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Cultura

Así es la ‘pedrada’ del Bosco, una versión a domicilio del pintor flamenco

Un detalle del libro de cómic de Max a partir de la obra de El Bosco.

Suena el teléfono en Mallorca pero contestan desde el infierno: Sí, diga. Es el dibujante Max. Pero cómo va a vivir el ilustrador y Premio Nacional en la quinta paila. Pues sí, desde que el dibujante Francesc Capdevilla se dedicó a preparar el libro sobre El Bosco, algo del holandés se ha quedado a vivir en su casa. Ese universo exagerado y expansivo donde parece que el mundo entero pena, donde alguien siempre paga los excesos. Todo se ha desparramado completo entre su estudio y sus cosas. Sí, señor.

En ocasión de los 500 años de la muerte del Bosco, y como parte de la muestra monográfica que el Museo del Prado dedica al maestro flamenco,  la pinacoteca publica El tríptico de los encantados (Una pantomima bosquiana), la delirante fusión de dos imaginaciones desbordantes: la del genio de la historieta Max –el hombre que coge el teléfono desde el infierno- y el maestro de El Jardín de las Delicias. Se hace el asunto más especial todavía, porque es la primera vez que el Prado publica un libro de cómic.

Por primera vez, el museo del Prado publica un libro de cómics. Pidió al dibujante al dibujante Max que emprendiera el proyecto con ellos

Cuando lo llamaron para ofrecer el encargo de reinterpretar al Bosco, Max lo vio clarísimo: por supuesto. Había entre ambos un claro hilo que conducía al ilustrador hacia el universo simbólico, episódico y caótico del Bosco. Se puso manos a la obra. Se bebió entero al Bosco, lo hizo suyo. Recopiló nuevas imágenes, distintas perspectivas. Se llevó al Bosco a casa y lo devolvió en forma de alucinada y hermosa entrega.

Al otro lado del teléfono Max confiesa que, ya antes de este proyecto, El Bosco era una gran influencia para él: "Desde muy pequeño, en mis paseos por El Prado,  los pintores que más me han flipaban eran  los del Renacimiento Flamenco… El Bosco, Bruegel… eso dejó un poso en mí y yo creo que por eso me han encargado este cómic, porque alguien del Museo ha visto claro que yo podía ser el dibujante adecuado", explica.

Huyendo de la biografía, la emulación, el simple homenaje o la anécdota, Max ha logrado en El tríptico de los encantados (Una pantomima bosquiana) sumergirse en la mente de uno de los artistas más misteriosos de cuantos hayan existido y ofrecernos un cómic sorprendente. Tres historias que funcionan como un tríptico, personajes que se entrecruzan, círculos concéntricos…

Desde la Extracción de la piedra de locura hasta El jardín de las delicias pasando por Las tentaciones de San Antonio Abad, Max diseña un tríptico que revisita los temas y conflictos bosquianos a partir de la imaginación como tormento, la melancolía como ensimismamiento y la expresión pictórica como pasmo y encantamiento. La lectura comienza no con la extracción de la piedra e la locura, sino con la extirpación de la canica de la imaginación. Al perderla, el atormentado y ansioso personaje extravía también el impulso vital, se convierte en un apeluchado y anestesiado ser.

"El Bosco, Bruegel… eso dejó un poso en mí y yo creo que por eso me han encargado este cómic"

Lo hermoso es ver cómo esa mínima canica viaja, objeto del azar y del vuelo de los pájaros, de mano en mano, de personaje en personaje. Y todo lo construye Max a partir de una estructura en la que, sin proponerse copiar al maestro, consigue una versión propia, más directa y de una poesía abarcante y sencilla. Conmueve ver al cerdo que enseña a San Antonio esa mínima pelotilla de la ensoñación con la familiaridad que cualquier personaje de tebeo lo haría. Y eso lo consigue sin dejar de hablar de la metáfora de la locura y la credulidad humanas que el Bosco satiriza en la tabla original.  En esa estampa de una intervención quirúrgica del medioevo -la operación drástica de retirar la piedra que causa la necedad en que la aloja- el Bosco confeccionó una sofisticada burla que Max respeta y acentúa, sin pretender corregirla de ninguna forma.

"Habría sido un error intentar acercarse al estilo de El Bosco, porque hubiera sido una parodia. Yo no soy pintor. He ido a encontrar una confluencia entre lo que hizo El Bosco y lo que yo vengo haciendo en los últimos años. Y creo que he encontrado un camino válido para lo que quería contar en este libro”, explica el ilustrador, quien asegura que la forma de contar y el universo del Bosco, a pesar de haber ocurrido 500 años antes, guarda una estrecha relación con la forma de contar de la viñeta, esa manera de llevar a cuestas una historia, a su manera parecida al gesto de sacar fuera del museo al Bosco para llevarlo a la casa, o la calle, o el metro. Llevarlo ardiendo, como un infierno. “El jardín de las delicias es  un precedente del cómic. Reúne una serie de secuencias que forman una historia. Aunque sea un cuadro y esas imágenes no estén separadas por viñetas. En ese todo laberíntico, el espectador extrae  secuencias, tal y como lo haría con el cómic”. El Bosco y a Max los une también una especie de humor, una gasolina bella y sencilla que bombea y revisita la aproximación del dibujante al pintor.

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