Cultura

¿Cómo lograr el reto de leer más este 2025?

Decía Tolstói que "sin leer, como sin respirar, el alma se marchita”

  • Imagen de archivo de unos lectores. -

El lema en desuso “año nuevo, vida nueva” conlleva propósitos, es decir ponerse metas a comienzo del año. Una de las más recurrentes por parte de los que tienen esta costumbre, junto con adelgazar o aprender idiomas, es leer más. Al margen de que sea una costumbre nuestra la de ponernos retos con el comienzo del año, leer aporta siempre y cuando se haga de manera adecuada, no vaya a ser que acabemos como el Quijote, que “del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio”. 

Decía Tolstói que "sin leer, como sin respirar, el alma se marchita”, lo que es una realidad que todos llegamos atisbar, aunque luego no todos tengamos fuerza de voluntad para alimentar el espíritu. Por eso vamos a elaborar una “dieta lectora” aprovechando la sabiduría de los “nutricionistas de la lectura”, es decir de los buenos lectores. 

Para tener una buena dieta es necesario recordar algunos consejos maternos, remontándonos a nuestra infancia, para lograr una buena nutrición, como comer despacio, masticar bien, no cometer excesos; junto al refrán “de lo que se come cría", nos recuerdan la importancia de cuidar la alimentación. Trasladado a la lectura, no se trata de leer mucho sino de calidad y de leer bien. Julio Llorente en Titubeos, en su libro de aforismos, dice “leer bien no es solo elegir buenos libros: es, ante todo, leerlo con la actitud adecuada”. Y ¿cuál es la actitud adecuada podemos preguntarnos? Captar el sentido del texto y que eso implique un cambio en nuestra vida personal. Es decir, emitimos una respuesta en la que aceptamos o rechazamos lo leído.

Leemos poco… a veces muy poco, comparado con las horas de series, películas y móviles, por lo que podemos decir que padecemos en muchos casos de “anemia lectora”, y para sacar adelante a un enfermo en una situación crítica hay que empezar con calditos, sorbito a sorbito, hasta llegar al filete.. Jorge Bustos dice en su libro Asombro y desencanto: “Vivimos en un ecosistema de pantallas que ha atrofiado los músculos de nuestra comprensión. Quien mira una pantalla puede aprender muchas cosas pero adopta una actitud pasiva, recibe imágenes y sonidos. Quien lee crea activamente significados en su imaginación, que así se robustece, desarrolla empatía, se pone en la piel de los demás…”. Por lo que el reto es fortalecer el músculo lector sacando tiempo para ejercitarlo y nutrir poco a poco nuestro cuerpo para salir de la “anemia lectora”.

Una buena alimentación te cambia

Álvaro González Alorda, autor de “Cabeza, corazón y manos”, sostiene que la lectura de buenos libros nos cambia. Sostiene la tesis de que no somos la misma persona tras la lectura de varios libros. La pregunta que nos hacemos para plasmar y concretar esta propuesta transformadora es ¿cómo sacar tiempo para leer? Y la respuesta es clara: queriendo. Un plan de lectura de 20 páginas al día son 7300 páginas al año. Uno más sencillo de 10 páginas al día supone 3650 al año. Y uno mínimo de 5 al día implica 1325 páginas al año. 

Enrique García-Máiquez -poeta, columnista y autor de “Ejecutoria. Una hidalguía de espíritu”- decía en el XIII Ciclo de Conferencias “Alfonso X” con su ponencia “Aprender a leer”, que “mayoritariamente nos centramos en leer novelas, cuando cada género aporta una perspectiva sobre la realidad diferente y son necesarios. La preponderancia de un género es ya una limitación del arte de leer”. Es decir, para una buena nutrición es necesario alimentarnos de una gran variedad de nutrientes, igual que para crecer con la lectura es necesario leer de un abanico amplio de géneros literarios.

