Quantcast

Cultura

Así fue la dictadura: diez historias de la represión franquista

Un detalle de la portada del libro escrito por Pablo Ordaz y Antonio Jiménez Barca.

Son diez hombres y mujeres. A todos los une un hecho: haber sentido miedo. No sólo a que los detuvieran, los torturasen o los mataran, que sí, sino uno mucho más profundo. Miedo por los suyos. Por lo que pudieran hacerles. Unos eran hijos de los perdedores de la guerra, otros procedían del bando nacional. Esas son las voces de las diez historias de represión en el franquismo que los periodistas Pablo Ordaz y Antonio Jiménez Barca recopilaron en el libro Así fue la dictadura (Debate). 

Domingo Malagón,  exiliado comunista con vocación de pintor que pasó 40 años falsificando carnés para sus compañeros; Víctor Díaz-Cardiel, detenido y encarcelado por organizar una huelga en Villaverde; Federico Armenteros, profesor homosexual, víctima de persecución; Mariano Gamo, uno de los precursores de movimiento de los curas obreros e hijo de una familia adscrita al bando nacional, quien fue detenido y encarcelado  durante tres años; Gonzalo Sánchez Fernández, jornalero desde muy pequeño y quien tuvo su primer conflicto a los 16 años, cuando exigió que le pagaran sus horas extra.

Diez testimonios: el de un pintor convertido en falsificador de documentos o un librero perseguido. También una comunista condenada a muerte y un cura obrero hijo de una familia adscrita al bando Nacional...

El origen de este libro, aseguran sus autores, es la necesidad de poner por escrito, a través de la fórmula de la historia de vida, la voz de aquellos que -a pesar de ser presa del temor a la autoridad- se enfrentaron a la dictadura y sufrieron las consecuencias de las decisiones que tomaron. El objetivo de Pablo Ordaz y Antonio Jiménez Barca es "dejarles hablar. Darles voz", en un momento en el que el olvido ha emborronado sus historias. "Bastó con encender la grabadora para que todos esos hechos en blanco y negro tomaran el color de la vida y se hicieran más complejos. Cada entrevista era una clase de historia en una mesa camilla", dicen sus autores en la introducción del libro.

En el conjunto de los testimonios llaman la atención algunos como el de Ignacio Latierro, (San Sebastián, 1943), el fundador de la librería Lagun. De forma sucesiva, los censores de Franco, los guerrilleros de Cristo Rey y los pistoleros de ETA se empeñaron en hacerlo callar: "Con la apertura de la librería llegó también la censura. Si bien es verdad que , por aquella época, segunda mitad de los sesenta, la principal preocupación del régimen no eran ya los libros ni sus lectores. Y, aún así, cada dos o tres meses unos probos funcionarios del Ministerio de Información y Turismo se pasaba por la librería a la búsqueda de libros prohibidos (...) había tres tipos de libros prohibidos. El primer bloque era el de los libros de historia de España, sobre todo de la historia de la República. Los de, por ejemplo, Tuñón Lara y Ramos Oliveira. También las memorias  de Manuel Azaña o Indalecio prieto (...) El segundo bloque era lo que podíamos llamar literatura marxista (...). El tercer bloque era literatura y ahí, fundamentalmente, los autores de la generación del 27 que seguían absolutamente prohibidos". 

"Cada dos o tres meses unos probos funcionarios del Ministerio de Información y Turismo se pasaba por la librería a la búsqueda de libros prohibidos"

Existen otras visiones completamente distintas, como la de Gerardo Iglesias, minero desde los 15 años, afiliado al Partido Comunista y posterior figura  referente de esa formación al sustituir a Santiago Carrillo: "Era el año 60 y para entonces ya había habido algunos movimientos huelguísticos de peso. En el 58, sobre todo. Pero es a partir del 60 cuando empieza a haber movimientos de mucha envergadura, como la huelga minera del 62 (...) había decenas de mineros detenidos. Del cuartel me llevaron a la comisaría y aquella fue mi primera prueba de fuego en manos de la Brigada Político Social. ¿Que qué me hicieron? De todo menos caricias. Aunque estamos hablando del año 63 o 64, y hay que reconocer que en esa época ya no aplicaban de forma rutinaria los métodos de tortura más duros -las corrientes eléctricas, el ahogamiento en la bañera, tirarte por la ventana...-, no quiere decir que no los usaran en algunas ocasiones. O que aplicaran otros. Allí conocí  además a Pascual Honrado de la Fuente, que era el más bestia, el más criminal. Este Pascual era especialista en puñetazos en el hígado hasta que te tumbaba". 

"Me escondí en catorce casas diferentes durante casi seis meses. Al principio sola, luego con mi hermana Pepita, también perseguida"

A Juana Doña la condenaron a muerte. Con apenas 15 años ya formaba parte de las Juventudes Comunistas, donde conoció al que iba a ser su marido, Eugenio Mesón, fusilado cuando terminó la Guerra Civil. Fue detenida por primera vez en 1939, cuando la policía franquista lanzó una oleada represiva por
el asesinato del comandante Isaac Gabaldón. En 1944, se incorporó a la organización guerrillera en el interior del Partido Comunista de España. Participó en la colocación de una bomba  en la embajada de Argentina, en abril de 1946. Sobre ella pesaba una condena de muerte: "Me escondí en catorce casas diferentes durante casi seis meses. Al principio sola, luego con mi hermana Pepita, también perseguida. No podía quedarme mucho tiempo: comprometía a quien me acogía -que muchas veces tampoco aguantaba el miedo- y además significaba una boca más para comer". 

"El Partido Comunista de España, al que pertenecía, le propuso que utilizara sus aptitudes para falsificar documentos. Durante 30 años se dedicó a falsificar miles. Y jamás descubrieron ninguno"

Sin duda, uno de los tetsimonios más singulares es el de Domingo Malagón. Madrileño nacido en el barrio de Chamberí, estudió en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Cuando comenzó la Guerra Civil, interrumpió sus estudios y se alistó voluntario en el ejército de la República. Con la derrota se pasó a Francia. Allí, el Partido Comunista de España, al que pertenecía, le propuso que utilizara sus aptitudes para falsificar documentos. Durante 30 años se dedicó a falsificar miles. Y jamás descubrieron ninguno. "El papel era un bien escaso, todo lo que había disponible en los mercados era muy basto e irregular. recurría al mercado de libros viejos, donde muchas veces y a falta de presupuesto, me veía obligado a arrancar las hojas en blanco, en realidad amarillentas por el paso del tiempo.  Me recuerdo a mí mismo como un hámster, guardando todo tipo de materiales, haciendo mil probaturas para el manipulado del papel, aprendiendo teñidos y tintados, buscando libros técnicos que me enseñaran más sobre artes gráficas", cuenta en uno de los documentos incluidos en este libro. 

Un detalle de la portada del libro de Pablo ordaz  y Antonio Jiménez Barca.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.