esto puede resultar atractivo en una época en la que proliferan los periodistas y opinantes que repiten consignas o evitan ciertos temas tabú por miedo al qué dirán. A mí lo que me diga una capillita de moralistas miserables me trae sin cuidado.

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