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Cultura en el tocador

'Élite' y el gran vacío sexual

"La serie es fiel reflejo de la transformación de las relaciones afectivosexuales que vivirá mi generación, cada vez menos íntimas, cada vez más cosificadas"

De aquí a un tiempo atrás ha tenido cierto éxito la consigna según la cual algunos estaríamos “intelectualizándolo todo”, incluso aquello que no ha de intelectualizarse, y así evitando que los demás disfruten de distintos productos de consumo sin pensar demasiado. Tiene una gemela: “bajemos las cosas a tierra” o a la experiencia cotidiana, a lo simple o banal; es gemela por sintomática, dado que exhibe —a poco que nos fijemos— que no hay experiencia cotidiana, simple o banal que no esté mediada por cuestiones sociales, ideológicas y de un sinfín de campos más que aparecen cada vez que intentamos pensar sobre prácticamente cualquier cosa. Sirve esto así de advertencia, por si a alguien se le ocurriera gritar exasperado a las nubes que “ya están los intelectuales intelectualizando Élite”, como si el objetivo de analizar el sustrato ideológico o el inconsciente sociocultural de una serie o programa de televisión hubiera sido alguna vez convertirlo en un producto de clase alta, de elevado capital cultural, en lugar de ser conscientes de cuál es la composición química de la basura que nos tragamos. Piénsese en la crítica cultural como una especie de baremo de Nutriscore, pero más útil. A nadie le interesa ver Élite pensando en sociología del amor, pero a lo mejor Élite puede decirnos cosas interesantes (aunque ni siquiera las hayan pensado sus creadores). Al meollo.

Una de las principales características de la cultura de masas es que tiende a sustituir el aura o la genialidad —pongamos incluso: la originalidad de la obra— con retazos de pirotecnia, efectismo y repetición. Seguir esquemas fijos o incluso partir de situaciones aparentemente simples y casi teatrales no es necesariamente una mala idea, ni implica una producción de cultura basura cual comida rápida —hay novelistas de la alta cultura que lo hacen con mucho éxito y, a veces, incluso pedantería—, pero aquí también nos encontramos con aquel mantra de que aquello que distingue a una obra maestra o una gran obra de arte del resto de producciones es que esta es aquella que logra “crear su propio género”. Élite tiene su fórmula propia, pero no deja de ser una americanada casi derivativa… que se repite y replica a sí misma una y otra vez, con las mismas estructuras y variaciones de asesinatos —o desapariciones, o intentos de—, interrogatorios, flashbacks y flashforwards. En algunas temporadas, como la segunda, esto produce un juego con el tiempo bastante raro; y, sin embargo, nada de ello es importante. En Élite, por más que el misterio del whodunnit esté siempre presente, y por más que su título haga referencia a una jerarquía en las clases sociales, sólo importa una cosa: el sexo, el capital sexual, la obtención y posicionamiento según el capital sexual.

Así, spoilers: Marina está estigmatizada —lo cual supone casi una marca de muerte, metafóricamente hablando— en la primera temporada porque es seropositiva, es decir, a consecuencia de con quién se ha acostado; el arco narrativo de Nadia, joven musulmana, consiste precisamente en el deseo y rechazo producido por entrar a jugar en el tablero del mercado sexual, y en el conflicto entre sus valores y los valores, pongamos, del “liberalismo sexual”, tan bien representado por Lucrecia; el sexo, en el caso de Christian, es una manera de trascender su condición casi lumpen e integrarse en sociedad. ¡Aún queda una millonada de personajes y ni siquiera hemos pasado de la primera temporada, pero todo está bastante claro!

