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Cultura

Tras la huella de Dugin, ¿un genio tenebroso o el filósofo que inspiró a Putin?

De cómo los medios de comunicación mainstream encumbran a un profesor universitario a la categoría de filósofo del régimen de Putin, convirtiéndolo en su personal Rasputín

Tras la huella de Dugin, ¿un genio tenebroso o el filósofo que inspiró a Putin?
Alexandr Duguin, el padre de la nostalgia histórica rusa DPA / EP

Anoche una noticia sacudía las portadas de los principales periódicos. Darya Dugina, hija del pensador ruso Aleksandr Dugin, fue víctima de un atentado que, al parecer, se dirigía a su padre. Según informan medios rusos, se había instalado bajo el asiento de su vehículo un artefacto explosivo que contenía una abundante carga de TNT. Por el momento tan sólo se puede especular con el artífice y si de artífices va la cosa me centraré en las andanzas del personaje al que, de forma cuestionable, los medios de comunicación han encumbrado como el arquitecto del andamiaje teórico de Putin, el padre de Darya.

Desde el estallido de la guerra en Ucrania corren ríos de tinta acerca de la figura y el pensamiento de Aleksandr Dugin. Lo cierto es que a muchos -por simpatía o antipatía manifiesta- les gusta creer que se trata del gurú en la sombra de Putin, de aquel que susurra al oído del zar moderno, vamos, una especie de Rasputín contemporáneo. En definitiva, se ha caracterizado a Dugin como un genio maligno en cuyo puño y pluma se contiene el devenir de la nación rusa.

Pensador, filósofo y teórico geopolítico, actualmente, se trata del máximo exponente del llamado neoeurasianismo

Pero, ¿quién es en realidad Aleksandr Dugin? Moscovita de nacimiento es hijo de un coronel general de la inteligencia militar soviética y de una médico. Pensador, filósofo y teórico geopolítico, actualmente, se trata del máximo exponente del llamado neoeurasianismo. Para quienes no estén familiarizados con este término, el eurasianismo es una doctrina filosófico-política de repercusiones geopolíticas que nació en los años 20 del siglo pasado y que sostiene que la Tierra está dividida en grandes civilizaciones cuya centralidad recae principalmente en dos polos antagónicos: la isla mundo (Estados Unidos, Gran Bretaña y la Commonwealth, es decir las potencias talasocráticas que despliegan su poder por la vía marítima) y la civilización ortodoxa o euroasiática (los Estados de la antigua URSS, Europa del Este y algunas zonas de Europa del Sur). Fuertemente influenciado por la obra de Carl Schmitt, en particular pesan los textos Tierra y mar (1942) o El nomos de la tierra (1950) y, en cierto sentido, influenciado también por El choque de civilizaciones (1996) de Samuel P. Huntington, Dugin nos propone la coexistencia armoniosa intercivilizacional. En su Fundamentos de la geopolítica (1977) dirá: "El mundo multipolar no considera la soberanía de los estados nacionales existentes como una vaca sagrada, porque esta soberanía descansa sobre una base puramente legal y no está respaldada por un potencial político y militar suficientemente fuerte (…) sólo un bloque o una coalición de estados puede reclamar una verdadera soberanía". De algún modo, Dugin le da la vuelta a la lógica de la "contención" (hegemónica en toda la política exterior norteamericana del siglo XX y, con Biden, del siglo XXI) y trata de llevar a sus últimas consecuencias la aseveración del padre de la geopolítica moderna Halford John Mckinder según el cual: "Quien gobierne en Europa del Este dominará el heartland; quien gobierne el heartland dominará la Isla-Mundial; quien gobierne la Isla-Mundial controlará el mundo".

