Cultura

Contra la saturación de manifiestos: una crítica al abajofirmantismo

Un grupo de periodistas y escritores firma el 'Manifiesto contra los manifiestos'

  • Imagen generada con inteligencia artificial. -

En la era de la sobreexposición mediática, los manifiestos, otrora herramientas poderosas para articular ideas y sumar voluntades, parecen haber perdido su filo. Un reciente texto titulado "Manifiesto contra los manifiestos" pone el dedo en la llama de un fenómeno que ha pasado de ser movilizador a convertirse en ruido de fondo. Su argumento es claro: los manifiestos han caído en la rutina y, con ello, han perdido su capacidad de impacto.

Según este manifiesto singular, "un manifiesto acostumbraba a ser la declaración pública por escrito, rubricada por una serie de personalidades más o menos reconocidas, para llamar la atención mediática sobre un hecho inaudito". En otras palabras, estos textos tenían la misión de agitar conciencias, dar visibilidad a problemas urgentes y reunir apoyos significativos. Sin embargo, hoy, bajo el peso de su proliferación y profesionalización, parecen haberse convertido en un gesto automático, más preocupado por el protagonismo de sus firmantes que por la trascendencia de su mensaje.

El texto señala un doble frente en esta decadencia: Los Intelectuales y El mundo de la cultura. Ambos grupos, que deberían actuar como guardianes de las ideas y la creatividad, parecen haber reducido su activismo a un juego de gestos. “A fuerza de sobreexposición a sus constantes manifiestos”, se lee, “Lagentenormal, los que firmaríamos uno u otro en un momento concreto, con independencia de quiénes fueron sus impulsores y atendiendo únicamente a sus ideas, nos declaramos anestesiados por saturación: ya no los leemos y ya no nos interpelan”.

La crítica no se detiene ahí. Este manifiesto, en un alarde de autoconciencia, acusa al abajofirmantismo de ser un “activismo monolítico cómodo y rápido” que ofrece grandes satisfacciones morales con el mínimo esfuerzo. La firma de un manifiesto, sugiere, se ha convertido en un acto que alimenta el ego de sus impulsores más que el debate público. El resultado: un instrumento antaño transformador que ahora es visto como "poco eficaz y en exceso cansino".

Ante esta realidad, el "Manifiesto contra los manifiestos" no se limita a la queja. Con un tono irónico pero decidido, solicita “por caridad, el cese de toda actividad abajofirmantística, apelando al más elemental sentido del decoro”. Es una llamada a replantear el uso de esta herramienta, a devolverle su capacidad de sacudir conciencias y generar impacto, lejos del ruido y la repetición que hoy lo caracteriza.

Este texto, paradójicamente firmado como cualquier otro manifiesto, actúa como un espejo crítico que nos invita a reflexionar: ¿cuántos manifiestos leemos realmente? ¿Qué impacto tienen en nuestras vidas? Y, sobre todo, ¿qué podemos hacer para devolverles su sentido original, para que vuelvan a ser catalizadores del cambio en lugar de otro elemento más del paisaje saturado de la comunicación moderna?

Manifiesto contra los manifiestos

Un manifiesto acostumbraba a ser la declaración pública por escrito, rubricada por una serie de personalidades más o menos reconocidas, para llamar la atención mediática sobre un hecho inaudito y evidenciar la existencia de un número considerable de apoyos o condenas, según el caso. En este momento, y debido a la avalancha de manifiestos de toda ideología y a la profesionalización del abajofirmantismo, se han convertido en la propaganda invasiva de LosIntelectuales, por un lado, y de Elmundodelacultura, por el otro. A fuerza de sobreexposición a sus constantes manifiestos, Lagentenormal, los que firmaríamos uno u otro en un momento concreto, con independencia de quiénes fueran sus impulsores y atendiendo únicamente a sus ideas, nos declaramos anestesiados por saturación: ya no los leemos y ya no nos interpelan. Han dejado de cumplir su función. Entendemos que es el formato perfecto para un activismo monolítico cómodo y rápido, requiere de poco esfuerzo y reporta grandes satisfacciones morales. Pero es ya poco eficaz y en exceso cansino. Así, llegados a este punto, firmamos este texto como damnificados para solicitar, por caridad, el cese de toda actividad abajofirmantística, apelando al más elemental sentido del decoro.

Anónimo García, coordinador Congreso Centenario del Manifiesto del Surrealismo.

Carlos García-Hirschfeld, periodista

Hernán Migoya, escritor y guionista

Iñaki Domínguez, ensayista y modernólogo

Jae Tanaka, autor de cómics y viñetista

Javier G. Recuenco, experto en CPS y ensayista

Javier Santamarta del Pozo, escritor

 

Juan Carlos Ortega, comediante.

Juan Soto Ivars, periodista.

Lucía Etxebarria, escritora. 

Manuel Ruiz Zamora, filósofo

Marcos Ondarra, periodista

María Martín, profesora

Miguel Ángel Quintana Paz, filósofo.

Paula Añó, activista 

Rafael Valentín-Pastrana, cruzado contra lo negrolegendario

Rebeca Argudo, opinatriz

Rubén Arranz, periodista

Salvador Perpiñá, guionista

Sergio Bleda, historietista

Sergio Candanedo, entrepeneur

Sofía de la Puente, artista

Sonia Sierra, profesora

Víctor Lenore, periodista

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