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Cultura

Inma Monsó: sobre la propiedad de las novelas para hacernos explotar en pedazos

Un detalle de la portada de 'El aniversario', de Inma Monzó.

Esto no es una novela. Es un artefacto a punto de estallar. La cantidad suficiente, la dosis necesaria de un mundo apretado, claustrofóbico, el que se gesta en los espacios reducidos de los afectos y las jaulas; de la memoria y los relatos. Enormes celdas de las que nadie sale vivo, ni siquiera para contarlo. Se trata de la más reciente novela de la escritora catalana Inma Monsó, El aniversario (Destino). Su título lo contiene todo. Es el punto de partida y llegada de una tragedia que se inicia donde acaba el acertijo de otra más.

Todo discurre en la narración paralela de dos historias, la de dos parejas: un matrimonio en crisis, dentro de un coche; y dos niños, Mateu y Guillem

Todo discurre en la narración paralela de dos historias, la de dos parejas: un matrimonio en crisis cuya historia transcurre dentro de un coche; y dos niños, Mateu y Guillem, que juegan en un bosque. Los primeros celebran el aniversario de una relación que se vuelve polvo, los segundos, escenifican los pasajes de Moby Dick. Los une dos cosas: la acción de quien arma un relato, y la idea del mal que empuja ese relato. En el fondo, Ahab dando risotadas, persiguiendo la blanca ballena que le ha quitado la pierna de un mordisco. Incluso sin nombrarlo, ese mal anda suelto en estas páginas.

Un ritmo acelerado. Un objeto escondido. Una desaparición nunca aclarada. La sensación de que algo siempre está a punto de ocurrir. De que alguien tiene el poder, acaso, de provocar una demolición. ¿Pero cuál? ¿La de una relación? ¿La de un afecto? ¿Cuál derrumbe? ¿Cuál estallido? ¿Quién va a morir aquí? ¿Morirá alguien? Al devorar las páginas de El aniversario, el lector podría pensar que se trata de un thriller; y sí, lo es, pero tiene ante sí algo más: también un una elaboración compleja de lo que es narrar. De lo que el potente acto de contar significa.

Una pareja de niños; una pareja de adultos. Un hombre pragmático seco, aburrido; un mujer que es pura sensibilidad y que de pronto se ve atrapada en el vacío, alguien inconforme a quien su marido decide sorprender con un viaje lleno de enigmas, pequeñas pistas que ella tendrá que completar con los recuerdos de una remota excursión de novios. A medida que avanza la historia, el lector no asiste al espectáculo de una pareja se rompe, sino a un juego de opuestos: el de quien cuenta y el de aquel que desea creer. "Hay una cierta metáfora sobre lo que significa ser lector y sobre el acto de narrar”, dice Monzó sobre su cuarta novela, que retoma algunos temas ya presentes en No se sap mai, Un home de paraula y La dona veloç, con la que ganó en 2012 el premio Ramon Llull. Son los afectos. Su fuego y su paila. 

"El tema de la ficción y del artificio está presente constantemente. Todo el tiempo hablamos de la falsedad"

La novela surgió, además, de otro lugar. Su germen proviene, en realidad, de una obra de teatro que tenía como condicionante el hecho de que esta debía desarrollarse dentro de un coche. De ahí el carácter claustrofóbico y asfixiante. Y ahí hay otra clave de la naturaleza prodigiosa de este libro. Su génesis está en el lugar esencial del artificio: el teatro, el engaño, lo que parece ser. "El tema de la ficción y del artificio está presente constantemente. Todo el tiempo hablamos de la falsedad. Vemos gente que miente. Queremos saber qué es cierto y qué no. Cuando un niño pregunta: ¿eso es verdad? Yo me sublevo ante eso. Esa defensa de la verdad en la ficción, es absurda. La ficción crea un mundo que se sustenta por sí mismo. Y en este libro eso se defiende”

En efecto. Esto no es mentira. Es ficción. De ahí que el acto de narrar sea fundamental en ese derribo psicológico que se pone en marcha durante el tiempo –una noche acaso- que este matrimonio permanece encerrado en el interior del coche. Será él -el marido- quien se adueñe de un largo relato donde nunca se está del todo seguro qué es verdad y qué no; qué va a pasar y qué ha pasado. Lo mismo ocurre con la historia paralela de Mateu y Guillem. En ese doblez está la mayor carga explosiva de esta bomba. Es ahí donde el cableado acelera el peligro.

¿Por qué leemos? ¿Por qué creemos? ¿Hacemos mal al volvernos lectores en la vida cotidiana, al creer en aquello que deseamos o hemos deseado? ¿Qué distingue el relato afectivo de las familias y las parejas de los relatos literarios? Esa es la pregunta de fondo de El aniversario. ¿Qué hay en la caja? ¿Quién en el otro? “En la mentira hay una intencionalidad de engañar, eso es básico para distinguir la ficción de la mentira. La ficción es un consenso, tu puedes entrar o no. Por eso eres lector. En la mentira el otro está desarmado no tiene cómo defenderse, supone que alguien le dice la verdad, esa distintición es básica”. Porque así ocurren las cosas en estas páginas. Esto no es una novela. Es una bomba, latiendo fuerte, a punto de estallar en el corazón de quien la lee.

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