Sin duda, Dugin ha creado escuela y tanto él como sus albaceas tienen claro contra qué se enfrentan y cuál es su enemigo en sentido schmittiano. Tanto es así que en uno de sus textos de juventud Rusia: los misterios de Eurasia, sostenía enérgicamente: "América encarna el Ocaso del Mundo (…) tierra de peregrinaje de las almas difuntas (…) formar una alianza sagrada con aquellos países y naciones del Este que luchan por la autarquía geopolítica y la restauración de los valores tradicionales contra el mundo moderno y el atlantismo, la agresión americana [es nuestro objetivo]". El mito del progreso técnico, el positivismo kelseniano, el liberalismo político, el principio del individualismo como disolvente social y las decadentes democracias burguesas, en definitiva, el Orden Mundial que salió triunfante de la II Guerra Mundial (que en su versión más lesiva llamamos habitualmente globalismo) son los escollos a la armonía que pretende esbozar en sus trabajos. Sin embargo, llama la atención cómo aquellos que han estudiado en las universidades más progresistas de todo el globo y que siguen pies juntillas el discurso de la tolerancia no logren comprender la propuesta de autores como el propio Dugin, Alain de Benoist, Denis Collin, Diego Fusaro y Adriano Erriguel, entre otros, que no es otra que la del respeto por su idiosincrasia cultural y nacional. Esta entente soberanista ha recibido diversas etiquetas (algunas más indulgentes que otras): "Nueva derecha", "Populismo", "Nazbol", "Rojipardismo", aunque el propio Dugin habla de una "Cuarta teoría política" como una suerte de síntesis superadora de las teorías hegemónicas precedentes, a saber: (i) Liberalismo; (ii) Comunismo; (iii) Fascismo.

No es menos cierto que la relación entre el presidente y el filósofo no es del todo cordial. Ha habido una serie de desavenencias entre ambos personajes que manifiestan una animadversión recíproca

El filósofo ruso ha capitaneado la organización de diversos partidos políticos de carácter minoritario y subversivo, así como una intensa actividad en la intersección entre teoría y praxis hasta el punto de tener problemas con las autoridades. Tras el fallido sueño de ser aviador, estudió filosofía y se doctoró en sociología y ciencias políticas. Llegó a ocupar la cátedra de sociología de las Relaciones Internacionales en la Universidad de Lomonosov, Moscú. Vinculado en su juventud al esoterismo fascista de Julius Évola ha transitado en su itinerario intelectual hacia posturas tradicionalistas. De hecho, él ha declarado sin ambages: "Yo mismo no soy nacionalista, sino tradicionalista", algo que, por cierto, mantiene una íntima ligazón con las graves palabras de Donoso Cortés en su Discurso sobre la situación de España de 1850: "Yo represento algo más que eso; represento mucho más que esto; yo represento la tradición, por la cual son lo que son las naciones en toda la dilatación de los siglos. Si mi voz tiene alguna autoridad no es, señores, porque es mía; la tiene porque es la voz de vuestros padres". Desde luego, resulta innegable el hecho de que haya ecos y resonancias de las ideas conservadoras de Dugin en el gobierno de Putin, pero no por ello estamos en condiciones de ver una clara tutela ideológica como la que se presenta habitualmente en los medios de comunicación.

Si bien es cierto que su obra Fundamentos de la geopolítica (1977) se enseña en la Escuela Naval de la Federación Rusa como manual básico, no es menos cierto que la relación entre el presidente y el filósofo no es del todo cordial. Tal y como explica Edgar Straehle en su brillante artículo "El poder y la filosofía: el otro viaje de Siracusa", ha habido una serie de desavenencias entre ambos personajes que manifiestan una animadversión recíproca. Straehle pone algunos ejemplos: la recomendación de Putin a los principales dirigentes de su administración de leer obras cumbre del pensamiento ruso como son las de Soloviev, Berdiáiev o Ilyin en 2013 (entre las cuales no aparecía obra alguna de Dugin por ninguna parte); la reivindicación pública por parte de Putin de autores como Iván Ilyin, Aleksandr Solzhenitsyn o Leo Gumilev (y no Dugin); el abrupto despido de Dugin de su cátedra en la Universidad Estatal de Moscú en junio de 2014; así como la controvertida publicación del libro Putin vs Putin en el que Dugin -a pesar de hacer el esfuerzo por reconocer en el mandatario aspectos positivos-, carga tintas contra su cortoplacismo, pragmatismo y torpeza geopolítica. Por cierto, afectuosamente complementaría estos ejemplos que nos proporciona Straehle con otra anécdota. Sucedió más adelante en 2016, cuando por Año Nuevo, Putin decidió enviar como presente una antología de sus discursos (de unas 400 páginas) a 1.000 trabajadores públicos y altos funcionarios. De lo que se infiere ¡Ejem! que Putin prefiere enviar un libro de su autoría antes que un ensayo del que supuestamente sería el ideólogo, el genio maligno que urde entre bambalinas el destino de la Gran Rusia.

