Cultura

La cumbre que cambió el mundo: ¿Por qué EEUU y la URSS votaron a favor del nacimiento de Israel?

El 29 de noviembre de 1947, 33 países votaron a favor de la partición de Palestina en dos estados

  • Bandera de Israel con la ciudad de Jerusalén de fondo.

Pueden estar lloviendo misiles rusos a menos de 2.000 kilómetros de Berlín, que un disparo en Jerusalén girará los ojos de todo el planeta. Desde su fundación ha sido el mayor avispero del globo, un estado para los judíos que ha contado con el apoyo de las principales potencias occidentales, rodeado de países musulmanes. Un polvorín que estalla cada cierto tiempo con unas fronteras que la ONU aprobó el 29 de noviembre de 1947 en una de sus resoluciones más importantes de la historia.

El mundo todavía se recomponía del conflicto más grande de la historia cuando tuvo que votar por los límites geográficos del pedazo de tierra más disputado en las siguientes décadas. El colonialismo europeo comenzaba a dar sus últimos estertores y los imperios ultramarinos como Reino Unido contemplaban cómo sus coronas ya no sentaban bien en la mayoría de sus territorios de Asia a África pasando por Oriente Medio. Y en esa ancestral esquina del Mediterráneo se había fortalecido durante las últimas décadas una ideología que reclamaba la creación de un estado para los judíos. El sionismo o nacionalismo judío había nacido a finales del XIX con la clara intención de conseguir un estado en el que se agruparan las comunidades judías repartidas por el mundo. Como todos los nacionalismos, falseó la realidad con ideas como el “retorno” de la diáspora tratando de establecer un nexo de unión entre las poblaciones judías de la Europa del siglo XIX y XX con los relatos bíblicos localizados en Palestina siglos antes de Cristo. El objetivo era instaurar la idea de que esa tierra pertenecía desde tiempo inmemorial a los judíos. El sionismo, ideología que abrazaban algunos de los hombres más ricos del planeta como los banqueros los banqueros Rothschild, compró tierras y promovió la emigración a este territorio que hasta la Primera Guerra Mundial dependía del Imperio Otomano, posteriormente de los británicos y que llevaba siglos teniendo una inmensa mayoría de población de musulmanes árabes.

Europa sin judíos

En la época de la Gran Guerra se había avanzado enormemente desde el activismo político y la diplomacia al más alto nivel con hitos como la conocida declaración de Balfour de 1917, del ministro de Exteriores británico que apostaba por el establecimiento de un “hogar nacional” para el pueblo judío. En las siguientes décadas siguió fortaleciéndose la posición sionista, pero nada hubiera sido igual sin la sombra del Holocausto. El verbo diezmar se queda extremadamente corto para lo que sucedió en Europa con la población judía, que prácticamente quedó desintegrada, tras el asesinato de más de seis millones de personas. No solo les habían señalado, perseguido, y asesinado en masa, terminada la guerra, miles de ellos tuvieron que soportar una nueva persecución de sus vecinos y las nuevas autoridades nacionales. Por lo que la mayoría entendió que Europa, devastada hasta los cimientos, no volvería a ser un lugar seguro para ellos y decidieron emigrar.

De los más de 3 millones de judíos que vivían en territorio polaco, en 1950 quedaban 45.000 personas; en Hungría de unos 445.000 judíos de 1933, y en 1950 sólo restaban 190.000. La población judía de Checoslovaquia se redujo de unos 357.000 judíos en 1933 a 17.000 en 1950, mientras que la de Austria se redujo de unos 250.000 a tan sólo 18.000 judíos. Grecia pasó de unos 100.000 judíos en 1933 a sólo 7.000 en 1950; en Yugoslavia descendió de unos 70.000 a 3.500; en Italia bajó de cerca de 48.000 a 35.000, según los datos recogidos por el Museo del Holocausto de Estados Unidos.

Paradójicamente el mapa de la posguerra europea favoreció un esquema que hubiera entusiasmado a Hitler. Estados más homogéneos desde un punto de vista étnico y la desaparición casi completa de los judíos. No se movieron las fronteras o las políticas para integrar a las poblaciones ya existentes, se expulsó a aquellos individuos que adulteraban la pureza nacional con la excepción de Yugoslavia.

Votos y geopolítica

Avanzando en el tiempo, encontramos a un Reino Unido,  exhausto tras la guerra, que ha anunciado el final de su mandato y la recién creada Naciones Unidas dispuesta a votar la Resolución 181, que proponía dividir el Mandato Británico de Palestina en dos Estados, uno judío y otro árabe, con Jerusalén bajo administración internacional debido a su importancia religiosa.

De los 57 países miembros de la ONU en ese momento, 33 votaron a favor, 13 en contra, 10 se abstuvieron, y un país se ausentó. El mapa resultante daba a los árabes y a los judíos una extensión similar de terreno (el 43,7%, unos 11.500 km², para el Estado árabe; y el 53,6 %, unos 14.100 km², para el Estado judío, que incluía el desierto del Néguev, el 45% de la superficie del país). Incluso desde un punto de vista geográfico, las fronteras se presentaban como un desafío con los estados atravesándose o dividiéndose mutuamente. 

Los 13 votos negativos provenían fundamentalmente del mundo árabe-musulmán que consideraron el reparto como una profunda injusticia. Aunque el punto más interesante es analizar cómo en estos primeros compases de la Guerra Fría, las dos superpotencias votaron a favor. La URSS de Stalin contemplaba que un estado judío podría convertirse en una “cuña neutralista, en el sentido soviético, incluso socialista, una cabeza de puente de Moscú en Oriente Próximo; por lo menos, el fin del Mandato debilitará el despliegue británico en la región, acentuará las contradicciones interimperialistas entre Londres y Washington y en el caso de una probable confrontación judeoárabe, puede empujar a la ONU a decretar una internacionalización de Tierra Santa que tal vez permita al Kremlin poner un pie en el país, quién sabe si desplegar tropas..; en el peor de los casos, la creación del Estado judío es susceptible de transformarse en un gran factor de desestabilización en el seno del mundo árabe, de espolear la hostilidad contra Inglaterra y Estados Unidos y, a medio o largo plazo, de favorecer la penetración soviética”, según señalan Joan B. Culla y Adrià Fortet en Israel, La tierra en disputa, que repasa la historia del país.

Por su parte, los políticos estadounidenses, muy sensibles a su amplia e influyente comunidad judía, también contemplaron la importancia de ganarse un aliado en una zona tan crucial y no dar pie a ningún pretexto para la intromisión de los soviéticos en la zona. Finalmente, la suprema autoridad de la humanidad reunida aprobó la creación de los dos estados, levantando el júbilo de los judíos y la indignación de árabes y musulmanes. 77 años después, la promesa de paz y dos estados sigue sin haberse cumplido. 

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