Porno suave para adolescentes

Las temporadas siguientes se repiten e introducen variaciones alrededor del poliamor, los tríos, distintos tipos de vergüenza, pérdida o adquisición de capital sexual como instrumento de poder… pero a lo que asistimos paulatinamente, con su apogeo en la cuarta temporada, es a la sustitución de toda otra línea narrativa por un regreso a lo erótico y lo sexual. Al principio de la serie, el conflicto de clase entre los alumnos recién llegados a Las Encinas y los pijos que por ahí pululan es evidente, se hace referencia, el hermano de Samuel llega incluso a hacer una pintadita; en la cuarta temporada y en los episodios breves entre la tercera y la cuarta, que Samuel sea de clase trabajadora se convierte simplemente en un atributo que define su relación con las dos señoritas pijas de las cuales se enamora, y que no tiene importancia más allá de si ellas quieren o no acostarse con él, o sienten o no vergüenza. El capital económico y el capital sexual llegan a ser absolutamente intercambiables en casos como el de Mencía y la trama que gira alrededor de su “prostitución”.

Está muy bien que Élite visibilice relaciones homosexuales, pero eso ya lo hizo Aquí no hay quien viva hace muchos años y con más humanidad

La sobreabundancia de escenas sexuales —vicio que incluso HBO ha ido dejando atrás—, que se vuelven también más y más explícitas, llegando la serie a tomarse en serio a sí misma con montajitos estudiados para parecerse a Euphoria, aflora un primer sentimiento de desequilibrio: hay algo desproporcionado en la cuarta temporada, un exceso fatal… como si la serie compensara por la imposibilidad de retener a los personajes con los cuales el espectador hubiera podido anteriormente encariñarse colocando a otros cuerpos para que ocupen exactamente la misma función intercambiable, es decir, la sexual.

Está muy bien que Élite visibilice relaciones homosexuales, pero eso ya lo hizo Aquí no hay quien viva hace muchos años y con más humanidad; cuatro temporadas les ha costado —y eso que comenzaron hace ya años— entrar en cuestiones relacionadas con el consentimiento, y cuatro temporadas han pasado hasta que ha aparecido una historia de amor —o deseo, tanto monta, monta tanto— entre dos chicas. Si no podemos decir que la serie tenga excelsos méritos activistas, ni que esté excesivamente bien construida —las primeras temporadas son mejores, y admito que yo gocé mucho con la necesidad un poco ridícula de finiquitarlo todo que había en la tercera temporada y las derivadas que eso provocó—, tendremos que aceptar la realidad: su devenir es casi el de una serie muy larga de porno suave entre / para adolescentes, en el cual las relaciones amorosas —llenas de clichés y a veces un poquito exageradas: un personaje pasa un cáncer y luego se pone burrísimo con otro personaje, sin haber realmente solidificado su relación con su novio, que estuvo a su lado durante esa circunstancia; el novio luego se tira al personaje que ponía burrísimo al que pasó por el cáncer, y se lo montan entre los tres, y es bastante complicado describirlo todo, precisamente por sus absurdos nudos— son intercambiables, banales, inexistentes, y lo que impera —como ya hemos comentado en otras columnas de esta serie— es un libre mercado sexual inyectado en los ojos de los espectadores.

¿Por qué lo vemos? Es muy entretenido. ¿Deberíamos aspirar a replicar esos modelos, ver en los pijos libidinosos un ideal de existencia despreocupado de las cuestiones materiales? No estoy del todo segura de que ese modelo resultara del todo satisfactorio a las nuevas generaciones. La trama cuyo desarrollo yo (cursi) he querido observar con más atención era la del amor a lo largo de muchas temporadas entre Nadia y Guzmán; el sexo como placer masturbatorio, desprovisto de intimidad o atención, resulta menos interesante que las historias clásicas de amoríos y desamores. El problema de la abundancia y la repetición es que implican perder el significado y que todo quede en imagen sin fondo, en un gran vacío sexual en el cual las relaciones son pura mecánica y cuerpo: en definitiva, en una trampa de consumo, en una cosificación de las personas. Élite, a mi juicio, es fiel reflejo de la transformación de las relaciones afectivosexuales que vivirá mi generación, cada vez menos íntimas, cada vez más cosificadas; los días que soy optimista, pienso que exigiremos otra cosa. Los días pesimistas concibo que estamos tan determinados por nuestro sistema económico que me pongo otro capítulo, para ver tanta pirotecnia sólo comparable al kamasutra. La serie, en definitiva, es hija de su tiempo: he aquí el peor ataque y mayor elogio que pueda esgrimirse contra ella.

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