Nadie discute que Putin haya podido leer a Dugin, pero ello no implica que cada decisión política esté tasada y fiscalizada por el filósofo

Asimismo, Straehle en un ejercicio de erudición trae a colación una anécdota histórica que se dio en el contexto de la Revolución Francesa en que por lo visto "el diputado Lakanal proclamó en 1793 que 'no es el Contrato Social [de Rousseau] el que nos ha explicado la Revolución; es la Revolución la que nos ha explicado el Contrato sociaL'", de lo que extrae la conclusión de que en ocasiones y, "paradójicamente, no sería entonces el pasado el que explicaría el presente, sino al revés". En este sentido, bien podríamos afirmar que cuestiones que están tan al orden del día como el estallido de la guerra en Ucrania, la deflación de poder del omnímodo imperio norteamericano, así como el advenimiento de un Nuevo Orden Mundial multipolar, se empeñan -por la vía de los hechos- en consagrar intuiciones y advertencias de nuestro filósofo. Es decir, paradójicamente no es la caída del muro de Berlín lo que explica el presente de Rusia, sino la actualísima obra de Dugin la que explica el papel de Rusia en el mundo... Quizá convenga, con Straehle de nuevo, aceptar que "más que plantearse quién es algo así como el filósofo de Putin (…) se debe observar cómo la política del dirigente ruso se ha caracterizado por hacer usos selectivos de los legados de esa pluralidad de referentes". Nadie discute que Putin, un hombre más instruido que la media de gobernantes, haya podido leer a Dugin, pero ello no implica que cada decisión política esté tasada y fiscalizada por el filósofo. Esta manía tan nuestra de buscar al gurú en la sombra agazapado responde más bien al influjo de los productos culturales hollywoodienses: a series, películas y documentales que han dejado honda huella en nuestro modo de entender la política como una intriga.

Contra esta sospecha infundada y, en lugar de juzgar a Dugin como un "genio maligno", es preferible verlo como un "genio tenebroso". Como ustedes sabrán, Stefan Zweig dedica una biografía política titulada -homónimamente- Fouché: el genio tenebroso; a Fouché, un político francés de finales del XVIII que sobrevivió a las convulsiones políticas del periodo revolucionario y que logró mantenerse incólume durante todos y cada uno de los cambios de régimen, desde la autoproclamación del Tercer Estado, pasando por el Directorio y el Terror jacobino hasta el golpe de Estado de Napoleón. Louis Lambert a propósito de este personaje escribió: "Su genio peculiar, que causaba a Napoleón una especie de miedo, no se manifestaba de golpe. Este miembro desconocido de la Convención, uno de los hombres más extraordinarios y al mismo tiempo más falsamente juzgados de su época, inició su personalidad futura en los momentos de crisis. Bajo el Directorio se elevó a la altura desde la cual saben los hombres de espíritu profundo prever el futuro, juzgando rectamente el pasado (…) Este hombre, de cara pálida (…) que había estudiado despacio y sigilosamente los hombres, las cosas y las prácticas de la escena política (…) era, sobre todo, genio de hombre de Gobierno, que acertaba en todos sus vaticinios con increíble perspicacia". ¿Por qué escojo esta analogía? En primer lugar, porque poco o nada sabemos de la vida y obra del filósofo ruso y, presentarlo como oscuro, enigmático y excéntrico, quizá nos haga inducir en el error de ver en él a un personaje abominable, abyecto. Por otro lado, porque sus ideas por el mero hecho de actuar en el campo del pensamiento seguirán vivas tras su muerte y su legado teórico e intelectual puede llegar a trascender cualquier espurio gobierno.

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  • G
    Ganuza

    Excelente.