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Cultura

James Ellroy: "Soy el mejor escritor americano vivo, y no lo digo yo… Joyce Carol Oates me comparó con Dostoievski"

James Ellroy, esta semana en Madrid.

Seis periodistas esperan en una sala blanca. Cerca de la ventana hay una mesa con café y pastitas de té… Galletitas para conversar con el hombre que olía las bragas de sus vecinas; curioso, sin duda. Afelpados, níveos, acaso apetecibles, así lucen los reporteros que esperan. Sostienen sus libretitas y cámaras, esas porquerías que sirven, a veces, para contar una historia. Pero él ya ha contado la suya, varias veces. Se la sabe de memoria. Él, como buen perro, sabe a qué vino y se lo toma con calma.

James Ellroy estuvo en Madrid esta semana para promocionar Perfidia, su última novela

James Ellroy, que estuvo esta semana de visita en Madrid para promocionar Perfidia, su última novela, atraviesa la habitación. Arrastra los pies como si llevara pantuflas. Ha dormido una siesta en la sala de reuniones vecina. No saluda, de momento. Se sirve café y camina directo hacia la mesa. Sostiene la taza con una mano. Mira a sus pequeños animalitos –sí, porque los devorará, o eso cree él-. Hay tres volúmenes de la novela apilados en una torre. Ellroy coge uno y… ¡pum!, lo coloca en posición vertical, como quien siembra un árbol de un martillazo. Repite, una segunda vez, ¡pum! Los conejitos -oh, perdón, los periodistas- revisan sus notas, se acicalan, preparan la entrevista que él ha respondido mil veces. Entonces James Ellroy coloca el último libro. ¡Pum!

 "Io soy el perrrrro diabolíco de la literrratura amerrricana", pronuncia con la dicción infantil –esa orgía de consonantes- que usan los que hablan de prestado otra lengua. Pero él es el perro diabólico -el demon dog-. Todo lo puede, todo lo quiere. Lleva puesta una camisa azul cielo estropeado, una prenda salpicada con cayenas, la misma que vestía en su última visita a España hace ya tres años. Su corpachón de armario y esa cabeza calva, brillante, no delatan los 66 que ya se acumulan en su cuerpo castigado.

Nacido en Los Ángeles, en 1948, James Ellroy ha sobrevivido a todo, incluso a sí mismo. Tras el asesinato de su madre –la misma mujer cuya muerte él deseo y que relata, largamente, en La dalia negra-, Ellroy se entregó al alcoholismo y las drogas. Fue voyeur, pasó un tiempo en la cárcel por robo y actos de violencia. Se dedicó durante buena parte de su pubertad a masturbarse compulsivamente y a entrar a las casas para robar bragas usadas y costrosas, que inhalaba con ansiedad.

Casi a los 30 dejó el alcohol y los estupefacientes, consiguió un empleo como caddy en un campo de golf y se dedicó a escribir

Casi a los 30 dejó el alcohol y los estupefacientes, consiguió un empleo como caddy en un campo de golf y se dedicó a escribir, así lo cuenta en su primera novela Requiem por Brown. Hoy, Ellroy se exhibe chulo, seguro de sí mismo, punzante como una jeringa. Motivos no le faltan. Se ha convertido en uno los mejores novelistas norteamericanos de finales del siglo XX –el mejor, según él- y a sus casi setenta años se ha propuesto una labor épica: escribir una saga que complete su ya mítico Cuarteto de los Ángeles y la llamada Trilogía americana. Su obra comenzó a publicarse en los ochenta. Años después, sus libros se alzan como catedrales... o carnicerías, magníficos estercoleros.

Ahora, en este martes de una primavera que no tiene muchas ganas de serlo, trajeado como un pensionista y recluido en una blanca habitación -casi psiquiátrica- Ellroy mira a quienes le esperan. Recorre con sus ojos a cada uno de los conejitos, perdón periodistas, que quieren de él un titular; uno que él ya se sabe de memoria.

Ellroy simula una sonrisa, sólo para exhibir sus dientes:una línea recta que delata ortodoncia o la falsedad de una prótesis; dientes color hueso; un álabe casi herbívoro. El autor de L.A Confidential  simula un gruñido: Grrrrrr. Es el demon dog, por si no ha quedado claro.

Claudio López Lamadrid, director editorial de Penguin Random House –el hombre cuyo sello ha comprado los derechos de esta bomba que es Ellroy- toma asiento al lado del norteamericano. El novelista tararea, aludiendo –será un piropo… o no-, la melodía de El Padrino. Entonces, sólo entonces, Ellroy mira hacia delante y entrelaza esas manazas retocadas con dedos de uñas comidas. Todo queda claro: la entrevista ha comenzado.

Sonríe para exhibir sus dientes: una línea recta que delata ortodoncia o la falsedad de una prótesis

El Cuarteto

Perfidia, la novela que se publica ahora en España, es el primer volumen de lo que James Ellroy llama una continuación del Cuarteto de Los Ángeles. Todo ocurre en 23 días –y 700 páginas-. Una familia japonesa aparece asesinada en su casa. Son los tiempos de la tensión étnica que se vive en Estados Unidos durante los años de la Segunda Guerra Mundial. El capitán de la policía Whisky Bill Parker, Dudley Smith y Hideo Ashida –todos rescatados de su primera saga- deben resolver el caso. Son años de corrupción, racismo y violencia. ¿Y cuáles no lo son en la obra de Ellroy?

