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Cultura

Películas pagadas por la televisión y la resurrección del cine

Michael Douglas y Matt Damon caracterizados para la película sobre Liberace.

Al cine le ocurre como a las patatas y a la aristocracia: lo común para los tres es que todo lo mejor que tienen está bajo tierra. Hoy la aristocracia es algo irracional, y algo así como un sainete bufo de otras épocas. Lo mejor del cine a la vieja usanza (ese espectáculo de feria y de física recreativa) está en las filmotecas y en soporte DVD, o en un almacén externo de muchos megas en nuestras casas. Lo de salir, con toda la familia, a una sala de exhibición rodeados de mucha más gente y con contenedores de palomitas es tan añejo como visionar en un sofá y con la parentela recuperados programas imposibles como Verano Azul, las Galas Del Sábado (con Joaquín Prat y mi madrina Laura Valenzuela), Reina por un Día o acabar en un frenopático por los golpes de zoom de aquel rumano (Valerio Lazarov) al que yo siempre he deseado lo peor (es mi opinión y es mi criterio). De El Hombre y la Tierra prefiero no hacer herida.

La televisión es la cloaca social, el sumidero de la ciudadanía. Lo peor de cada uno sale y aflora en esos programa debate de “y tú más” o de “tú me pusiste los cuernos antes”, para autoalimentarse. Fuera de eso no ha habido momento mejor en la historia de la televisión como el presente. Con sus aparentes series, tv movies y películas. El cine espectáculo, en 3D, para Blue Ray, con Chuck Norris, con aficiones a cualquier franquicia de gimnastas hasta las corvas de bótox y esteroides, viagras y resacones en Las Vegas, fast & Furious varios, o vocación de Superhéroes, ese es para las salas de exhibición.

El cine de autor, el de argumento, el que te distrae, entretiene y te deja tanto poso y referencias como la lectura un excelente libro, ha cambiado de soporte. Por eso me importa poco que cierren algunas salas, se vayan al carajo subasteros productores y distribuidores deshonestos. Felizmente vive el mejor de los tiempos para que cada uno consuma lo que quiera o su contrario. El cine se ha colado de una vez por todas en el receptor de cada casa, en la tableta, en cualquier terminal donde se pueda sustituir Cine De Birria (con Concha Velasco) o a Cayetana Guillén-Cuervo en sus agradables entrevistas para los entrevistados y presentaciones pasteleras, para recibir espléndidamente canales de cable, series codificadas y películas especialmente realizadas para la pantalla personal.

Campofrío, como United Artists

Mi fuero interno no quiere saber la razón de muchas cosas. Así como no me sorprendo al conocer que Campofrío ha sido adquirida por los chinos (así lo revelaba un titular) y saber que el principal accionista de la compañía española era la estadounidense Smithfield Foods (con una participación del 36,99%). Hace unas horas se confirmaba que el grupo alimentario chino Shuanghui International Holdings adquiere por 5.504 millones de euros esa parte de Smithfield Foods y, como efecto colateral, toma el control de los embutidos Campofrío. ¿Hubo alguien que llorara la desaparición del león (era leona) de la Metro-Goldwin-Mayer, o la admirable marca y contenidos de United Artists? Pues por lo mismo los estudios de Hollywood han sido adquiridos por japoneses y a la señora de la antorcha con pareo tableado a lo protagonista de Ágora de Orsoncito Amenábar y responsable de la biblioteca de Alejandría, la jubilaron con mucho menos de 65 tacos y colocaron ese horrible logo con las letras de Sony. Así es la cosa. Cualquier pelicula llega ya por ‘nodos’ con satélites de por medio a nuestro receptor interno llamado cerebro. Ese es el planteamiento y el desarrollo, al igual que ocurre con el consumo de música, conciertos o espectáculos operísticos. El proceso anterior era muy arriesgado y entumecido.

El domingo pasado una película que se pasó en el Festival de Cine de Cannes de título chistoso (Behind the candelabra) a las 9 de la noche tuvo un seguimiento de más de 3 millones y medio de espectadores en un solo visionado y, me temo, Sofía Mazagatos sigue sin poder hablar de ella a pesar de haber estado en un “jocoso candelabro“. En Behind the candelabra está Michael Douglas que da vida al extravagante pianista norteamericano y aparatoso Liberace que murió de VIH a sus 67 años. Es un biopic drama nada trágico y muy ‘petardo’ pero agradable de ver, apto para todos los públicos y producido directamente por la cadena de televisión por cable HBO (Home Box Office), con dirección de Steven Soderbergh y basada en las memorias de Scott Thorson y Alex Thorleifson, Behind the Candelabra: My Life With Liberace. En la cinta están también Dan Aykroyd, Rob Lowe, Debbie Reynolds y como protagonista absoluto sin duda Matt Damon (Scott Thorson), que denunció a Liberace en 1982 pidiendo 113 millones de dólares de pensión alimenticia, argumentando que había sido el compañero sentimental del pianista durante 5 años. Aunque nunca se llegó a declarar su homosexualidad, la demanda terminó en un acuerdo por el que Thorson recibió 95.000 dólares en 1986.

Soderbergh y la tele

El director, feliz con su última película, siente que ha cumplido una etapa y dice que ahora se va a tomar "un descanso" por un tiempo indefinido, además de que lo de Douglas y Damon puede ser la última obra que hace. Con 50 años recién cumplidos, un Oscar por Traffic (2000), una Palma de Oro de Cannes por Sexo, mentiras y cintas de vídeo (1989) y más de 30 películas a sus espaldas (Efectos secundarios ha sido la anterior, como la saga de los atracos a los casinos de Ocean‘s Eleven), el director siente que ha cumplido una etapa. Puede ser una buena forma de cerrar su carrera porque tiene conexiones con su primera película (Sexo, mentiras y…), en la que dos personas hablaban en una habitación. Hay una clara progresión. Una evolución en la que es capaz de reconocerse y que le hace sentirse satisfecho por haber logrado una "especie de simplicidad". Y ha comentado: "En los últimos 10 años se ha visto una migración gradual de la audiencia hacia la televisión. Ahora se hace una gran televisión, y la televisión ha tomado el control de las conversaciones que solían ser dominio exclusivo del cine”, ha reflexionado. Es "una segunda edad de oro en los Estados Unidos para la televisión", algo genial para los espectadores, que les permite ver joyas como House of Cards (2013), una serie realizada por David Fincher (El Club de la lucha, La red social) y protagonizada por Kevin Spacey.

Un ejemplo de las historias profundas que se pueden hacer ahora en cine para ser degustado por televisión, lo que hace que sea un momento "emocionante” que ya no se da en aquellos viejos mausoleos con patio de butacas. ¿Para cuándo algo así de nuestros contemporáneos, magníficos y populares Miguel de Molina (denunciado por La Piquer), Vicente Parra, Antonio Ferrandis, Johnson el del Apolo…? 

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