La pancarta que encabezaba el secuestro dejaba clara la reivindicación y el espíritu de la acción de protesta: "Línea de autobús para un barrio obrero". Franco había muerto dos años y medio atrás, y España recuperaba lentamente la democracia. Las grandes ciudades llevaban décadas creciendo gracias al esfuerzo del éxodo rural, que vació media España, mientras trabajadores castellanos, extremeños, gallegos y andaluces levantaban durante el día la economía de Madrid o Barcelona y dormían en chabolas en barrios sin asfaltar desde Vallecas a Nou Barris.
Este difícil contexto dio lugar a un movimiento vecinal que se convirtió en una poderosa palanca de oposición a la dictadura y que ha quedado demasiado relegado en los grandes relatos sobre la Transición. La película El 47 recupera un episodio de aquella España que emergía del blanco y negro. Su protagonista es Manuel Vital, un extremeño nacido en Valencia de Alcántara en 1924, que emigró a Barcelona siendo veinteañero. En el filme, Vital se instala en el barrio de Torre Baró con su hija, huérfana de madre, y se involucra en el desarrollo de la barriada con pequeñas grandes conquistas, como la llegada del agua corriente y la electricidad.
En 1978, protagoniza su gran hazaña: secuestra el autobús de la línea 47, que él mismo conducía, y lo lleva hasta su barrio como un gesto de protesta para exigir la extensión del servicio hasta su olvidada comunidad. En esta breve sinopsis encontramos las primeras diferencias con la historia real. La película retrasa la llegada de Vital a Barcelona puesto que en el momento de su gran hazaña su hija es una adolescente. En realidad, Vital tenía un hijo y no una hija cuando llegó a Barcelona, llamado también Manuel Vital y que en el momento del secuestro del autobús tenía 30 años. Este último es el padre de Joana, personaje que aparece en la película como hija del protagonista cuando en realidad se trata de su nieta.
Sindicalistas y comunistas
La principal distorsión de la película con respecto a la realidad reside en no incidir en la lucha colectiva, la importancia del tejido asociativo y la militancia política de los protagonistas. Aunque en la película se muestran algunas asambleas, quejas y algún acto de los vecinos, el secuestro parece motivado por una acción individual, una especie de arrebato ante la desatención, cuando en realidad Vital había avisado tanto al PSUC y a CCOO, y no era la primera vez que se realizaba un secuestro de autobús como acción de protesta.
Vital fue militante del PSUC (Partit Socialista Unificat de Catalunya) y de CCOO, ambas formaciones de ideología comunista. De hecho Vital ya había sido procesado junto a otros dos hombres por haber colocado una bandera roja con la hoz y el martillo el 1 de mayo de 1974 en poste de la luz, delito por el que quedaron absueltos. Como también se recuerda en la película, el padre de Vital fue asesinado por falangistas y arrojado a una fosa común y sus restos no fueron identificados hasta el año 2024.
Unos años antes, en el año 1969, Manuel Vital hijo fue detenido y condenado a medio año y un día de prisión junto a otros tres sindicalistas por repartir octavillas de CCOO en las que se reclamaba servicios básicos como agua corriente: “¿Por qué se preocupan de nosotros para vigilarnos y no se preocupan de que tengamos alcantarillado, agua en las fuentes, dispensario, farmacia, pavimento, etc., etc.?”, rezaba la octavilla, según recogió un artículo de El País.
En el siglo XXI, Vital recordaba su llegada a Barcelona con una clara conciencia de clase: "Este lugar comenzó a poblarse con extremeños, andaluces y gallegos, expulsados de otras zonas para venir a trabajar aquí. Porque así funciona el capital: cuando nos necesita, los trabajadores somos como el agua de riego, trasladados de un sitio a otro según convenga".
La película toma otra gran licencia, esta vez en forma de homenaje, al presentar a un joven Pasqual Maragall como pasajero del autobús de Vital, un elemento ficticio que también contribuye a suavizar la militancia del protagonista. En la realidad, el encuentro entre ambos ocurrió a finales de los años ochenta, cuando Maragall, ya como alcalde, pasó varios días en hogares de distintos barrios. En Torre Baró, la familia elegida para recibirlo fue la de Vital.