"Lo que pretende este segundo cuarteto de Los Ángeles, del que Perfidia -señala el tocho- es el primer volumen, es tomar personajes tanto ficticios como reales del primero. Así, es posible cubrir el período que va de 1946 a 1956”. Ellroy responde, casi didáctico, a la primera pregunta. Vamos, que se trata de una precuela.

“Además –añade- aquí hay también personajes de la trilogía Underworld USA, que se desarrolla entre 1958 y 1972. Lo que busco es coger los personajes de los siete libros anteriores y situarlos en la ciudad de Los Ángeles durante la Segunda Guerra Mundial. Son los mismos, pero más jóvenes. Esto no lo ha hecho nadie antes”.

Si persevera en su empresa, cuando Ellroy termine este segundo cuarteto –que completa el que forman, juntas, las novelas L.A Confencial, La dalia negra, El gran desierto y Jazz blanco y las otras de Trilogía americana- existirán once volúmenes. ¡Canta, oh Diosa, la cólera de Ellroy!

Cuando termine este segundo cuarteto existiran 11 volúmenes. ¡Canta, oh Diosa, la cólera de Ellroy!

“Todos -asegura- abarcan una misma historia: la de mi ciudad –my city, gruñe- y mi país –my country-". Ellroy demora, teatral, las palabras; salivándolas, entre sus dientes de argamasa-. “Es decir: he escrito la historia de América desde 1941 hasta 1972, sin interrupciones”, dice el hombre que muchos comparan con Balzac –autor del que se jacta no haber leído nunca-. Las preguntas corren, una detrás de otra. La carnicería apenas comienza y todos quieren la vez en esta larga fila. 

-En Perfidia hay una docena de personajes que pertenecen a sus libros anteriores. ¿Cuál le produjo más malestar al momento de revivirlo?

-William H. Paker –Parkerrrrr, Ellroy empuja su lengua; la ere suena venenosa-. Es un personaje menor que aparece L.A Confidential y Jazz blanco, pero en realidad ha sido el mejor policía norteamericano del siglo XX. Fue el jefe de policía de L.A en 1950 y transformó todo el departamento…

- Vale, ese le produjo malestar, ¿y cuál le gustó reescribir?

- Kate Lake –dice Ellroy, con boca de cañón humeante-. Primero que nada, porque es mujer –la o de woman queda, también en el aire, como una succión-. Ella es el personaje principal de La dalia negra. En Perfidia, encarna el sentido del humor, la líbido… Resume todo lo que una mujer norteamericana que se abre camino puede representar.

-¿Por qué le disgusta, según dice, Parker? En realidad, Whiskey Bill Parker, tiene mucho de usted: es proletario, religioso, brutal, conservador…

-Entiendo la paradoja de Parker. Entiendo su necesidad de generar un orden extremo. Entiendo su religiosidad –I understand… dicho así, por tercera vez, como una campanada, en modo recitativo y con la mandíbula engatillada, suena mejor.

-¿Entiende a Parker o Parker tiene algo de usted?

-Puedes entender a alguien en la vida real, pero en la ficción tienes que dar el salto. Dices, bien, ‘entiendo quién eres pero necesito que seas de una forma determinada’ –asegura, escaqueándose, el demon dog.

-Uno de sus cuatro personajes principales es el detective Hideo Ashida, que aparece en La dalia negra. ¿Por qué lo elige? Reúne muchos atributos que chirrían con ese entorno brutal.

-¿Por qué? ¿Acaso porque Ashida es homosexual?

-No. En un entorno violento , Ashida luce calmado, frío, ambicioso. Quiere ser brillante, preciso, quiere destacar ¿Por qué lo eligió?

-Entendí su sentido de la opresión, su naturaleza implacable, su calma. También el hecho de que estuviese dividido entre el sintoísmo, la religión de sus ancestros, y el protestantismo, creencia que adoptó al haber nacido en América… Entendí, su necesidad absoluta de sobresalir. De estar por encima del hombre blanco.

¿Cómo ha escrito esta novela? ¿Hay más del segundo cuarteto que esté escrito ya? ¿Ha rebuscado, releído? ¿Se ha documentado? ¿Improvisa en sus novelas? Preguntan los reporteros. “No dejo nada a la improvisación, eso es mierda –that’s bullsssssshit, dice Ellroy, esparciendo el taco, untuoso, como si de una crema se tratara-.

"Soy el mejor escritor americano vivo, y no lo digo yo… Joyce Carol Oates me comparó con Dostoievski"

El trabajo de preparación de Perfidia le llevó 700 páginas; eso dice Ellroy. “Hice un diagrama de todos lo momentos, de todo lo que ocurre hasta el más mínimo detalle. Por eso, el argumento, los personajes, el propio relato o la trama tienen esa potencia y esa fuerza. Por eso, están tan bien entrelazados.- responden Ellroy y su ego-. No creáis nunca a los escritores que os dicen que improvisan”.

