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Cultura

Así se vence una enfermedad terrible

El Dr Jamot (centro, con bigotito), con dos médicos militares y varios jamotiens.

Una bestia dañina se extendió por África Ecuatorial hace un siglo, la mosca tse-tsé. Su picadura provocaba una enfermedad que parece extraída de un relato homérico, como uno de aquellos castigos que infligían los dioses del Olimpo a los hombres, “la enfermedad del sueño”., que hace un siglo era tan temida como el ébola o la covid-19.

Los noticiarios cinematográficos, que en aquella época equivalían a la televisión, dieron a conocer en Europa los aspectos más anecdóticos de la enfermedad del sueño: se veía a un hombre o un niño que comenzaba a dar cabezadas y poco a poco se derrumbaba en los brazos de Morfeo. En realidad era una dolencia que apuntaba al sistema nervioso central y además de sueño producía espasmos, párkinson, demencia y finalmente la muerte.

La enfermedad del sueño era endémica de África, uno más de los flagelos que sufrían los pueblos nativos, pero a lo largo de siglos y siglos lo que entonces se llamaba África Negra había permanecido cerrada al hombre blanco, precisamente por las enfermedades exóticas que le acechaban en cuanto se adentraba. Fueron los avances de la medicina y la higiene en el siglo XIX los que abrieron el continente a nuestras razas, y se produjo la colonización europea.

Sin entrar a juzgar moral o políticamente la colonización, desde el punto de vista sanitario tuvo dos consecuencias contradictorias. La primera es que abrió territorios que habían permanecido aislados entre sí. Las expediciones geográficas, lo misioneros o las empresas económicas trazaron caminos, navegaron ríos y construyeron ferrocarriles, y eso supuso una extensión epidémica de las enfermedades particulares de cada zona. La reciente experiencia con la inmediata difusión mundial del coronavirus nos ha enseñado cómo el progreso de las comunicaciones, tan beneficioso para la civilización, puede traicionarnos en un momento dado.

Pero la colonización también trajo la medicina occidental y, por primera vez en la Historia, las enfermedades africanas fueron combatidas científicamente. Aparte de la labor de los misioneros, muy meritoria aunque no fuesen médicos, la guerra a la mosca tse-tsé corrió a cargo de los médicos militares. Para las tropas coloniales era imprescindible contar con un aparato de sanidad militar, cuya misión era mantener sanos a los soldados, pero ningún médico podía eludir, por humanidad, atender a las poblaciones locales.

Los documentos de la época muestran los terribles y numerosos casos de lepra, sífilis, elefantiasis y paludismo a los que se enfrentaron los médicos coloniales

Los documentos de la época muestran los terribles y numerosos casos de lepra, sífilis, elefantiasis y paludismo a los que se enfrentaron los médicos coloniales. Entre todas estas enfermedades la más grave y extendida era la del sueño, y entre todos los médicos que la combatieron el arquetipo fue el doctor Jamot y sus campañas en el Camerún y el Congo.

La Jamotique

Nacido en un pueblo del centro de Francia en 1879, estudió medicina en Montpellier, y luego fue a la llamada Escuela del Faro de Marsella, un famoso centro militar de enfermedades tropicales, auténtica alma mater de la medicina colonial francesa. Tras su primera estancia en África fue a perfeccionar estudios al Instituto Pasteur de París, y por fin en 1916 inició su guerra contra la enfermedad del sueño, a la que vencería en 15 años de agónico combate.

Hay que tener en cuenta la falta de medios y de infraestructuras con las que se enfrentaba Jamot, que supliría con imaginación y coraje, hasta el punto que su sistema tendría entrada en el diccionario francés: “La Jamotique”. En primer lugar desarrolló un concepto nuevo, la “sanidad móvil” que sería imitado por ingleses, belgas y americanos.

El doctor Jamot contaba con un corto número de médicos europeos –hasta los años 30 no comenzaron a formarse médicos en las universidades africanas- pero reclutó una legión de jóvenes auxiliares indígenas, chicos espabilados aunque fuesen analfabetos, a los que enseñó el manejo del microscopio para que fuesen capaces de identificar el “tripanosoma gambiense”, el parásito que transmite la mosca tsé-tsé y provoca la enfermedad del sueño.

Jamot y sus “jamotiens” recorrían incansablemente el territorio de aldea en aldea, y sometían a análisis a toda la población, aplicando la medicación necesaria

Jamot y sus “jamotiens” recorrían incansablemente el territorio de aldea en aldea, y sometían a análisis a toda la población, aplicando la medicación necesaria. Para Jamot aquello era una auténtica guerra, y la libró con la dureza necesaria para ganar las guerras. Con la sensibilidad de la corrección política de nuestros tiempos no hubiera podido hacer lo que hizo, lo habrían crucificado mediáticamente. Los indígenas no tenían opción a negarse a recibir los tratamientos, una vez que habían pasado por ello se les marcaba el cuerpo con pintura indeleble, y los jamotiens no tenían un salario, sino que cobraban por cada positivo que detectaban… Y cuando uno de ellos intentaba dar gato por liebre, recibía un castigo físico, como los niños en los colegios.

Pero en 1931 la enfermedad del sueño había sido vencida por la Jamotique.

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