José María Torralba, ex director del Instituto Core Curriculum de la Universidad de Navarra y autor del libro Una educación liberal. Elogio de los grandes libros, defiende que la lectura de los clásicos y una posterior conversación con otros lectores, nos hace más humanos y nos forma el gusto por la buena lectura. Torralba en un artículo reciente en Aceprensa decía: “… el conocimiento de los clásicos abre las puertas de la tradición cultural a los jóvenes. Además, se facilita un aprendizaje “en primera persona”: las obras no son solo objetos de análisis científico, sino también fuentes de sabiduría acerca de la vida”. 

Enrique García-Máiquez dice que no leerlos “quita muchísima perspectiva a la lectura y por prescindir de los clásicos se pierde una tercera dimensión, una profundidad a la lectura”.

Probar la alta cocina

García-Máiquez nos invita a leer de todos los géneros para alimentarnos de la variedad de nutrientes, pero con respecto a la dificultad de un texto, hay que empezar pasando el filete por la minipimer, después trocearlo en pequeños pedazos, para acabar comiendo un chuletón. Jean-Luc Marion en vez de buscar símiles alimenticios, usa términos alpinos: “...hay libros que son como el Everest. Tienes que entrenarte. Y el hecho de que sean demasiado difíciles no es un problema. Es más, necesitamos estar rodeados de libros que son más difíciles de lo que somos capaces de entender, y siempre deberían estar en nuestras estanterías o en la mesita de noche”. En todo caso hay que llegar al chuletón y al Everest de la lectura, paso a paso.

Marion nos abre los ojos sobre el sentido de la lectura, no se trata solo de llenar la panza sino sobre de conformar nuestra naturaleza de una manera sana, lo explica cuando dice: “Hay que aprender de los libros una nueva forma de pensar. No se trata de aprender cosas nuevas o de convertirse en un erudito, sino de aprender a pensar del modo en que te enseña el libro. Esto exige mucho tiempo y, habitualmente, varios intentos. Pero es estupendo”. Es decir, un libro nos alimenta en la medida que nos cambia.

Una nevera y una alacena en condiciones ayuda a desarrollar unos buenos hábitos alimenticios. La nevera o alacena de la lectura es la biblioteca doméstica, una buena colección de libros ayuda a mejorar el hábito lector. Así lo indican los datos, los adolescentes que no tienen biblioteca familiar a los 15 años tienen un retraso de 1,5 años en conocimientos, con respecto al que crece 100 libros en casa. Y un retraso de  2,2 años con respecto a los que tienen 500 libros (el 8% de las familias españolas), según nos aporta Gregorio Luri. 

Visitar librerías y bibliotecas es buena idea, no solo para sacar libros, sino sobre todo para despertar el interés viendo las novedades y la variedad de libros. La visita a una biblioteca es como entrar en una buena heladería italiana, de esas que entran por todos sentidos, pero sobre todo por la vista. Al introducirse en ella, la visión colorida, aparente y apetente, genera el deseo de probar los más de 150 apetitosos sabores... Bacio, limone, fragola, cioccolato, stracciatella, caffè, ferrero rocher, nutella, nocciola, Pistacchio, Rum Raisin, Tiramisù,... Después de un rato pensando, tomamos una decisión más o menos acertada: "Póngame una bola de limone y otra de… fragola", pedimos al dependiente, mientras seguimos mirando el mostrador y estamos pensando: "el próximo día quiero probar el de nocciola y pistacchio. Aunque también me gustaría probar el de stracciatella y Ferrero Rocher, y también…" 

Bien, pues igual que una heladería despierta nuestras ganas de probar un montón de helados, una buena biblioteca suscita el “apetito lector”. Cuando vemos un gran escaparate de una librería, el mostrador de novedades de una biblioteca o vamos a buscar un libro y encontramos otro más interesante, nos entra por los ojos el deseo de leer, ya sea para saber o disfrutar. Y no solo eso, sino que la variedad expuesta de géneros literarios y de temas, invita a tener una amplia cultura de realidades variadas. Si el deseo es irrefrenable, habrá que moderar, para no acabar como Don Quijote. Y si no es tan intenso,  marcarse un número de páginas y cumplir el reto con constancia, nos ayuda a crecer como personas.

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