Cultura

¿Cómo veían los antiguos las pirámides de Egipto? De lugar de peregrinación a “ostentación ociosa”

La historiadora Bettany Hughes hace un recorrido por la historia de las siete maravillas del mundo

  • Reconstrucción digital de la Gran Pirámide de Guiza.

Usted, que está leyendo este texto en un dispositivo móvil a través de internet, está más cerca en el tiempo de Cleopatra que la reina egipcia del momento en que se construyeron las grandes pirámides de Guiza. Las cifras en torno a la mayor de ellas resultan abrumadoras: fue erigida hace más de 4.500 años y, con sus 146,6 metros de altura, ostentó durante milenios el título de la estructura más alta jamás construida por el hombre. Para levantarla, se emplearon más de dos millones de bloques de piedra caliza, cada uno de unas dos toneladas, y los sillares de granito rosa de la cámara central fueron transportados desde Asuán, a 800 kilómetros de distancia. Aún hoy desconocemos con certeza cómo lograron elevar semejantes bloques, lo que ha dado pie a todo tipo de teorías, incluidas algunas tan descabelladas como la de su supuesto origen extraterrestre.

Las pirámides han formado parte de la cultura mediterránea desde su creación, envueltas en un aura mítica que las incluyó en la lista de las siete maravillas del mundo, de las cuales la Gran Pirámide es la única que aún se mantiene en pie. Su significado y función eran claros: servir como tumba del monarca y como un "ascensor espiritual". Hoy las contemplamos con su característico tono pardo claro, como una prolongación del desierto, un castillo de arena erguido sobre su propia base. Sin embargo, cuando el faraón fue sepultado, la pirámide resplandecía con el blanco intenso de sus losas pulidas y coronadas por un piramidión dorado. Igualmente impresionante fue el cortejo fúnebre que trasladó su cuerpo por una gran calzada ceremonial hasta el templo funerario, ricamente decorado y situado a orillas del Nilo. “Era un lugar transformador, catalizador de la civilización egipcia. Porque la Gran Pirámide estaba junto a una vibrante ciudad fluvial, y podría decirse que no fue solo un esfuerzo de los antiguos egipcios, sino—como muy bien ha dicho un director de las excavaciones de la meseta de Guiza—su autoconstrucción como nación y pueblo”, señala la historiadora Bettany Hughes en Las siete maravillas del Mundo Antiguo, donde repasa la historia de estos monumentos.

Poco después de esta colosal obra, se sumaron las pirámides de su hijo Kefrén y su nieto Micerino. Kefrén, además, añadió a la meseta otro de sus símbolos más icónicos: la Esfinge, una gigantesca escultura esculpida en la roca madre, posiblemente con sus propios rasgos y originalmente decorada con llamativos tonos rojos, azules y amarillos.

Lo más probable es que la tumba de Keops fuera saqueada poco después de su enterramiento. “Los interiores de otras tumbas muestran que los propios funcionarios mortuorios solían robar los bienes del interior, sellaban la tumba tras de sí y luego salían por pozos de escape planificados y construidos previamente”. De ahí que el hallazgo intacto de la tumba de Tutankamón, un faraón menor, siga siendo el mayor descubrimiento de la egiptología.

Howard Carter examina la momia de Tutankamón.

Howard Carter examina la momia de Tutankamón.

Venerada y criticada

Aunque el descanso eterno de Keops no se respetó, los sacerdotes funerarios continuaron rindiéndole culto durante 400 años, al menos hasta la VIII Dinastía, en torno al 2.120 a.C. Incluso tumbas más modestas, como las de Deir el-Medina, se cubrieron con pirámides en miniatura. Con el paso del tiempo, la veneración osciló entre la pirámide y la Esfinge, manteniendo el conjunto como un centro de culto durante siglos. “Cuatrocientos años más tarde, en el Imperio Nuevo, las pirámides de Guiza volvieron a ser objeto de peregrinación religiosa. El culto a Keops resucitó, pero esta vez no se veneraba al rey como Horemajet (encarnación de Horus en el Horizonte), sino a la Esfinge, el guardián gigante de la meseta de Guiza. La primera representación existente de la Gran Pirámide, más bien alta y delgada, procede de una estela de la meseta creada por un escriba llamado Montuher, que vivió en el umbral entre los Imperios Antiguo y Nuevo. También, entre las ciclópeas y flexionadas patas de la Esfinge, se encuentra otra inscripción fascinante: relata un sueño del faraón Tutmosis IV en el que debía despejar de arena las maravillas de Guiza, como finalmente hizo”, señala la autora.

Napoleón ante la esfinge, pintura de Jean-Léon Gérôme, c. 1868.

Napoleón ante la esfinge, pintura de Jean-Léon Gérôme, c. 1868.

Para ponerlo en perspectiva, entre Tutmosis IV y Keops transcurrió un milenio en el que las arenas del desierto llegaron a cubrir las patas de aquel felino colosal. La Gran Pirámide siguió siendo un imán para viajeros de todo el Mediterráneo. “Entre mediados del siglo VII y mediados del IV a.C., los egipcios saítas del delta del Nilo restauraron las gigantescas construcciones de Guiza. Parece que los visitantes acudían con ciertas ideas místicas sobre Keops y compraban gran cantidad de escarabajos grabados con su nombre. Los cultos mortuorios al faraón continuaron en muchos lugares de Egipto. El historiador Heródoto visitó Egipto en el siglo IV a.C. y escribió largo y tendido sobre la Gran Pirámide en el libro II de sus Historias: «Las pirámides eran más grandes de lo que las palabras pueden expresar, y cada una de ellas es igual a muchas obras de los helenos, por grandes que sean»”.

El asombro del "padre de los historiadores" ante la pirámide también ayudó a consolidar el nombre de Keops (Jufu en egipcio antiguo) y a difundir la creencia—hoy descartada por la historiografía—de que miles de esclavos fueron su principal mano de obra. Los romanos, en cambio, mostraron menos admiración. Plinio el Viejo las calificó como una “ostentación ociosa e insensata de la riqueza real”, considerándolas, según destaca Hughes, un rival de sus propias proezas de ingeniería.

 

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