La palabra precuela recorre la mesa como una electricidad. Es una pregunta obligada, sabrosona, inevitable. Para abordar el asunto, un reportero decide -¡ay!- citar La guerra de las galaxias. “I’have never seen anyhing of Star Wars…  And I never will”, descerraja Ellroy. Nadie toca aún las pastitas de té. La conversación continúa. Entre un tema y otro, James Ellroy se define a sí mismo no como un escritor de novela negra, sino como uno de novela histórica. “Soy el mejor escritor americano vivo, y no lo digo yo… Joyce Carol Oates me comparó con Dostoievski”. 

-Está usted muy convencido de eso. Le gusta verse a sí mismo como un Dostoievski, ¿cierto?

-No lo he leído, la verdad. Pero sí: me puedes llamar el Dostoievski americano.

-En el personaje James Ellroy, el que la prensa y usted han construido, ¿cuánto hay de cierto y cuánto de deliberado?

-Disfruto siendo una figura literaria pública, pero eso es sólo el 5% del asunto. Soy un tipo que vive en una sala oscura, aislado dentro de su imaginación. Pero de vez en cuando ese tipo viaja a Alemania, España o Italia a hacer promoción. Y está bien.

-¿Dónde se gusta más?

-¿Qué quieres decir?

-¿Dónde se produce más placer a sí mismo, literariamente hablando?

-Lo que en verdad me emociona es el espacio entre un libro y otro. Es ahí cuando debo retarme.

-Ya lo dijo: comenzó con la novela negra, siguió con la histórica…  Su visión épica se ha acentuado, deliberadamente.

-Sí, es vedad. Escribo libros más épicos y más voluminosos.

-¿Por qué?

-No me gustan las cosas pequeñas, desprecio el minimalismo, el nihilismo y la ironía. Me gustan esas obras de arte americanas enormes, románticas, salvajes, sólidas, donde pasan cosas cargadas de dramatismo. Escribo como un romántico del siglo XIX. 

"No me gustan las cosas pequeñas, desprecio el minimalismo, el nihilismo y la ironía"

Alguien mordisquea, ahora sí, algo parecido a una mini napolitana de chocolate. Sigue la ronda… de preguntas. “¿Se parece usted a los grandes autores norteamericanos… por ejemplo Delillo o Roth?”, pregunta un reportero. El demon dog sentencia: “No”. Un silencio se impone, chorreante, como una pierna amputada.

II El perro que ladra, a veces muerde

Han transcurrido 45 minutos de una tarde con elipsis. Las preguntas rebotan, sin puntería, en la redonda diana que forman juntos James Ellroy y su vanidad. “Su novela tiene un narrador omnisciente….”, suelta un periodista. “No hay narradores omniscientes en mis libros, en ninguno. Es una tercera persona subjetiva”, escupe el perro. La frase resulta un bello balazo esfumándose en su ego gaseoso. Ellroy se sabe potente. Se sabe antipático y a la vez encantador. James Ellroy está encantado, consigo mismo, con sus conejitos. Quizá por eso se paladea en cada respuesta. 

-¿Se siente fenomenal, cierto?

-¿A qué te refieres?

-Lo tiene todo: siete libros, una carrera literaria de aclamación, ha cumplido 66 años. Ya lo ha hecho todo. Está exultante, ¿no?

-Sí, me siento como un pitbull. Con esos ojos demoníacos, enormes.

-¡Cómo le gusta alimentar el mito del perro rabioso! ¿A que sí? ¿Por qué?

-Es que amo los pitbull. Y los Bulls terrier… -comienza a recitar, como letanías, razas de perros-.

-Pero… en  algún momento de su vida debió de sentirse como un cachorrito. ¿Recuerda algún día en que no hubiese sido un pitbull rabioso?

-Veamos… Me gusta la vida. Me gusta cavar. Por eso me identifico con los perros. Siempre estoy buscando un gato apetecible, un gato que sepa bien. 

Ellroy gruñe, relamiéndose; gruñe, vestido con aquella camisa floreada; gruñe con su boca protésica-. Es él: el demon dog, el fucking demon dog… dan ganas de apostillar.  

Se han cumplido 55 de los 60 minutos concedidos. Los conejitos cierran –cerramos- las libretas. Ha llegado el momento de hacer fotografías, firmar ejemplares… Ellroy acepta, de buena gana, interpretar su papel en este parque temático.

Las pastas de té se reblandecen. Ellroy coge un libro, lo abre y firma. Alguien le enfoca con un teléfono móvil y dispara la enésima foto de la tarde. Luego viene otro, y otro, y otro… A cada disparo, James Ellroy imita el gruñido de un perro, enseña sus dientes de herbívoro, del hombre que bebe café y ha dejado las drogas. Da igual. Él hace lo mismo: gruñe y garabatea. El demon dog, el fucking demon dog, mojando el colmillo con la sabrosa baba de su ego.

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